Liada tras liada... Así son las meteduras de pata de ¡Martita! en su aventura por Barcelona
EL ABURRIMIENTO EQUIVALE A PÁNICO
Se trata de un mal contemporáneo: el exceso de trabajo invade la vida cotidiana hasta el punto de que, en ausencia de la abundancia de obligaciones diarias, muchas personas no saben qué hacer y se ven envueltas en un bucle de estrés mucho mayor que el de afrontar toneladas de labores. Hablamos con una persona que padece esta clase de ansiedad.
Cuando las vacaciones suponen el periodo más estresante del año el ocio se convierte en un problema porque hay que organizarlo en diferentes actividades, hacerlo productivo, semejante al trabajo en sí. Es lo que necesita Tomás, de treinta y nueve años, que trabaja en una agencia de publicidad y está acostumbrado a pasarse la vida conectado a los diferentes proyectos que se dedica a gestionar.
“Para empezar procuro llenar también la agenda de todos los fines de semana y cuando llegan esos días me he encargado de estar ocupadísimo, en teoría porque quiero aprovechar el poco tiempo libre que tengo en cosas que sean interesantes o en cuidar las amistades, pero la realidad es que no puedo estar quieto. Me da ansiedad, como si estuviera desaprovechando la vida, no puedo dejar que las cosas fluyan con naturalidad ni sencillamente descansar un rato. Me levanto y me pongo a hacer cosas hasta que me acuesto. Si no, me siento culpable y fracasado.”
Si ya nos tenemos que enfrentar a periodos más largos, que normalmente van de diez a quince días, la angustia se dispara: “Las vacaciones más largas las lleno de actividades y metas por sistema. Si me queda algún día suelto lo miro en la agenda con disgusto, como con asco, y no paro hasta que lo relleno para no desaprovecharlo. Viajes, excursiones, reuniones, leer tal libro o ver tal película pendiente, todo lo programo. Pero si por ejemplo no termino el libro que tenía previsto me invade una sensación de fracaso total, como si no me hubieran cundido las vacaciones. Me fustigo por no emplear correctamente el tiempo, por no cumplir con lo pactado conmigo mismo. Es bastante tortuoso.”
En caso de que se caiga algún plan el desconcierto provocado puede dar lugar a un ataque de pánico: “Tener de repente un hueco grande en la agenda, como una tarde o incluso un día entero porque se ha anulado una excursión me genera una ansiedad instantánea por llenar ese espacio. De hecho vivo con cierto miedo constante a que se caigan planes y esto pase. Si alguien me dice que no tiene claro lo que vamos a hacer, que ya lo veremos sobre la marcha, me pongo nervioso y trato de cerrarlo como sea. Si se cancela un viaje de fin de semana me vengo totalmente abajo. Esta presión puede resultar agobiante para mi entorno. Así es como me di cuenta de que se estaba convirtiendo en un problema.”
En casos tan extremos y también en los más sutiles, es recomendable el acompañamiento psicológico profesional: “Voy al psicólogo por varios temas”, explica Tomás, “y este es uno de los que tratamos. En parte parece que trato de evitar la inactividad porque en esos momentos tiendo a la paranoia y las actividades constantes esquivan esos pensamientos conflictivos".
"Tengo que perderle el miedo al aburrimiento, a que las cosas no sean productivas y estén perfectamente organizadas, y aprender a lidiar con los pensamientos naturales de la mente de otra manera. Pero lo cierto es que el flujo de trabajo es tan fuerte que combatir su influencia se me hace muy difícil y desconectar totalmente del calendario se me hace prácticamente impensable. Seguiré trabajando en ello, claro. El objetivo es no tener tantos objetivos. Parece un chiste, pero si me lo planteo así igual lo consigo.”