El aterrador momento en que un estudiante de piloto abre la puerta de un avión en el aire
Indagamos sobre los motivos que llevan a padres y madres a celebrarla
El 19 de mayo de 1991 fue un día especial: hice la primera comunión. Un rito en el que, pese a no ir a un colegio religioso, participaban la mayoría de mis amigos: simplemente era lo que había que hacer. Y se suponía que significaba algo importante. Tras ir a catequesis, ya podíamos recibir las redondeadas obleas que repartía el cura los domingos en la iglesia del barrio. No fueron muchas: poco después decidí que aquello no iba conmigo y que sería ateo el resto de mi vida.
Del mismo modo a lo que ha ocurrido con el número de bautismos o matrimonios religiosos, en España cada vez son menos los menores que hacen la primera comunión. Y sin embargo, la cantidad sigue siendo significativa, al menos si atendemos a las cifras de la Conferencia Episcopal, que asegura que cada año pasan por el altar para comulgar por primera vez unos 245.000 niños y niñas en nuestro país.
Lola tiene 76 años, 50 de los cuales lleva dando catequesis en el centro de Madrid. “Antes se daba en los colegios, por lo que había muchísimos más niños y niñas que hacían la comunión”, cuenta. “Hace un tiempo la Iglesia recomendó que se impartiera en las parroquias en vez de en los colegios, y yo estoy de acuerdo: el colegio no es una participación de la vida de la de la iglesia, sino de la vida escolar”.
Los tiempos cambian, y Lola es consciente de ello. “Dos de mis tres hijos se han casado por lo civil, y me parece perfecto”, apunta. “Como creyente, creo que la gente ha de participar de los sacramentos siempre que sea algo que vaya a mantener. Si no crees en ello, no tiene mucho sentido”, opina.
Pero para creer en ello, alguien tiene que contártelo. ¿Qué se les enseña a los niños y niñas en la catequesis? “Fundamentalmente, a amar a los demás”, explica Lola. “Se hace a través de la vida de Jesús y de su palabra en el Antiguo y el Nuevo Testamento. Porque Jesús era, ante todo, un educador en valores. Todo lo que hay en el Evangelio pasa por hacer el bien”, asegura.
Los tres hijos de Ana (dos niños y una niña) también hicieron la comunión. El último, hace un par de años. “Fue una iniciativa nuestra”, cuenta. “Los niños van a un colegio religioso en el que se daban todas las facilidades. La práctica totalidad de la clase recibió catequesis e hizo la comunión”.
Mucha de esa catequesis tiene lugar los viernes por la tarde después del colegio. Una circunstancia que los hijos de Ana llevaron bastante bien. “No recuerdo que se quejaran mucho”, ríe. “Después, cuando se acercó la celebración, lo vivieron con ilusión, tanto por el momento como por los regalos”.
Esos regalos, unidos a la inexcusable comida posterior, se llevan un buen pico. De media, entre los 2.000 y los 3.000 euros, dependiendo de la ciudad en la que se celebre la comunión, según datos de FUCI, la Federación de Usuarios Consumidores Independientes. “Cuesta dinero, sí”, reconoce Ana. “En nuestro caso somos una familia amplia y generosa a la hora de hacer regalos. Pero si tienes en cuenta que algo de ropa estrenas y la factura del restaurante… supone un pequeño desembolso”.
En opinión de Jorge Benedicto, profesor de Sociología de la UNED y autor de varios informes sobre la juventud española, la primera comunión sigue siendo, ante todo, “un acto social ligado al entorno en el que crecen los niños y niñas”. También, y sobre todo, una celebración “unida a la importancia que los colegios concertados dan a la educación religiosa”.
“Si vas a un colegio religioso, harás la comunión”, asegura el sociólogo con contundencia. “Ni siquiera es una cuestión ideológica: mucha gente lleva a sus hijos a ese tipo de colegios por una cuestión de estatus. Y ahí todos lo niños tienen esa presión social: si tuviéramos datos de cuántos niños que no estudien en colegios religiosos hacen la comunión, nos daríamos cuenta de que son poquísimos”
La presión social a la que alude Benedicto desaparece, generalmente, con la llegada de la adolescencia. “La prueba es lo que ocurre cuando los niños y niñas salen del colegio y van a un instituto público: son poquísimos los que eligen la religión como asignatura optativa”, apunta.
Para el sociólogo, “España vive uno de los procesos de secularización más marcados de Europa”. Una afirmación que sustenta con datos. “En el último informe de juventud que dirigí, en 2016, menos del 50% de los jóvenes 16 a 29 años se declaraban católicos. Y los practicantes apenas llegaban al 9%. España siempre se caracterizó por una especie de catolicismo sociológico que poco a poco está desapareciendo”, concluye.