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Traspasando la línea de lo sagrado
Los templos, majestuosos e irreductibles, están así diseñados para que las personas se sientan muy pequeñas, y sus dioses muy grandes. Elevadas hacia el cielo, catedrales, iglesias, basílicas, colegiatas, ermitas, capillas, monasterios, conventos o abadías poseen una arquitectura soberbia y una acústica inimitable. Por qué, sería la pregunta, si muchas de ellas forman parte del patrimonio histórico español, es la Iglesia quien decide qué música es digna o no para ser interpretada en ellas.
El Derecho Canónico lo tiene claro. Canónica 1.210: “en un lugar sagrado solo puede admitirse aquello que favorece el ejercicio y el fomento del culto, de la piedad y de la religión”. Pero hay algo más, un “sin embargo”: el Ordinario —no necesariamente un obispo— “puede permitir, en casos concretos, otros usos, siempre que no sean contrarios a la santidad del lugar”. En caso de duda, la línea que divide lo profano de lo sacro será dibujada por la mano del clérigo.
Sin embargo —diríamos, de nuevo— cuando el grupo Axivil Aljamía, quien ya había llevado a muchos templos sagrados la música del siglo XV, incorporó en su propuesta al cantaor Pedro Sanz, el Obispado de Jaca dijo hasta aquí hemos llegado, y prohibió la celebración del concierto en la iglesia en la que estaba previsto, poniendo en duda “la idoneidad del espectáculo en un templo sagrado”.
El concierto formaba parte del Festival Internacional en el Camino de Santiago, Luis Calvo, era su director en aquel año 2007 y lo sigue siendo ahora. Realiza, “sin mayores problemas”, explica, conciertos en las distintas iglesias del Camino de Santiago a su paso por el Alto Aragón. No ha vuelto a tener problemas con el Obispado desde entonces: “Desde la organización somos los primeros en saber que hay conciertos que por el montaje escénico o contenido del mismo no se puede celebrar en una iglesia. Para ello tenemos espacios alternativos como la Ciudadela o el Palacio de Congresos”. No todo puede hacerse en un lugar de culto.
Alberto Núñez, del Área de Cultura del Ayuntamiento de Madrid, ha sido programador de la Semana Santa musical en la capital y por tanto sabe qué se puede y qué no se puede interpretar en una iglesia, pero no solo por su contenido sino también por su musicalidad. En realidad, hay mucha música contemporánea a la que el reverb extremo no le va bien. Por otro lado, hay obras barrocas, como la ópera ‘Dido y Eneas’ de Henry Purcell que “es profana pero en una iglesia suena estupendamente”.
El método de trabajo de Núñez es hablar primero con los párrocos y explicarles cuál es la obra que se quiere interpretar. El asesor admite que él no ha tenido nunca ningún impedimento al respecto de las obras y que sobre todo ha encontrado párrocos receptivos. Porque, al final, depende del párroco. “Hay algunos que dicen que no quieren conciertos porque ‘dejan la iglesia muy sucia’ o que piden dinero a cambio, pero el Ayuntamiento de Madrid nunca ha pagado”.
Si tuviera que verse en la tesitura de intentar convencer a un clérigo para que admitiera música no sacra en su templo, Alberto le diría que “escuchar cualquier concierto de música es algo que te conecta con lo espiritual, aunque esté hablando de ‘Dido y Eneas’, no perturba la energía del lugar, sino todo lo contrario”. En la ópera de Purcell se cuenta la intensa historia de amor y despecho entre la reina de Cartago y el héroe de Troya.
Pepe Mompeán dirige el Festival Internacional de Arte Sacro que organiza la Comunidad de Madrid pero su programación no se atiene a la estricta definición de sacro que propone la Iglesia, por lo que para escuchar el flamenco de Soleá Morente con Paco Ibáñez hay que irse a los Teatros del Canal, o para escuchar el bluegrass de Los Hermanos Cubero, al Museo del Prado. La división entre lo profano y lo sagrado significa para él que “lo sagrado conecta con valores y conceptos universales que van más allá de lo estrictamente religioso, en esa esfera más amplia de lo sacro, de lo espiritual y místico, que tiene que ver con los grandes misterios de la vida, pero también con lo inefable de aspectos como la belleza”.
