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un bulto en el pecho ha hecho que el camino de Laura se tuerza

Cuando le detectan un cáncer de mama a los 34 años a una amiga de la infancia

Con dos hijos, un marido y una vida tremendamente feliz, un bulto en el pecho ha hecho que el camino de Laura se tuerza. Y el mío un poco también.

Lazo del Día del Cáncer de MamaiStock

Sé que Laura no es la primera mujer a la que se le detecta un cáncer de mama. Ni será la última, por desgracia. El cáncer, esa enfermedad que hace que se nos erice la piel, nos rodea por todas partes como una sábana que se niega a abandonar nuestro cuerpo cuando nos hacemos los remolones. No escribo este artículo para hablar de lo que cruel que es el cáncer ni para contaros que la vida de Laura jamás volverá a ser la misma cuando supere esto (porque lo hará). Tecleo estas palabras porque nunca antes (afortunada yo) había pasado por mi mente la frase “podría ser yo”.

Como mujer, leo a diario noticias sobre violaciones, sobre chicas que corren maratones tras vencer al cáncer, sobre violencia de género… Quizá sea porque los veo una y otra vez, pero creo que me he vuelto un poco insensible al respecto. No me refiero a que no empatice ni a que no me preocupe y moleste, sino a que nunca he creído que pudiese pasarme a mí. ¿Me creo más lista que ellas? ¿Invencible tal vez? ¿Por encima del bien y del mal? Puede. Sin embargo, cuando Laura nos llamó para citarnos en su casa tras una revisión ginecológica, mi vida se tambaleó. Y creo saber el motivo.

Conozco a Laura desde el jardín de infancia. Fuimos juntas al colegio, al instituto y aunque yo me fui a estudiar fuera, siempre mantuvimos el contacto y hemos sabido permanecer cerca en la distancia contándonos nuestro día a día. Haciéndonos partícipes de cada paso que damos. Es una hermana para mí, y eso que ya tengo una. He vivido muy de cerca enfermedades devastadoras como la leucemia. Mi tía lleva luchando contra ella cuatro años. Mi padre sufrió un ictus hace cinco y a día de hoy aún arrastra la mitad de su cuerpo en lo que, sin lugar a dudas, es una agonía que lleva con la mayor dignidad posible. Dos duros golpes que me marcaron y me marcarán para siempre. Para bien y para mal. Con sus momentos de rabia y de ira mezclados con otros de resignación y aceptación. Una maldita montaña rusa de la que uno no baja nunca.

Llegamos a casa de Laura y allí estaba ella. En el salón. Rodeada de los juguetes de sus dos hijos a los que acababa de acostar. Estaba agotada. Las ojeras la delataban. Nos dijo que si queríamos algo de beber y nos sentamos junto a ella. Su marido nos dejó solas. Allí, junto a sus cuatro mejores amigas, Laura nos contó que le habían detectado un cáncer de pecho bastante agresivo. “La buena noticia es que está bastante localizado y me operarán para quitármelo entero. Si no hay complicaciones, con la operación podría bastar”, nos dijo sin poder contener las lágrimas.

Ninguna dijo nada. ¿Qué decir en un momento así? La abrazamos, la consolamos y le ofrecimos todo nuestro apoyo. Media hora después, mis amigas y yo regresábamos a casa sin saber cuáles eran las palabras adecuadas que pronunciar incluso entre nosotras. Mi amiga Carla dio en el clavo: “No me lo creo. Es que podríamos ser nosotras”. Bingo. Quizá no tenga ningún sentido lo que estoy diciendo, pero el ictus de mi padre o la leucemia de mi tía fueron cosas que les pasaba a “la gente mayor”. Yo, en mi querida treintena, sigo achacando ciertas cosas a la edad y no concibo que puedan pasar en otro momento de la vida.

El cáncer de mi amiga Laura me ha hecho darme cuenta de lo privilegiada que he sido hasta el momento. Ninguno de mis amigos ha sufrido jamás un accidente, no he perdido a ninguno. Se han muerto padres de amigos, abuelos, tíos… Pero nunca nadie que haya ido conmigo a clase o con el que comparta año de nacimiento y me toque de cerca. “¿Es que esta tía no vive en el mundo real?”, os preguntaréis muchos. Pues seguramente en este sentido no.

Me sucedió algo parecido cuando mi padre sufrió el ictus. Jamás había pensado en que mi progenitor pudiese abandonarme sin ser un adorable anciano. Habían fallecido padres de amigas, pocos, pero alguno. Sin embargo, yo vivía al margen hasta que me tocó de pleno. Ahora, esa muesca ha hecho que sea plenamente consciente de que mi padre (y mi madre) podrían morir en cualquier momento. En cualquiera.

De hecho, puede que el cáncer de Laura me haya hecho darme cuenta de que la muerte no entiende de edades. De nuevo, muchos pensareis que esto es algo obvio. Cierto. Pero una cosa es que algo sea una verdad irrefutable y otra muy distinta es tomar conciencia de ello. Y es que las primeras veces son jodidas. De nuevo, una verdad irrefutable. No digáis que no.

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