El aterrador momento en que un estudiante de piloto abre la puerta de un avión en el aire
Hablamos con expertas en la materia
La anécdota tuvo lugar durante una de las centenares de asambleas que se celebraron en la Puerta del Sol durante el 15-M. Un joven tomó la palabra para reflexionar en voz alta sobre cuáles debían ser las prioridades de la protesta que empezaba a copar los titulares de todos los medios.
- “Estamos aquí, sobre todo, para pedir un cambio en la ley electoral y el fin de la corrupción. Y en eso tenemos que estar todos juntos”.
- “¡Todas juntas!”, exclamó una mujer entre la muchedumbre.
- “Perdón: todas juntas”, corrigió el joven antes de proseguir con su discurso.
A aquella intervención le siguieron otras. Y las formas de expresarse fueron diversas: hubo quien empleó el femenino plural. Otros optaron por el desdoblamiento (todos/todas, juntos/juntas), lo que acaba resultando tedioso. Y un tercer grupo simplemente hizo lo que, en teoría, dice la Real Academia de la Lengua: que, en castellano, el plural se construye con el masculino gramatical como género neutro con el que referirse a hombres y mujeres.
Hoy, ocho años después de aquel 15-M que cambió algunas cosas en el panorama político y social (otras no tanto), el debate sobre el uso del llamado lenguaje inclusivo o lenguaje no sexista está sobre la mesa más que nunca. También, y muy especialmente, entre los que tenemos la palabra como herramienta de trabajo habitual.
Las dudas que surgen son, pues, muchas y muy variadas. ¿Cómo deberíamos escribir? ¿Deberíamos utilizar el llamado lenguaje inclusivo? ¿Son las palabras que escogemos importantes a la hora de luchar por una igualdad real entre hombres y mujeres? ¿Hasta qué punto está cambiando el feminismo la manera en que nos comunicamos?
“El lenguaje inclusivo es la gran asignatura pendiente de todas las redacciones periodísticas”, opina Graciela Atencio, de la plataforma feminicidio.net.
“Desde nuestra web hacemos un monitoreo constante de las noticias sobre violencia de género o igualdad, y hay una gran diferencia entre los medios grandes y los alternativos, en los que existe una tendencia clara a utilizar el lenguaje inclusivo. Los medios grandes tienden a no saltarse las normas de la RAE: se resisten a aceptar la revolución que está viviendo la lengua. Sencillamente no lo tienen como una prioridad”, lamenta.
En opinión de Atencio, “el lenguaje inclusivo es como una gimnasia: hay que practicarlo”, que recuerda lo sencillo que puede llegar a ser evitar determinadas fórmulas en favor de palabras genéricas (“la gente”, “las personas”). En su opinión, “se debe usar el femenino y el masculino, pero también se puede incurrir en ciertas transgresiones: nunca usaría la arroba, las equis o la e, pero si hay una mayoría de mujeres uso el femenino plural. También empleo la palabra jueza o miembra, aun a sabiendas de que hay gente a la que le horroriza. Creo que la lengua es algo vivo y que muta con el tiempo”, sostiene.
Atencio recuerda la que considera una máxima clave del feminismo: “lo que no se nombra no existe”. Y asevera: “La lengua española es androcéntrica en su concepción histórica. Sí: el plural se construye en masculino, pero éste no representa a las mujeres por mucho que sea un genérico. En determinados discursos, el que no te nombren puede significar que te invisibilicen”.
Por ello, cree, “el lenguaje inclusivo aporta y mejora la lengua, la hace más rica y la sube a la ola del cambio que estamos viviendo con el avance de los derechos de las mujeres. El cambio es inexorable”, concluye.
¿Hasta qué punto es así? Hablemos con los que se dedican a esto. Judith González forma parte de la Fundéu, la Fundación del Español Urgente, que ayuda a solventar toda clase de dudas al respecto del uso de la lengua, también en los medios de comunicación
“En el llamado lenguaje inclusivo se mezclan diversos asuntos: el masculino genérico, la
feminización de cargos y profesiones, la economía lingüística y hasta complicados casos de
concordancias gramaticales”, explica Judith. “No conviene meter todas esas cuestiones en el mismo saco, porque entonces caemos en generalizaciones vagas y chascarrillos fáciles”.
