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PEQUEÑOS DESASTRES Y MUCHAS MANCHAS

Cuando no hay papel higiénico: tickets diminutos, pantalones empapados, huidas e ingenio

Repasamos en clave de humor un surtido de anécdotas curiosas relacionadas con dificultades a la hora de ir al baño en lugares públicos sin recursos higiénicos. Accidentes, apuros, situaciones embarazosas, risas y muchas manchas. Pequeñas catástrofes de la vida cotidiana narradas por sus protagonistas.

Chica en el aseo con papel higiénico iStock

Toñi tiene hoy sesenta y dos años y recuerda un episodio explosivo a carcajada limpia: “Esto sería a principios de los noventa que trabajaba yo de agente de seguros, iba mucho de visita a las casas. Pues un día estoy en la casa de un cliente y me vienen los peores retortijones de mi vida. Le pregunto por el baño y resulta que estaba al lado del salón, en todos el medio de la casa".

"Imposible porque aquello me iba a reventar, imagínate tú el escándalo. Me despido rápidamente sin haberme podido aliviar y al salir a la calle me meto en el primer local que encuentro, una mercería. Le digo a la muchacha que me ha venido la regla y tengo una urgencia, que por favor me deje usar el baño de la trastienda”.

“Y una vez allí, POM, exploté con el culo en alto para no tocar la taza. Toda la pared pringada. Un desastre. Busqué con todo el apuro y no había papel higiénico. Miré en mi bolso y encuentro un ticket, ¡un triste ticket del supermercado! Por la vergüenza que me daba lo gasté en intentar quitar un poquito de la pared pero ese papel no limpiaba, era peor todavía, extendía las manchas de caca líquida".

"Puse el culo en un lavabito que había con mucho trabajo, me lo lavé y salí rápidamente dándole las gracias. Le tenía que haber dicho algo pero me daba demasiado apuro y no me atreví. Me fui corriendo y no volví a pasar por aquella calle en mi vida. Es que si paso por allí en coche todavía me acuerdo y escondo la cara”, añade.

Mario, de veintinueve, vivió un suceso parecido e inventó una solución sobre la marcha: “Estaba en un bar con amigos y el chico que me gustaba. De repente tuve que ir al baño urgentemente y pegué un cañonazo en el váter sin que me diera tiempo a ver si había papel o no, y no había. Era un solo baño y en aquel momento en el bar solo estábamos nosotros, así que el siguiente que entrara iba a saber que había sido yo. Eso me preocupaba más que limpiarme el culo, que también".

"Llevaba un jersey y una camiseta, me quité la camiseta y traté de limpiarlo todo con ella, mi culo incluido y la pared, porque había salpicado un horror, y no quedó ni mal. La camiseta la tiré a la basura hecha una bola con pena porque me gustaba pero más con alivio que otra cosa, y salí sólo con el jersey. Lo más gracioso es que al salir se dieron cuenta de que ya no llevaba camiseta debajo, me preguntaron y lo tuve que contar porque no se me ocurría ninguna excusa. Pero no salió fue para tanto como yo había temido, nos reímos y me dijeron que me había apañado muy bien dadas las circunstancias”, dice.

Mari Carmen, enfermera de treinta y seis años, una vez se rio demasiado: “Se cayó una amiga mía en medio de una plaza de una manera muy aparatosa y no se hizo nada, ella se estaba riendo también, pero era un ataque de risa tan fuerte que perdí el control y pensé que me meaba encima. Corrí al baño de un bar pero llegué un poco tarde, meé una parte en el váter y otra en mis propios pantalones".

"Y ahora no había papel. Se me ocurrió lavarme las piernas subiéndolas al lavabo pero tampoco había toalla, así que me tuve que poner los pantalones mojados sobre las piernas mojadas. Un asco, además no tenía manera de conseguir cambiarme hasta que no llegara a mi casa, pero no lo recuerdo mal porque fue motivo de cachondeo durante horas, que saliera todo tan mal nos daba todavía más risa”, asegura.

José, profesor de instituto de cincuenta y cinco años, tuvo un apretón en la playa: “Estaba sentado al sol en una silla de playa cuando noté que me descomponía vivo. No sé si tendría que ver que me había hartado de sardinas y sangría un rato antes pero de repente estaba que me moría, con los ojos desorbitados buscando un chiringuito con servicio, una caseta, algo. Estaba en una zona un poco remota y bares no había pero a lo lejos vi una caseta de madera que tenía que ser un baño. Pero como digo estaba a lo lejos y no llegué a tiempo. Me cagué en el bañador y notaba la masa sobre el forro interior de rejilla. Me daba miedo seguir andando y que chorreara.”

“Seguí andando hasta la caseta con la mano en el culo y allí sacudí lo más grueso del bañador pero necesitaba un lavado a fondo. Me daba cuenta de que era cómico y ahora me río pero en aquel momento estaba muy agobiado, además mareado porque me encontraba mal".

"Volví a por mis cosas, mis amigos se estaban bañando y me fui sin decir nada, luego lo expliqué por teléfono. El paseíllo fue lo más embarazoso que me ha pasado. En aquel momento sólo quería desaparecer, ducharme y tirar a la basura el bañador directamente”, explica.

Julia, de cuarenta y cuatro años, se encontró una noche en una situación de especial desamparo pero gracias al socorro de una amiga consiguió sobreponerse a la tragedia: “Estaba en un bar con veintitantos años y no sólo no había papel ni agua corriente, es que además se me fue la pinza, apunté mal y me chorreé todas las piernas de pipí y me salpiqué la falda".

"Un bochorno, y en el bolso lo único que tenía que me pudiera servir era una entrada de cine, que no la usé porque era ridículo. Mi recurso fue salir toda mojada a buscar a una amiga que me ayudara. Ella volvió al baño conmigo, tenía pañuelos de papel y se le ocurrió secarme la falda con la máquina de aire caliente. Y oye, salimos del paso, me dio apuro pero también nos reímos”, expone.

La risa y la imaginación, como en tantas otras ocasiones, los grandes recursos de los que se encuentran en situación de necesidad.

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