“Solo en un caso”, recuerda Mompeán, una parroquia le ha permitido “hacer algo diferente con conciertos que conectan el lenguaje clásico con el flamenco o el jazz”. Pero en general admite que son “bastantes los condicionantes” y que “el único tipo de conciertos” que puede programar en iglesias “son de música clásica y de carácter litúrgico”. Y lo hace en lugares como la Capilla del Palacio Real de Madrid o el Real Monasterio del Paular, además de otras iglesias y basílicas.
“El problema es que en Madrid sigue sin haber iglesias desacralizadas, como sí las hay en otros lugares”, dice Alberto Núñez, “y eso es lo que te permitiría hacer lo que quisieras, hasta una ópera rock o una performance con desnudos, y aprovechar la acústica que no tienes en ningún auditorio contemporáneo”. “Hay iglesias vacías que solo se utilizan para dar una misa a la semana”, señala Núñez, y que podrían ser excelentes auditorios de música.
De manera que para disfrutar en una catedral sonora del maléfico plan de las brujas para separar a Eneas de su apasionada amante, no queda más remedio que desacralizar el lugar. La Canónica 1.212 explica tres maneras de hacerlo: que el templo haya sido destruido en gran parte, que el Ordinario decrete su uso profano permanente o que esto suceda “de hecho”. O sea, poco a poco y a hechos consumados.
“Una iglesia desacralizada sería el mejor escenario posible para presentar cualquier concierto de los programados en el Festival de Arte Sacro de Madrid en estos últimos cuatro años”, admite su director. De esa forma, la obra de María Rodés ‘Lilith’, compuesta por encargo del festival, se habría visto en una iglesia y no en el Museo del Prado, donde, por otro lado, se puso en diálogo con las pinturas negras de Goya, lo cual también es interesante.
“En el caso particular de Maria Rodés, casi con mayor motivo, pues su propuesta musical hablaba de las mujeres perseguidas en el pasado acusadas de ser brujas por el mero hecho de ser mujeres libres e independientes, algo que ocurrió y sigue ocurriendo lamentablemente en todo el mundo y bajo cualquier religión”, añade Mompeán.
Y así sucede en lugares como la impresionante Capella del Convent del Angels en Barcelona, donde el MACBA la alquila por 6.800 euros al día y ha albergado conciertos para el Sónar. O la hermosa Colegiata del Palacio de Revillagigedo, en Gijón, que ha sido sede del festival L.E.V. y escenario para, por ejemplo, la electrónica de baile de Óscar Mulero; otra de las sedes actuales de L.E.V. es la Iglesia de la Universidad Laboral, esponsorizado por una empresa energética.
O el antiguo Convento barroco de La Merced en Bilbao, comprado por el Ayuntamiento en 1987 y sede de Bilborock desde hace más de veinte años. O la antigua Iglesia de Santa Lucía en Sevilla, que durante su etapa como sede del Espacio Iniciarte también sirvió como bello escenario para conciertos. O, por poner un ejemplo europeo, es referencia el célebre y prestigioso club Paradiso de Ámsterdam, donde han tocado desde los Sex Pistols en el 77 a los Rolling Stones en el 95, y otro lugar en Estados Unidos: The Old Church Concert Hall de Portland, donde el público se sienta en los bancos para la misa pero se puede comprar cerveza y escuchar conciertos de cualquier género.
La que sí está desacralizada es la reformada capilla del Museo de Historia de Madrid, ubicado en el antiguo hospicio de la ciudad. En ella se exhibe el cuadro barroco ‘San Fernando ante la Virgen’ de Luca Giordano, y de vez en cuando cae algún concierto de música clásica. Cuando Alberto Núñez la vio y escuchó su fuerte reverberación le dijo a la exalcaldesa Manuela Carmena: “aquí lo que hay que hacer es conciertos barrocos”, a lo que ella contestó: “pues hagamos conciertos barrocos”. No se llegó a tiempo, quizás en el futuro.
