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emulan a las grandes estrellas del rock

Así aprenden los niños y niñas en una escuela de rock

Hablamos con padres, madres y responsables de una escuela de música muy singular: aquí los niños no aprenden solfeo, sino que emulan a las grandes estrellas del rock. Porque no hay mejor manera de aprender música que pasarlo bien haciéndolo.

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Aquello era una auténtico suplicio: todos los martes y jueves, mientras mis compañeros de clase veían ‘Oliver y Benji’ en la tele, yo acudía a una academia de música en la que aprendía piano y solfeo. Ellos se comían el bocata de Nocilla delante de la tele; yo aprendía a distinguir semicorcheas de negras con puntillo de la mano de una profesora estirada con aspecto de monja. Y así durante cuatro o cinco años.

Hoy, y a pesar de que apenas recuerdo prácticamente nada de aquellas clases, agradezco que mis padres me llevaran a esa academia. Porque me vino bien para lo que realmente quería hacer y no hice hasta la adolescencia: aprender a tocar cuatro acordes con la guitarra y montar una banda con mis amigos, algo que sigo haciendo y que me proporciona una satisfacción sencillamente incomparable.

“La música es un elemento de disfrute: si los niños y niñas lo pasan bien tocando, buena parte del trabajo está hecho”, me cuenta Irantzu Mendía, directora de My Rock Band, un proyecto con sede en Madrid que cuenta con cuatro años de vida a sus espaldas, una docena de profesores y casi 100 alumnos. El sitio al que me hubiera gustado ir de niño.

¿Cómo surge una escuela de rock al más puro estilo de la que potagonizaba Jack Black en aquella divertida película que estropeó el doblaje de Dani Martín? “Todos los fundadores hemos tenido experiencias de aprendizaje musical distintas”, cuenta Irantzu.

“La mía, clásica de conservatorio; otros, en escuelas de corte más moderno. Pero en ambos casos fueron frustrantes: pensamos que las cosas se podían hacer de otra manera, y que muchas metodologías y enfoques didácticos que ya se aplican en la enseñanza formal se podían aplicar también en la musical”.

Esa metodología pasa por aprender como aprende toda banda: tocando. Quizá por eso las clases tienen lugar en los locales de ensayo BoXinBox, donde los niños corretean entre músicos curtidos y aficionados.

“Siempre hemos potenciado y facilitado en la medida de nuestras posibilidades que se enseñe música en BoXinBox, sean escuelas, clases esporádicas, master clases…”, cuenta Jorge Amezcua, uno de los responsables de los locales.

“Los niños empiezan con cuatro años, y es curioso ver cómo evoluciona su interés en la música: con 9 o 10 años ya tienen unos gustos muy definidos y músicos a los que admiran. Es divertido también ver cómo exteriorizan eso en su actitud y forma de vestir. Lo que nos ha pasado a todos, pero visto desde la vejez… Bueno, desde la madurez”, bromea Jorge.

Y es que, independientemente de la edad, aquí difícilmente encontrarás a niños que escuchen reggaeton o rap. “A los niños que acuden a la escuela les gusta el rock”, apunta Irantzu. “Aunque sea en diferentes estilos, pero rock. Todos lo tienen muy claro”. Los culpables de esos gustos tan definidos son, como no podía ser de otra manera, los padres y madres.

Gabriela y Eduardo llevan a sus dos hijos de 11 y 15 años a la escuela desde que se fundó. “Sí: en casa han escuchado rock desde siempre”, cuenta Gabriela. “Se han empapado mucho. Desde pequeños los metimos en escuelas municipales para tocar la guitarra, pero llegó un momento en que empezaron a estar menos motivados. Conocimos esta escuela… y fue un éxito”.

“No han faltado ni un sólo día desde que los apuntamos, hace cuatro años, y te podría decir que es una de las actividades más divertidas para ellos y a las que acuden sin ningún tipo de problema”, añade Eduardo. “Lo viven con muchísimas ganas. Les encantan las clases y les encanta tocar en directo. Además, tienen muy buena onda con los profesores”.

Quizá el caso más paradigmático de los beneficios de la música es el de una familia entera unida por el rock. Gonzalo, su mujer Beatriz, y sus tres hijos, Elena, Gonzalo y Juan, de 23 y 20 años respectivamente, forman una banda al completo a la que han bautizado como Chana Rock. La madre canta, el padre toca el teclado, la hija mayor la batería y los otros dos hijos guitarra y bajo. Y todos acuden a la escuela.

“Esto nos ha unido mucho”, asegura Gonzalo.

“Vivimos en una sociedad cada vez más impersonal y con muy poca comunicación: estamos todo el día con el móvil o con la Play. Hacer algo juntos y de tipo cultural, como tener una banda, es toda una terapia familiar. Porque trasciende la jerarquía de padre-hijo y hace que al final se cree algo que es más una relación de colegas, en la que la opinión de cada uno cuenta por igual. Eso sí: aunque vamos mejorando, todavía sonamos fatal”, ríe.

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