“Una cosa es, por ejemplo, el masculino genérico, que se sitúa más en el nivel gramatical de la
lengua, y otra el femenino de una profesión en concreto, que está en el nivel léxico. Es más fácil y
más rápido conseguir un cambio como el segundo que lograr el consenso necesario como para
generalizar un cambio como el primero”, explica Judith.
“En la Fundéu siempre hemos ofrecido la forma plenamente femenina de aquellos cargos y profesiones que, de acuerdo con la morfología de nuestra lengua, pueden tenerla.
Recomendamos, por ejemplo, pilota, obispa o edila. Y lo hacemos siendo conscientes de que tienen una aceptación irregular. Sabemos que a muchas personas «les suenan mal», pero también que el hecho de que una palabra suene bien o mal no es en sí un criterio lingüístico”.
“Los hablantes, al final, son quienes siempre deciden”, apunta Judith.
“Desde la Fundéu tratamos de que esa sea una decisión informada entre opciones gramaticalmente válidas, correctas. Nuestra labor es que la gente sepa que puede decir la juez y también la jueza, después ya es cada hablante quien emplea una palabra u otra. Las que triunfen, las que mayoritariamente se empleen, son las que se quedarán y estarán vivas en el caudal léxico de la lengua; las otras caerán por su propio peso en la evolución del español”.
¿Es sexista, pues, la lengua española? Judith reflexiona sobre ello.
“Todas las gramáticas de nuestra lengua indican que el género no marcado es el masculino. Es una cuestión de la evolución histórica de nuestra lengua, no es que un cónclave secreto lo decidiera un día y lo aplicara por decreto. Otra cuestión es que ese masculino contribuya, como hay quien cree, a invisibilizar a la mujer”.
Judith pone un ejemplo para ilustrarlo. “Si yo digo la palabra ‘casa’ y cierras los ojos y piensas en una casa, quizá en tu dibujo mental veas una casa aislada con un tejado, una chimenea humeante y un arbolito. ¿Diríamos entonces que la palabra casa contribuye a invisibilizar a los bloques de pisos, las colmenas de viviendas o los pareados? En toda palabra hay una asociación entre un significante, la forma de la palabra, y un significado, el dibujo mental. Y ese dibujo mental no solo depende de la palabra: también de nuestro bagaje, nuestro conocimiento del mundo, el contexto histórico y social y hasta de nuestra propia vida”.
En el caso de los medios de comunicación, la portavoz de Fundéu reconoce que “se trata de un tema que suscita gran interés. En los medios orales es más frecuente recurrir a desdoblamientos que en los escritos. También en la oralidad es donde más destacan las propuestas espontáneas, los empleos incipientes del «femenino genérico» que ya se empiezan a escuchar, por ejemplo, en el mundo deportivo.
Por otra parte, hay ocasiones en que es sencillo recurrir a sustantivos colectivos, como vecindario, alumnado o profesorado, en lugar de los vecinos, los alumnos y los profesores”, recuerda.
Por último, Judith recuerda que “el español es una lengua viva, hablada por muchas personas en lugares muy distintos. Lo que sucede es que ese movimiento está más vivo en el nivel léxico que en el gramatical. Cambiar el género no marcado no es algo que, de suceder, suceda de un día para otro”.
Así pues, la implantación y consolidación del lenguaje inclusivo en todo el ámbito hispánico “puede que lleve siglos”, vaticina Judith. “Las presiones de algunos sectores de la población e incluso de algunas instituciones pueden afectar a la forma en que esos grupos o instituciones se comunican, pero históricamente los intentos de cambiar la lengua desde arriba hacia abajo no han tenido mucho éxito. El cambio que normalmente perdura es el que viene desde abajo, desde los hablantes”.