Dibujos hechos con máquina de escribir: la técnica más alucinante
Lo mejor para crear es un buen desengaño amoroso
"Tal vez es que la felicidad tiene una gama de colores limitada y, en cambio, el sufrimiento se refracta en tonos infinitos -dice la escritora María Fernanda Ampuero- La belleza del dolor, dicen, para que no sea tan insoportable que lo que más nos guste sea producto de lo que más tememos". Hete aquí esa serpiente que se muerde la cola: ¿Será que lo que queremos hacer, lo que más amamos -el arte- desciende directamente o es inseparable de lo que más tememos -la locura?
Caminábamos por la calle, con miedo a darnos la mano, en ese estado de extática felicidad del inicio del amor quinceañero, y yo le dije:
"Me da miedo esto, ser tan feliz. Me da miedo esto por si ya no me apetece volver a escribir".
Recuerdo su cara de espanto ante mi frase, que para mí era de lo más natural. Quizás por un exceso de lecturas dramáticas que comenzó en la niñez, una sobredosis de películas oscuras y canciones desgarradas en la adolescencia y un gusto especial por los autores desgarrados en la adultez -con respecto a mis gustos personales, quizás la frase que más veces he pronunciado en la vida ha sido "me gustan los libros y las películas que me sientan mal"- la expresión artística y el dolor, en mi cabeza, siempre habían ido de la mano. Mis pulsiones de escritura siempre habían procedido de una sensibilidad dolorosa hacia algo, de vivencias o sensaciones oscuras que tenía que volcar al exterior de alguna forma.
A los trece años me gustaban los escritores torturados, los textos sobre niñas con trastornos de la alimentación, un cuento sobre una mujer que era destrozada por la puerta de su ascensor. Llevaba escrito con boli en la pechera de la chaqueta vaquera, a la altura del corazón: 'Bienvenido a la nada'. Ese era mi rollo.
Un día vi una foto de Gabriel García Márquez en la contraportada de un libro, y aquella imagen solar y bonachona de un señor encantado de la vida me repelió, aunque hubiese dado vida a personajes trastornados de fatal destino que me encantaban. A día de hoy, sigo considerando como un hecho natural que hay que tener cierta predisposición al sufrimiento y a la oscuridad para crear cosas. Al menos, para crear cosas de las que a mí me gustan, claro.
Imagino mis preguntas apareciendo en flashazos sobre un fondo publicitario: ¿Es la melancolía indispensable para el artista? ¿Quieres salir del círculo de la oscuridad, pero te da miedo que tu creación se vaya a la mierda? ¿Hasta qué punto la bajona es ya una joya principal de la tiara brillosa de tu personalidad? O, ya hablando así más clarito: ¿Hay que estar medio roto o haber alcanzado en algún momento de la vida altas cotas de tristeza para crear?
Formulándole estas preguntas al oráculo de oráculos -internet- encontré unos gráficos realizados por psiquiatras que estudiaban la prevalencia de la enfermedad mental y el suicidio en los pintores expresionistas, en los que se apreciaba una clara relación entre la insania mental y la creación. Observando más detenidamente el cuadro, me planteé si, estudiando a toda la población, artistas y no artistas, de la misma forma que se había diseccionado a los pintores expresionistas, no arrojarían resultados parecidos.
En general, la respuesta de los artistas a los que pregunté se decantaba más por un aburrimiento hacia la idea del artista torturado y una apuesta clara por crear desde la felicidad. No puedo negar que Mario Bravo, escritor y periodista que ha pasado por etapas de depresión y que se reconoce como una persona tendente a la melancolía, asegura que la bajona no es tan productiva a nivel artístico como puede asegurarse.
"Está muy bien la obra de Silvia Plath, Allan Poe o Nietzsche, pero tan bien como la de Dickens, Melville o Doyle. Aunque durante años pensé que lo de la depresión era muestra de una especial sensibilidad, a día de hoy (y aunque la postura me convenga, porque padezco esa "tara") tengo muy serias dudas de que proporcione una especial creatividad", asegura. Claro, digo yo. ¿No será que, ya que estamos medio derrumbados por dentro, queremos al menos sacarle el juguillo al asunto? ¿No huele todo esto a estratagema para justificar los pozos de oscuridad, para validarlos?
Obviamente, de cara a un trabajo artístico diario, que exija plazos y entregas, estar sumido en una depresión es un gran obstáculo que sólo puede salvarse a duras penas. "Cuando eres un profesional tienes que trabajar siempre. Da igual el estado de ánimo que tengas, hay que sacar adelante el trabajo, y el estado de ánimo poco o nada tiene que ver. En un estado de mucha tristeza, la creatividad se bloquea. En un estado de tristeza normal la creatividad puede ayudar como forma de evasión o liberación de esa frustración", opina la ilustradora Carla Berrocal.
