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EL REGRESO A CASA TE HACE PLANTEARTE ESTAS Y OTRAS PREGUNTAS

Cuando vuelves a vivir en casa de tus padres y piensas: ¿por qué narices siguen juntos?

Tras quince años de independencia hogareña, volver al nido en la treintena no solo me ha hecho replantearme mi vida, sino la de mis progenitores. ¿Qué les sigue uniendo?

Agencias Un matrimonio octogenario, esperando

Os pondré en antecedentes. Tengo treinta y tres años y me fui de casa cuando tenía dieciocho. No solo abandoné el hogar familiar, sino que cambié de ciudad. Así pues, mis padres han vivido solos desde entonces. Quince largos años que, mucho me temo, se les han hecho muy cuesta arriba. ¿El motivo? La inmensa y desbordada alegría con la que recibieron la noticia de la vuelta de la hija pródiga, que dirían en la Biblia.

Vale que no esperaba un no por respuesta, pero cuando les comenté que necesitaba ahorrar para un futuro académico en Estados Unidos y que los precios de Madrid, mi ciudad adoptiva, eran prohibitivos, poco más y que montaron una fiesta por mi regreso a Albacete (el Nueva York de la Mancha, todo sea dicho de paso). Mis sospechas de que su vida en pareja se había vuelto monótona y un tanto aburrida surgieron pronto.

El amor, entiendo, que no dura para siempre

Compartir techo de nuevo con ellos me ha hecho ver que poco o nada queda ya de esa pareja jovial y enamorada. Lo primero lo entiendo porque el paso de los años es cruel física y anímicamente y lo segundo lo comprendo porque es ley de vida. Sí, queridos. El amor no dura para siempre. O por lo menos no el que sentimos durante los primeros años.

“Las relaciones evolucionan y al final te acabas adaptando a la otra persona sin querer cambiar esos pequeños detalles que te desquician, te acostumbras a la rutina y el amor pasa a ser otra cosa”, me dice mi madre tomando un café en la cocina mientras mi padre duerme la siesta.

“¿Y qué es esa otra cosa?”, pregunto como si todavía fuese esa niña que cree que su mamá tiene todas las respuestas. “No sé. Cariño, amistad… Es complicado”, me dice. Algo que me recuerda el estado sentimental que muchas veces he visto en el perfil de Facebook de algún que otro amigo o conocido.

Y ahí es donde discrepo con mi madre. Si mis progenitores han llegado a un punto en sus vidas en el que ya no sienten la misma pasión de antes ni las mismas ganas por afrontar nuevos retos en común, ¿por qué no separarse? ¿Qué tiene de complicado cuando ya no hay hijos de por medio u obligaciones económicas importantes como una hipoteca?

Simplemente ya no se quieren

No me malinterpretéis, no estoy diciendo que tengan que divorciarse o que yo lo quiera, pero no lo vería una posibilidad tan descabellada. Soy su hija y sinceramente creo que ambos podrían vivir una segunda juventud si tomasen conciencia de lo que realmente quieren.

Sin hijos a los que criar y con una jubilación bastante decente, mi madre y mi padre podrían hacer, por separado, lo que ya no desean hacer juntos. O quizá lo siguen deseando pero ya no lo expresan en voz alta. Además, ni se odian, ni se han hecho daño el uno al otro… Simplemente lo que antes los unía, ahora ya no.

Mis padres van camino de los sesenta y cinco años y se casaron hace treinta y nueve. Toda una vida, como quien dice. Unidos primero por el amor, después por una hipoteca, por el crédito de un coche, por sus hijas (sí, tengo una hermana, pero ella es médico y le va de lujo) y finalmente por… ¿por?

Ya tendrás tiempo para casarte

¿Qué ocurre en un matrimonio cuando ya se tiene el pack completo? Ese lote que ya no intentan vendernos a los jóvenes pero que nuestros padres se comieron con patatas. El mítico ‘trabajo, casa e hijos’. ¿Por qué a día de hoy hay tantos matrimonios longevos que instan a su progenie a no lanzarse a los brazos del matrimonio demasiado pronto?

Compartiendo de nuevo techo, me doy cuenta de que ellos también saben lo que yo sé (y sospecho que se dieron cuenta de esto hace mucho). Seamos sinceros, esas cosas se notan cuando vives en la misma casa. Y a veces creo que intentan disimular como si tuvieran que protegerme para no romperme el mito del amor romántico. Craso error.

Por supuesto, no quiero generalizar y decir que a todos los matrimonios les ocurre lo mismo tras más de 30 años de convivencia (que se dice pronto), pero me da en la nariz que por ahí van los tiros.

“Ya tendrás tiempo para casarte”, me dicen vecinas, amigas de mis padres e incluso amigos míos que ya lucen alianza en sus dedos y que parece quemarles cuando no han cumplido siquiera su primer aniversario de boda. El miedo que me da, y no os mentiré, es llegar a los sesenta y no tener el valor suficiente como para reconocer que mi matrimonio ya no es el que era. O, aun sabiéndolo, dejarme atrapar por los brazos de la comodidad y del “a ver dónde voy yo con sesenta y divorciada”.

Lo mismo para los hombres, por supuesto. Da que pensar, eso seguro.

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