El emotivo momento en que un niño paciente de cáncer se reúne con sus hermanos tras seis meses en el hospital
TUBERCULOSIS Y ROMANTICISMO
Rostro pálido, piel casi transparente, rubor en las mejillas, manchas de sangre en un bordado, un cuerpo caliente que se consume poco a poco. Entre los años 1780 y 1850, la mortífera enfermedad se hizo sinónimo de romántica y se convirtió en ideal de belleza femenino.
"Era encantador tener aspecto de enfermo", Camille Saint-Saëns
Susan Sontag lo afirmó en su gran libro 'La enfermedad y sus metáforas': "La tuberculosis vuelve al cuerpo transparente", igual que narra lo que sentenció el poeta francés Théophile Gautier: "cuando joven, no hubiera aceptado como poeta a nadie que pesara más de 45 kilos". El inigualable Byron no dejaba de imaginarse a sí mismo enfermo de tuberculosis mientras contemplaba su imagen en el espejo cuando le confesó a su amigo el tuberculoso Tom Moore: "mirad al pobre Byron, qué interesante parece al morir."
A mediados de 1800, tanto en Europa como en Estados Unidos, la tuberculosis se convertía en epidemia. Antes de que Robert Koch, los antimicrobianos y los diferentes avances científicos hicieran su aparición, las víctimas de la plaga blanca entraban en un proceso de consunción: el enfermo se iba apagando poco a poco, se consumía, se veía abocado a una desaparición lenta, dolorosa y enigmática.
La enfermedad del mal vivir o 'mal du siècle' como también se conocía, convertía a los transparentes de cuerpo en objeto de romantización: el pelo se volvía sedoso, la piel fina a punto de desaparecer, la mirada vítrea y dilatada, los labios y mejillas se tornaban de color rojo sangre, debido a la fiebre, sobre una palidez excesiva que gritaba. Los victorianos romantizaron la enfermedad y sus síntomas hasta tal punto que la tuberculosis hizo mella en ideales de moda y belleza. Aquí la imagen y la estética formaban parte, irremediablemente, del cuerpo y del ser.
"Entre 1780 y 1850, la estética tuberculosa se va entrelazando cada vez más con la belleza femenina", afirma Carolyn Day, profesora de Historia de la universidad Furman de Carolina del Sur, y autora del libro de próxima publicación 'Consumptive Chic: A History of Fashion, Beauty and Disease', en el que estudia la influencia de la tuberculosis en la moda, principalmente la británica, a principios de XIX y cómo la enfermedad alteró por completo las diferentes percepciones e ideales de belleza.
Para la autora, la enfermedad realzaba como ninguna los ideales establecidos de belleza en la mujer y se celebraba la tuberculosis como una manera de pasión, originalidad y creación. Una manera insólita, por así decirlo, de volver interesante y diferente a la gente.
Y como no, la moda no tardó en incorporar elementos que destacaran e incluso emularan la enfermedad: corsés puntiagudos y apretados que limitaban la circulación de la sangre y una correcta respiración, faldas demasiado largas que años después se supieron culpables de arrastrar gérmenes de la calle a las casas, y maquillaje blanco para resaltar con pintalabios y colorete boca y mejillas. Todas las mujeres de clase media y alta querían ir a la moda consuntiva.
Este ideal de belleza hizo que muchas de ellas comenzaran a seguir dietas estrictas de agua y vinagre, con el fin de provocarse anemia, lo que conseguía que su tez se empalideciera y se rodeara como de una especie de aura etérea.
Pero la tuberculosis no solo contagió a la moda. Se pensaba que los enfermos, los destetados eternamente de la vida, como los llamaría Robert Louis Stevenson, alcanzaban niveles de creatividad, belleza y pasión sublimes antes de morir. Los llamados raptos o 'Spes phtisica' hacían del tuberculoso un artista envidiado y eterno. Como consolaba Shelley a Keats: "Esta consunción es una enfermedad particularmente amiga de gente que escribe poemas tan buenos como los tuyos."