En ese sentido capitalista del creador que debe cumplir con plazos y fechas, la bajona no sale a cuenta, está claro. Pero nadie dijo que un artista debiese, para serlo, resultar extremadamente productivo, adaptarse a los ritmos y exigencias del mundo laboral. De hecho, ¿ser artista no iba más o menos de todo lo contrario a eso?
Carmencita Whitetower, diseñadora gráfica, cree que el enlace entre los estados mentales decaídos y el arranque artístico depende del contexto, es decir, que es más bien una cuestión de modas. "En el XIX era muy habitual sublimar la tristeza para crear, pero ahora ya puedes crear incluso desde el capitalismo, ya no existe un patrón de inspiración", opina.
Sin embargo, muchos creadores aseguran que los pozos oscuros de depresión, ansiedad y frustración vital han sido en muchos casos el alimento de sus creaciones. David Foster Wallace, un ejemplo perfecto de todo esto, puesto que se suicidó en 2008, incapaz de hacerle frente a la depresión que sufrió durante más de veinte años, comparaba la obra a medio crear con un niño monstruoso que acompañaba al artista, y así lo explicaba en su ensayo 'La naturaleza de la diversión'.
"Ese niño deforme, incluso en la cima de su monstruosidad, de algún modo, toca y despierta las que sospechas que son las mejores partes de ti: las partes maternales, las partes oscuras. Quieres mucho a tu niño. Y quieres que los demás también lo quieran cuando al niño deforme le llegue el momento de salir a la calle y enfrentarse al mundo", decía.
La artista Rosario Villajos asegura, por experiencia propia, que lo mejor para crear es un buen desengaño amoroso. "Las decepciones amorosas tienen su encanto y dan de sí en el espacio tiempo. A mí me salió un disco y un tebeo, aunque este último salió tras un compendio de decepciones románticas y en el momento en el que lo hice ya no me sentía mal", recuerda.
Es este un punto en común en los comentarios de artistas con los que he hablado sobre el tema: no ya la necesidad de estar sufriendo, sino la de HABER SUFRIDO. Tras la tormenta depresiva, si se sale más o menos ileso de ella, queda ya para siempre una melancolía intermitente, un retomar a ratos el recuerdo de aquel pozo negro, que a algunos nos sirve para tener una toma de tierra, un pie siempre puesto en esas emociones tortuosas magnificadas por el estado depresivo.
Y, mirando a los ojos a aquel novio de los quince años que tanto se espantó ante mi adicción al estado que me proporcionaba tanto mal, pero al mismo tiempo tanto bien, me veo obligada a decir que sí, que esa resaca que deja lo malo se vislumbra en la obra de la mayor parte de los artistas que amo.
En el libro "La depresión y lo espiritual en el mundo moderno", el psiquiatra Jordi Obiols corrobora esta idea de que el haber sufrido alborota positivamente la capacidad creativa. Obiols opina que los estados transicionales son los más interesantes, puesto que "son los que facilitan el surgimiento de la creatividad. En la transición de los estados de alerta a los de cansancio, así como en la transición de la normalidad a la manía, se puede producir el fenómeno de creación”.
"Tal vez es que la felicidad tiene una gama de colores limitada y, en cambio, el sufrimiento se refracta en tonos infinitos -dice la escritora María Fernanda Ampuero- La belleza del dolor, dicen, para que no sea tan insoportable que lo que más nos guste sea producto de lo que más tememos". Hete aquí esa serpiente que se muerde la cola: lo que queremos hacer, lo que más amamos, desciende directamente o es inseparable de lo que más tememos.
El escritor Roy Galán sostiene que la tristeza es un activador de la creación, porque nos hace creer que aquello que sentimos es más importante, es necesario, y merece ser escuchado. "Pero no lo es. Lo único que pasa es que la tristeza nos provoca el arrojo suficiente para mostrarnos. Ese es el arte más inmediato, el vómito. Existe, obviamente, otro tipo de arte que tiene que ver con la contemplación, y no necesita de la tristeza o la euforia para concretarse", dice.
Llegados a este punto, frente a frente con la figura del creador que debe su sensibilidad artística a su natural melancólico, la pregunta más difícil, la más dura de explorar, sería la siguiente: Si tuvieras que elegir, qué escogerías: ¿la felicidad o la creación?
"Yo hubiera preferido no escribir ni una sola palabra y haber sido feliz. Yo preferiría no escribir una sola palabra y ser feliz. Pero no fue así y no es así", sentencia María Fernanda Ampuero. En su opinión, no es cuestión de enlazar algo con algo, sino de que lo que creas es lo que tú eres.
"Estoy convencida de que el daño nos moldea mucho más que el amor o que la alegría, que lo que somos cuando somos de verdad viene de una decepción, de un moratón, de una terrible verdad, de masticar algo que creías sólido y no era más que humo. Quiero decir, creas con lo que eres y si eres una persona rota lo tuyo va a manar, como la sangre de una herida abierta, de ahí".