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UN DESNUDO DEJA DE SER POLÉMICO CUANDO LO VES DURANTE HORAS
Hubo desnudos, pero no sexo. En performance ‘Mount Olympus’ hay actores que juntan sus genitales, pero, no es fist-fucking. Todo esto es irrelevante, y apela al puritanismo naif más rancio de la sociedad que nos ha tocado vivir. La tragedia griega de Jan Fabre dura 24 horas ininterrumpidas y es el espectáculo del año. Yo estuve allí. Y Pedro Almodóvar también.
Han pasado siete meses desde que compré mi entrada para ver ‘Mount Olympus’, de Jan Fabre. Las 800 butacas se agotaron el mismo día que se pusieron a la venta. La obra empieza a las 19:00 de un viernes y termina rigurosamente a las 19:00 del sábado, sin interrupción ni descanso.
Puedes echar una cabezada en tu butaca o ir a las salas habilitadas con moqueta y almohadas para echar un sueño, pero si de verdad le echas ganas: puedes pasar un día completo viendo a 30 actores subidos al escenario e interpretando mitos griegos, sin pausa y sin descanso.
Según se acercaba el estreno (estreno y despedida, porque solo hubo una representación), los medios de comunicación empezaron a afilar sus titulares sobre el contenido polémico de la obra: desnudos integrales, sexo explícito y sangre sobre el escenario. A mí, lo que realmente me ponía nervioso era pasar todo un día sentado en una butaca.
Un día antes, el director de los Teatros del Canal, gestionado por la Comunidad de Madrid, envió a todos los espectadores una carta explicando las reglas del evento. No puedes entrar con comida al teatro, pero habrá una cafetería abierta las 24 horas. No puedes hacer fotos, no puedes robarle el asiento alguien que tenga mejores entradas aprovechando que se ha ido a dormir. No puedes entrar con mochilas. Yo incumplí todas las reglas.
Media hora antes de entrar al teatro una masa de espectadores esperábamos en la puerta. La sensación no era la de otras veces. Esta vez había un poso apocalíptico en todos nosotros. Como si fuéramos a viajar en el Titanic, a sabiendas de que se iba a hundir.
Varias personas preguntaban pidiendo entradas sobrantes a los corrillos, como en un día normal, pero ellos también llevaban ese temor en la cara. Entre los asistentes: Pedro Almodóvar y Antonio Garriges Walker. Dos perfiles muy distintos con los que jamás imaginé compartir 24 horas despierto.
Los primeros 10 minutos de representación marcaron la dinámica de lo que sería en adelante. Dos parejas de hombres desnudos sobre el escenario, dos de rodillas y dos de pie. Los que están de rodillas ponen la boca en el ano de los que están de pie, y tratan de hablar. Hablan, pero no se les entiende. Y son los que están de pie, quienes dicen lo que los otros introducen en su culo, palabras que recorren sus intestinos y hacen el camino inverso a la comida, hasta salir por la boca y anunciar el comienzo de esta orgía de teatro.
En adelante hubo infinidad de desnudos. Muchos sin mayor emoción: un cuerpo deja de ser polémico cuando llevas 10 horas viendo cuerpos. Otros eran más turbadores: como ver a seis mujeres rasurándose el pubis, y sangrando (de mentira), con las piernas abiertas en ángulo de 180 grados.
Las primeras cuatro horas vuelan. Tal vez porque íbamos concienciados. De hecho, hubo un par de escenas hacia las 00:00 en las que todo el teatro se vino arriba con grandes ovaciones.
Pero poco a poco esa pasión fue normalizándose, porque el cansancio empezaba a drogarnos. Cuando salí a pasear un poco por el vestíbulo, a la una de la madrugada, los pasillos eran un hervidero de espectadores, el edificio completo estaba tomado. Eso también era parte del precio de la entrada: sentirte drogado y en unión.
En adelante, el teatro fue una colmena, con gente entrando, saliendo, durmiendo, despertando, bebiendo café, subiendo escaleras… Y ahí es donde está la maravilla de Jan Fabre. Poco importa si cada minuto de esta performance tiene calidad (y una gran cantidad de minutos fueron sublimes), sino que lo importante es vivir esta experiencia: 800 personas drogadas por el sueño y sumergidas en la Grecia clásica.
Unas tragedias griegas que, de alguna forma, apelan a los horrores más primarios de la humanidad, a nuestra propia huella como seres. Traición, placer y fatalidad. Padres que asesinan a los hijos, hijos que asesinan a los padres. Sexo y destino.
Cuanto más de noche se hacía, más impactantes eran las escenas oníricas del escenario: con escenografías colosales en las que reinaba el humo, la sangre y los movimientos sinuosos de los actores. Y más ebrio te sentías, y más indefenso.
Me eché una cabezada de 15 minutos en una de las salas habilitadas para el descanso. Al despertar, tuve unos instantes de amnesia. Estaba en un espacio oscuro, apenas iluminado con unas luces led, similares a las del escenario. A mi alrededor percibía la respiración de otras personas, y en mi cabeza aun seguían resonando un batiburrillo de tragedias griegas. Por un instante, creí que estaba en el escenario y a la vez en un sueño.
De nuevo, en el patio de butacas, tu mente no procesa más información, y empiezas a cabecear cada tres segundos. Así durante horas. Por cada tres palabras de la obra, tu mente añade otras tres en un pre-sueño que no dejas arrancar.
Los actores de Jan Fabre no son humanos. No sólo están despiertos 24 horas sobre el escenario, que ya en sí me parece una proeza. Sino que Fabre les fuerza hasta el límite: 20 minutos de saltos a la comba, sin parar. 20 minutos de giros de ballet en círculo, sin parar. 20 minutos de espasmos colosales... Muchos de los estruendosos aplausos de los espectadores no eran porque hubiera belleza en las palabras o en las tramas, sino porque estábamos conmovidos por el esfuerzo que teníamos delante.
Los medios de comunicación estuvieron varios días avisando de la polémica de esta obra: los desnudos y el sexo explícito. Hubo desnudos, pero no hubo sexo. Existen representaciones teatrales donde los personajes vuelan, y ningún medio afirma que vuelen de verdad.
En esta performance hay actores que juntan sus genitales, pero no podemos afirmar que estén teniendo sexo. Como una coloproctología no es un fist-fucking. Todo esto no es relevante, y apela al puritanismo naif más rancio de la sociedad que nos ha tocado vivir: ¡mira, una teta!
Con cuatro horas por delante de teatro, sientes que esto se acaba, cuando precisamente es más de lo que ha durado cualquier obra que hayas podido ver antes (en mi caso, con excepción de '2666', de 5 horas en Matadero).
Cuando crees que ya no puedes ver más vaginas, penes, tragedias, sangre, belleza, esfuerzo y togas, es cuando llega el final definitivo, a las 19:00 en punto del sábado. Fabre lanza fuegos artificiales sobre los cuerpos de los actores, un fin de fiesta orgiástico, como digna síntesis de todo lo que hemos visto. Un aplauso de 15 minutos, y todos a casa a dormir.