El emotivo momento en que un niño paciente de cáncer se reúne con sus hermanos tras seis meses en el hospital
Ni Seinfeld, ni Ricky Gervais ni Louis C.K.
He hablado con un amigo mío cómico y me ha contado cómo es el día a día de alguien que se dedica a ir a bares, coger un micro e intentar hacer reír a un montón de personas que a veces no están por la labor de hacerlo. Hay muchos cómicos, muy pocos alcanzan la fama y casi ninguno de ellos puede vivir de ello.
Mientras tomamos café hablamos sobre humor, sobre comedia y sobre 'stand-up comedy'. El cómico de stand-up comedy es como hemos llamado toda la vida aquí al 'monologuista'. Nunca me gustó esta palabra. Mi amigo lleva más de 15 años 'subiéndose a los escenarios'. Bueno, no todo han sido exactamente 'escenarios'.
Mi amigo me hace una comparativa con algo que cuenta el cómico 'Jim Jefferies' en su último monólogo para Netflix. Parece ser que Mariah Carey lo invitó para que actuase en la fiesta sorpresa de su marido. Así que, de repente, y en plena jarana, aparece Jefferies en una esquina gritando chistes mientras los invitados lo observan algo estupefactos y Leo DiCaprio casi lo invita a largarse. Mi amigo piensa igual que Jeferies: “la única diferencia entre un borracho y un cómico es el micro”.
Me cuenta que ha estado en miles de situaciones similares a las de Jefferies. Una vez incluso le quisieron pegar. Fue en Pravia, hace muchos años. Tras la actuación, mi amigo ligó y se enrolló con la ex-novia del macarra cachas violento del pueblo, que casualmente estaba allí. Minutos después, mientras un montón de tipos agarraban al gorila otros escoltaban a mi amigo hasta su hotel.
Como éstas ha habido mil. En un bar de mala muerte perdido en un pueblo de la Valencia profunda, la persona encargada de llevarle de vuelta al hotel era un inquietante cocainómano hasta arriba de todo que sin duda hubiera provocado un accidente con varias vueltas de campana. El mal rollo que le dio aquel personaje fue tan colosal que mi amigo tuvo que inventarse una excusa y gastarse el dinero de la actuación en un taxi de vuelta a Madrid.
Por no hablar de lo 'kafkiano' que resultaba intentar encontrar todos aquellos pueblos perdidos en la era pre-GPS. Se pasaba el día preguntando a cuantos lugareños se encontraba a su paso: dónde estaba el pub, bar, posada o salón de actos en el que supuestamente iba a actuar. Sierra, niebla, noche y miedo, son cuatro de las palabras que mejor describen aquellos maravillosos años.
Le pregunto que si pese a todo esto le merece la pena. Él me responde que ahora es más mayor y le cuesta más. Aparte de que él ahora trabaja como guionista en TV y no tiene, ni la necesidad ni el tiempo de recorrerse España de tugurio en tugurio. Pero cuando era más joven le fascinaba. Era un yonqui del stand-up comedy. Ha hecho auténticas locuras por un bolo.
Locuras, como por ejemplo, coger un avión, actuar en Las Canarias, volver a Madrid el mismo día por la noche, y a la mañana siguiente, y sin dormir, ir al Instituto en el que impartía clases de dibujo artístico sin que nadie del trabajo supiera que era cómico. Una estresante y excitante doble vida muy parecida a la de un agente secreto.
Me recomienda un documental en el que 'Robin Williams' se ve a sí mismo como un adicto al stand-up comedy, a las risas, a los aplausos y a la adrenalina. Mi amigo, salvando las distancias, entiende a Robin Williams. Cuando hace mucho actuaba en 'La Chocita Del Loro' y veía las colas de gente dar la vuelta a la calle, lo describe como uno de los mayores subidones de su vida.
“Era algo mágico, ahora todo es mucho más rutinario”. “Antes los shows eran más intuitivos, ahora todo está bastante controlado”. Aun así, hay compañeros que se han hecho mayores y que se han quedado atrapados en esa época. Son cómicos las 24 horas del día. Son peña muy intensa que terminan siendo insoportablemente agotadores. El cómico, salvo raras excepciones, debe quedarse en el escenario.
Esas raras excepciones tienen que ver con chicos y chicas que van a querer conocerte y probablemente fornicar contigo tras la actuación. Ahí es mejor no abandonar al cómico, ya que el cómico es un personaje potencialmente erótico. Otra excepción es cuando eres famoso. Los fans te van a dar mucho la lata con autógrafos, selfies y peticiones de chistes.
El cómico, y no la persona, puede ser un buen chaleco antibalas. Pero por esto último no hay que preocuparse demasiado ya que prácticamente el 90% de los cómicos de este país son anónimos.
Mientras nos acabamos el café hablamos sobre la falta de cultura de comedia que hay en España. Hay gente que se atreve a decirme: “es que a mí los monólogos no me gustan. Es absurdo. Es como si yo digo, es que a mí la música no me gusta, ¿ninguna?” Lleva toda la razón. Poco o nada tiene que ver 'King África' con 'Johann Sebastian Bach' o 'Jaimito Borromeo' con 'Louis C.K'.