Hay lugares de culto que ya no lo son y que, lejos de la cultura, han sido vendidos para usos mucho más lucrativos. Como el gimnasio que la cadena Virgin instaló en Woodford (Reino Unido), en la iglesia de un antiguo hospital psiquiátrico de finales del siglo XIX; la nave central es ahora una gran piscina y, el confesionario, una sauna. O bien el centro comercial Limelight —en los noventa, un mítico club de baile— en la antigua Church of the Holy Communion de Nueva York.
El hotel Martin’s Patershof en una iglesia neogótica del siglo XVIII en Mechelen (Bélgica) o la residencia particular en la que se convirtió la vieja iglesia católica de St. Joseph en Utrecht, reformada por un prestigioso estudio de arquitectura.
No dará tanto dinero como los zapatos o las clases de pilates pero encontrar a gente leyendo donde antes se estaba rezando, no es descabellado. Eso ocurre en la librería de Maastricht (Holanda) Boekhandel Dominicanen, iglesia dominicana hasta 2006 que fue parte de un monasterio gótico y que, tras pasar siete años en manos de una cadena de librerías, ahora es un cuidado y exquisito negocio independiente. O bien una biblioteca, como la Media Library de Santa Teresa, en Milán, o la de la UNED en las Escuelas Pías de Madrid.
Párrafo aparte necesita la conversión hostelera más habitual de los viejos templos: pubs, bares y restaurantes para comer y beber bajo la luz de las vidrieras. En Madrid es conocido el restaurante de lujo Doce, antes Capilla de la Calle de la Bolsa, o el restaurante La Capilla de Pamplona. El apasionante pub temático dedicado a Frankenstein en una coherente iglesia decimonónica del casco viejo de Edimburgo. El The Church Café de Dublín. El pub 256 Wimsload Road de Manchester. La cervecería con fábrica incluida Jopenkerk en Haarlem (Holanda). O la exclusiva discoteca Gattopardo de Milán.
Pero si hay una iglesia desacralizada en España con un uso singular e intervenida artísticamente de tal manera que mucha gente se desplaza, solo para verla, al polígono industrial del pequeño pueblo asturiano de Llanera, entre Gijón y Oviedo, es La Iglesia Skate. Esta formaba parte de un complejo construido para los trabajadores de la fábrica de explosivos Santa Bárbara. Todos los edificios del complejo fueron derribados, salvo el templo.
Abandonada durante décadas, fue adquirida por un empresario ovetense en 2007. Él impulsó un colectivo llamado Church Brigade que se dedicó a repararla y convertirla en… pista de skate. No es la única en el mundo: aunque ya está cerrada, la iglesia de St. Joseph en Arnhem (Holanda) también fue un gran salón para practicar con la tabla sobre las ruedas.
Pero si algo hizo espectacular la iglesia de Llarena fue la aportación a esta historia del artista santanderino Okuda San Miguel, quien en 2014 se ofreció para transformarla en lo que él llamó el Kaos Temple, pintando coloridos frescos con sus clásicas figuras fractales en todos los muros, financiado gracias a un crowdfunding.
Tampoco es la única iglesia pintada por Okuda. Posteriormente, transformó el exterior de una, cerrada, en Youssoufia (Marruecos), dominada por animales, y otra en Denver (EEUU), cuyos muros interiores y el techo decoraran la primera iglesia dedicada al ritual del consumo de marihuana: la International Church of Cannabis.
El arte se cuela de manera más sencilla en espacios desacralizados, como el Museo Barjola en la Capilla de la Trinidad de Gijón, donde los artistas hacen proyectos específicos por encargo para este lugar; el espacio expositivo Aula del Reino de Asturias, sobre la monarquía del principado en la antigua iglesia de Cangas de Onís; la capilla de Sant Doménec de Cervera, o el particular espacio astronómico —o “monumento estelar”— llamado San Pedro Cultural, ubicado en una restaurada iglesia en ruinas de Becerril de Campos (Palencia), en la que se ha instalado un péndulo de Foucault.
Tampoco extrañará ya a nadie, a estas alturas de reportaje, encontrarse con dos iglesias transformadas en escuela de circo: una en Bristol (St. Paul’s Church) y otra en Quebec (Saint-Spirit Church) y es que pocos lugares como las altas cúpulas de los templos hay para ensayar como si del amplio espacio de una carpa circense se tratara, donde los trapecistas pueden tocar el cielo.