@BECARIA_
Becaria escribe sobre el problema de los antivacunas en mitad de la pandemia.
La situación de la pandemia está dividida en estos momentos en un par de bandos: los vacunados y los no vacunados porque no les apetece. Suena a lucha en el barro, a competición de verano en la aldea, pero es mucho mejor, hasta que te penetra el virus por las vías respiratorias y te confinan o acabas en la UCI grabándote un video llorando arrepentido por no haberte pinchado.
La realidad es que una persona no vacunada contagia durante más tiempo y tiene más riesgo de sufrir una covid aguda y palmarla. Una persona vacunada también se puede contagiar, nunca nos han "prometido" lo contrario, pero su capacidad de apestar al resto es menor, así como también es mayor la posibilidad de esquivar el ataúd o la urna de las cenizas. De ahí la viralización, valga la redundancia, del término "apestados". Vacunarse fastidia porque el agujón es más largo que un día sin pan, pero al final merece la pena. Esto es una evidencia donde no cabe la creencia, porque no hay que confundir la ciencia con las ilusiones religiosas, los esoterismos y los mantras de las sectas. A muchos apestados les da igual; una buena parte abandonaron el colegio en la EGB, pero ahora se creen eminencias paracientíficas con el chupito de lejía en una mano y un cuenco tibetano con tufo a incienso en la otra. Ser antivacunas es una opción desde el privilegio y ser un apestado es la consecuencia de esta decisión.
Dicen desde el colectivo de apestados con sede en Telegram que nos meten grafeno en las vacunas, bautizadas como "veneno mortal", para controlarnos: "Yo creo que o bien los vacunados tienen el cerebro secuestrado en la nube por una IA, o de repente se han vuelto todos nazis"; "Es lo que tiene el grafeno. Además no deja huella y crea poca interferencia. Tus datos van directos", destacan un par de ilusionistas antivacunas. En los grupos de esta plataforma donde divagan en el magufismo, insultan a la ciencia, al farmacéutico, a los sanitarios y a quien se ponga por delante con un mínimo de autoridad científica, paralelamente hacen mención a Dios, a Lucifer y citan versículos de esa famosa novela de ficción bíblica y otros que se inventan sobre la marcha, creyéndose con los mismos poderes que el juez que dicta sentencia con la ley en la mano: "Sabemos que somos de Dios, y el mundo entero está bajo el maligno. Carta de Juan 5:19: 19", comparte otra chalada de la conspiración.
Los antivacunas que creen en el virus
Dentro de los antivacunas, están también los tarambanas que niegan todo como si los papers científicos fueran un papiro con los diez mandamientos de cualquier dios imaginario, y luego están los que no saben muy bien dónde tienen la mano derecha, y se dan consejos "naturales" para fortalecer sus defensas o combatir al virus si lo pillan. Que si dióxido de cloro (el mítico chupito de lejía) o infusiones con todas las hierbas imaginables frente al covid maligno. Ahora han puesto de moda el jengibre con limón, una planta que popularizaron los herbolarios dotándola de un poder milagroso para curarte cualquier cosa, desde un catarro hasta la cistitis o las migrañas. Dicho sea de paso, estos locales con apariencia inocente decorada con fotos de plantas y probetas con aloe vera, son un tipo de negocio que lleva décadas actuando como si fueran “farmacias de lo natural”, vendiendo hierbajos y preparados homeopáticos como farmacopea milagrosa para casi cualquier patología, y que no sirven para nada.
Un sueño húmedo: el pasaporte covid
Llegados a este punto y ante el reducido fenómeno del antivacunismo en España, se impone el pasaporte covid en cada vez más sitios. ¿Es esta coacción un mecanismo legal ante la voluntariedad de un fármaco? ¿Por qué tenemos que andar en sociedad con un documento sobre nuestra salud marcados como el ganado? El debate está en la mesa, pero lo que es cierto es que una persona está en todo su derecho de no querer al lado a una no vacunada, como esta Navidad veremos a muchas familias rechazando en cenas familiares a esos cuñados antivacunas ante el riesgo de que lleven la peste al convite navideño.
Como también hemos visto, ha habido mucho antivacunismo de postureo que, ante la amenaza del pasaporte covid, no pocas personas han ido raudas y veloces a inyectarse el fármaco para poder seguir yendo a bares, a locales de orgías y al gimnasio, y ser unos más del bando esterilizado frente a los apestados.