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'LAS CHICAS', DE EMMA CLINE, NARRA A SANGRE FRÍA LA MATANZA

Aquellas niñas que Charles Manson sedujo para que cometieran brutales asesinatos

Charles Manson, el cerebro en la sombra, no se manchó de sangre. Fueron estas niñas de menos de trece años que nos observan desde la foto las que lo hicieron en su lugar. Juntas eran y son Las Chicas Manson. Por separado, sin embargo, eran Linda Kasabian, Susan Atkins, Leslie Van Houten, Patricia Krenwinkel y Lynette “Squeaky” Fromme. Individuas captadas aquí y allá, cerebros que tomaron los raíles que se les indicaban y fueron descendiendo a golpe de locomotora hasta un infierno absurdo que pasaba, por ejemplo, por acuchillar un cuerpo 47 veces después de que hubiese muerto.

Las chicas de Charles Manson. D.R.

Casi todos hemos visto alguna vez la imagen de esas cuatro mujeres con la mirada perdida y la sonrisa un poco perturbadora y bobalicona de la que está como un cencerro y se regodea en ello con soberbia. Idénticos vestidos azules de Amish, largos cabellos con raya en medio. Avanzan hacia una sala en la que se las juzgará por haber cometido un asesinato brutal, masivo, con tintes demoníacos y propósito difuso.

¿Por qué lo hicieron? Es decir, ¿cómo mujeres de aquí y de allá, llegadas por diferentes circunstancias a una persona, por mucho poder de manipulación que esta persona tuviera, pudieron confluir y verse de pronto cometiendo un asesinato con total convicción (y posterior orgullo de haberlo cometido)? Pareciera que sus mentes ya tendrían que albergar algo, una semilla de maldad que sólo necesitaba ser agitada para florecer.

Random House pagó un adelanto de 2 millones de dólares a la jovencísima escritora Emma Cline, decidida a escribir una novela que indagase, ficción mediante, precisamente en la mente de una persona, si no miembro de este club criminal, sí elemento cercano a él.

La joven Evie se une a una comunidad extraña, en la que todo gira en torno a una figura mansoniana llamada Russell. Russell es, en realidad, una figura casi inexistente en el libro. Se materializa por las admiraciones, las palabras y los anhelos de las mujeres que forman su séquito. La protagonista, ni demasiado lista, ni demasiado guapa, anodina como cualquier otra adolescente americana de finales de los 60, se deja sumergir en el simulacro de comuna amistosa y unida, que poco a poco se va oscureciendo.

"Nunca pertenecería a un club que admitiera como socio a alguien como yo", decía Groucho Marx, en un cómico reconocimiento de sí mismo como ser equívoco. Evie, esa mente adolescente que se abre ante nuestros ojos, obra precisamente al contrario.

Al sentirse abrazada por una comunidad, se lanza con más fuerza a ella. La adolescencia, tan cruel y sometida a una torpeza social terriblemente frustrante, puede hacer que lo más turbio se convierta en hogar si ofrece la suficiente compañía.

Cline incide precisamente en esa necesidad de pertenencia. El lector observa los momentos previos a que Evie se interne en la comuna de Russell, esa vida de color mortecino de la chica media americana, sin amores intensos, sin intensidades de ningún tipo, con una amiga gris que combina con el propio gris de la protagonista, y comprende que cualquier salida era mejor que aquello.

Y se acerca, sin quererlo, a las verdaderas chicas Manson, quizás también enterradas en vidas absurdas, marginales, que no llegarían a nada bueno, ni nada malo, sólo a un tono pardo, una vida en una caravana, un matrimonio infeliz, unos hijos tan poco queridos como muchas de ellas lo fueron en sus familias.

Evie, que pasa el rato chupando pilas viejas con su mejor amiga "porque dice el rumor que eso proporciona un estallido similar a la dieciochoava parte de un orgasmo", se ve inevitablemente atraída por un grupo de mujeres que buscan comida en la basura, que roban, que ríen libremente, descalzas, que muestran un pecho en un parque poblado de aburridísimas y decentes familias americandas.

Cline hace que nuestras mentes se afinen con las de una chica de los 70 y comprendan lo evidente: que las chicas Manson no eran Patty Hearst, niñas ricas mimadas que reaparecían convertidas en heroínas antisistema.

Las chicas Manson no iban a dejar de ser rebaño confuso, casi en cualquiera de los caminos que tomasen en su vida. ¿No era pues mejor sobresalir en las filas de la secta demoníaca? ¿Gachas de avena y estropajo o contacto con el diablo? ¿Trabajo de camarera durante veinte años con el mismo jefe cabrón o hurtos que permitan una vida fácil y veloz? Si la única opción de abandonar el camino fangoso es lanzarse de cabeza a un pantano oscuro, ¿no es mejor sumergirse en las aguas negras que seguir adelante con los pies helados?

Al inicio de 'Las vírgenes suicidas', de Jeffrey Eugenides, Cecilia, la hermana menor, tras su primer intento de suicidio, tiene que aguantar la flema de un médico ignorante que le pregunta qué puede llevar a una niña de trece años a querer suicidarse.

Cecilia le espeta: "Obviamente, doctor, usted nunca fue una niña de trece años". Y eso mismo parece decirnos Emma Cline con su libro, tomando la voz del personaje de Evie: No sabemos qué es ser una chica de trece años a finales de los 60 en los Estados Unidos, pero aquí os muestro la jaula, así son los barrotes, así es el aburrimiento.

Y cada uno de los movimientos de las chicas de Manson o de Russell, lo mismo da, podría explicarse con una letanía que añadiese en cada verso un número más a la cifra: "Obviamente, doctor, usted nunca fue una chica de catorce, de veinte, de treinta y cinco, nunca fue una mujer de cuarenta y dos".

Y sin embargo, Emma Cline lo sabe muy bien, y su protagonista Evie también lo sabe cuando años después, una vez sorteado el peligro legal, quedando atrás su pertenencia a la comuna, es una mujer que ha estado cerca del horror, la muerte, que ha vivido la oscuridad de la secta, y, sin embargo, sigue siendo tratada como una niña estúpida por hombres que no tienen ni idea de quién es ella y lo que ha vivido.

Hombres que sólo han sentido la decimochoava parte de fuerza vital que proporciona el chupar una pila, mientras que ella ha vivido en sus carnes la intensidad de una tormenta eléctrica y después ha vuelto a la vida.

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