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están llenas de solteros y solteras que buscan desesperadamente sexo y/o pareja
Tengo treinta y cuatro años y estoy soltera. Que es diferente a ser soltera, ya que no quiero que mi condición sentimental me defina como persona, pero vayamos al tema que nos ocupa.
Siempre me ha encantado salir de fiesta por la noche. Lo reconozco, fui, soy y seré, probablemente, una ‘party animal’.
Adoro bailar creyéndome Beyoncé en uno de sus videoclips (aunque mi pelo es más parecido al de una rata), hablar de lo divino y de lo humano con personas a las que acabo de conocer mientras pedimos otra ronda de chupitos, observar el ritual de cortejo por parte de hombres y mujeres, dar una ‘putivuelta’ (que en el lenguaje nocturno quiere decir ‘dar un paseo por la discoteca para ver si hay algo que echarse a la boca, hablando claro) y llegar a casa con los tacones en la mano, descalza, con el rímel corrido y, a poder ser, acompañada.
Así pues, quizá muchos de vosotros penséis que mi único objetivo para ser una habitual de las discotecas es el de ligar. Ni mucho menos, queridos. Cierto es que la noche, la música y el alcohol son tres ingredientes perfectos para que salte la chispa del sexo (y quién sabe si del amor).
Aun así, esta nunca ha sido mi máxima. Sin embargo, desde hace unos años, tres o cuatro diría yo, los bares que frecuento huelen a desesperación. El inconfundible olor a ‘de aquí no me voy hasta que pille’. ¿Qué está pasando?
Desde que pasé la barrera de los treinta, me he dado cuenta de que las discotecas se han convertido en safaris de los que hay que salir con un trofeo en las manos, sí o sí. Conozco a gente que se ha ido a su casa enfadada (chicos y chicas) porque no ha pillado un sábado por la noche. ¿Tan grave es?
Puede que sí. Quizá yo también debería empezar a preocuparme. A veces, cuando me acerco a la barra de un bar a pedir una copa y estoy esperando a que me la sirvan, miro a mi alrededor y me pregunto: “¿Qué narices pinto yo aquí?”. Y eso me preocupa. No el hecho de estar ahí, sino que esa cuestión jamás se me había cruzado por la mente. ¿Es ese el indicio de que la desesperación por encontrar una pareja está a la vuelta de la esquina?
Porque no nos engañemos. Pasados los treinta, las discotecas están llenas de solteros y solteras que buscan desesperadamente sexo y/o pareja. Y no, no tengo ningún estudio que avale esta teoría. Me baso simplemente en la observación y en el sentido común.
Quien llega a la treintena sin pareja ya ha quemado la mayor parte de los cartuchos en cuanto a escenarios donde encontrar el amor se refiere: el colegio (los hay precoces), el instituto, la universidad, el Erasmus, el viaje de fin de carrera, el master (pero solo si vas, no me seas como Cristina Cifuentes), los cumpleaños, las bodas, el gimnasio y la oficina.
En todos los lugares y eventos descritos anteriormente, la gran mayoría de las personas encontró a su media naranja. Así que si tú no fuiste uno de ellos, no queda otra que ir a las discotecas o no quedarse sin datos para poder darle al Tinder. Y, claro, si eres más de la vieja escuela pues prefieres el ligoteo de toda la vida de Dios.
En mi caso, los eventos sociales a los que acudo ahora, nada o poco tienen que ver con los de antes. Mientras que al vigésimo quinto cumpleaños de mi mejor amiga fueron amigos de amigas de amigos con los que tuve oportunidad de congeniar (aunque esas amistades no terminasen en romance), a celebrar su trigésimo cuarto cumpleaños solo acudieron parejas (y las que consiguieron niñera para dejar al primero de los que serán varios churumbeles).
Vaya, que al final la discoteca es el único sitio al que recurrir si estás deseando poder comprar una Smartbox de escapada relax (que parece que los solteros no nos podemos ir solos a darnos un masaje).
Algunos me diréis que a las discotecas también va gente con pareja. Cierto. Pero o van con ella o, ¡sorpresa!, van en busca de cometer una infidelidad. Vaya, que no conozco a ninguna persona que teniendo pareja estable se vaya de discotecas por amor al arte. Pero alguna habrá, así que os concedo el beneficio de la duda.
A los treinta, los pubs se asemejan a esa caja de hojalata (que antiguamente fue refugio de unas galletas de mantequilla riquísimas) llena de botones que tu abuela guarda al lado de la máquina de coser. Todos de su padre y de su madre, de diferentes tamaños, colores… No hay dos iguales.
Y lo peor es que algunos vienen con ‘tara’. Sí, están dañados porque la aguja del desamor los atravesó (no me digáis que no soy intensa cuando quiero). Y ay, amigos, no os deseo a ninguno cruzaros con esos.
Porque el aroma de una discoteca a las 5 de la mañana es una mezcla de desesperación y de sufrimiento. No nos engañemos. Muchos de los que están ahí, matarían por estar sentados en el sofá, junto a sus parejas, engordando y viendo la tele. Pero cuidado, porque también los hay que viven en el lado romántico de la vida y salen de fiesta para recordarse lo que un día fueron. Y a esos, amigos, tampoco, os los recomiendo.
Pero, ¿por qué surge la desesperación? Buena pregunta. En mi caso, creo que no es tanto el que yo quiera compartir mi vida con alguien, sino el hecho de que las cosas a mí alrededor están cambiando. Gran parte de mis amigas están casadas, es más difícil conocer a gente nueva en los entornos en los que me muevo normalmente, no tengo tanto tiempo como antes para dedicarle a la vida social y contemplativa…
Al final parece que me estoy perdiendo algo. Es como si todos fuesen por el nivel 253 de Tetris y yo aún estuviese encendiendo la GameBoy.
Sea como fuere, lo cierto es que a la vejez, copas (que no viruelas), por lo menos si estás soltero.