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Rubén H. que ha sido diagnosticado como adicto al hacking social

Entrevistamos a un hacker social: llegó a espiar a más de 40 personas a la vez

Imagina un juego que consistiera en hablar con otros personajes, manipulándolos hasta acabar doblegando su voluntad y aceptando hacer cosas que jamás aceptarían si no estuvieran engañados. No es un juego, se le llama hacking social, y hoy hablamos con un adicto a hacerlo, tras conocer que esta práctica dañina es una las tramas de la nueva serie de Flooxer, Más de 100 mentiras.

Hacking Social Pexels

Cuando pensamos en un hacker se nos viene a la mente un genio de la tecnología capaz de burlar la seguridad de nuestros dispositivos. Sin embargo, los hackers que más daño hacen son los sociales, porque no pretenden cumplir el reto de vencer a la tecnología, sino de doblegar la voluntad de las personas y hacerles hacer cosas que no harían si pudieran ser libres en su elección o conocieran quien tienen realmente al otro lado de la comunicación, en muchas ocasiones un lobo con piel de corderito.

Los hacker sociales son aquellas personas capaces de manipular a los demás, utilizando entornos digitales (redes sociales), para obligar a sus víctimas a entregarles sus datos personales, fotografías o fotos, y luego orquestar un chantaje alrededor ellas.

Diagnosticado como adicto al hacking social

Las motivaciones pueden ser muchas y muy distintas, y generalmente nunca son buenas. Los pedófilos que tratan de embaucar a menores para que se hagan fotografías comprometedoras y luego extorsionarlos es el ejemplo más triste y habitual de este tipo de prácticas, pero existen motivos distintos. Hoy hablamos con Rubén H. que ha sido diagnosticado como adicto al hacking social.

Rubén H. tiene ahora 32 años y lleva cuatro años sin acceder a redes sociales como parte de la terapia que realiza. Se considera hacker social y su obsesión por espiar la vida de los demás casi acaba con la suya propia.

“Hay quien es adicto al juego online, o al porno online, y no pueden dejar de dedicar todo su tiempo a eso, porque les produce placer, en mi caso la adicción consiste en utilizar las redes para jugar con los demás”, me explica Rubén, que llegó a dedicar todas las horas del día a esto, como si de un ludópata se tratara, perdiendo su trabajo y casi todo el vínculo con la realidad.

Cuando no existía Tinder

Todo empezó hace ocho años, cuando Facebook todavía tenía algo de inocencia, pero ya existían los perfiles y los muros tal y como hoy los conocemos. Rubén empezó a usar esta red social para ligar, no existía Tinder, y la forma de buscar ligue era ver las fotos de perfil de las amigas de amigos, gente con algún vínculo.

“En persona soy muy poco dado a ligar, y había tenido algunas novias por internet, por eso Facebook me pareció perfecto para encontrar pareja, pero si vas con la verdad por delante el resultado tampoco es demasiado alentador, era gordito y por aquel entonces no tenía coche, y al final todo lo que yo podía ofrecer era poco...”, dice Rubén, que reconoce que ligar por Facebook no le funcionó en ninguna ocasión.

Ponerse una máscara fue el principio de su adicción

Lo que se planteó Rubén fue crear un perfil muy distinto al suyo: falso. Con la foto de un desconocido muy atractivo, el típico joven deportista, bien vestido y con estilo. “Empecé a ligar con ese perfil, y me di cuenta de cómo cambia la cosa”, recuerda Rubén. “Al final, una buena foto y echarle morro creando un personaje conseguían todo lo que yo no lograba con mi perfil real”.

El problema llegaba cuando las chicas aceptaban citarse con Rubén, como él no existe, no podían quedar en el mundo real. “Yo me negaba a citarme y daba largas, porque si me ven, entendían que les he mentido, y eso habría sido muy duro”, explica Rubén, que reconoce que al final, disfrutaba más del engaño que de tener una cita real.

“Es como un videojuego, juegas a ser otra persona y te lo crees. Pero también, como estás mintiendo, puedes mentir en todo, y eso es como jugar a ser Dios”, afirma Rubén, que aclara que no era tanto hacerse amigo de estas personas que no conocía, sino jugar a la manipulación.

“Empecé a aplicarme en saberlo todo de ellas y de ellos (pues no solo eran chicas, sino también chicos). El reto consistía en empezar haciéndome su amigo, e ir sumando datos: donde vive, cómo es su familia, donde estudia o trabaja, que cosas le dan miedo, qué problemas tiene”, rememora.

Y cuando toda esa información estaba en manos de Rubén, creaba otros perfiles falsos que también pedían amistad a sus víctimas, y se ofrecían a ayudarle en cuestiones que Rubén sabía que podrían resultar importantes.

“Al final identificas fácilmente quien necesita pasta, y esas son víctimas muy fáciles, sobre todo chicas de familias trabajadoras que con la crisis estaban sufriendo, entonces con otro perfil les ofreces mucha pasta, a cambio de un trabajo que no existe, de tipo sexual pero sofisticado y sin mucha dificultad, nada de penetración, y entonces es cuando, para pasar un supuesto proceso de casting, te pasan fotos desnudas, vídeos, etc...”.

El trofeo era acercar a sus víctimas a la prostitución, por puro placer

Conseguir esas pruebas significaba para Rubén un trofeo, porque implicaba haber dedicado horas y horas, tal vez meses a ganarse la confianza de las personas a las que manipulaba, y por fin le hacían entrega de una parte de su intimidad, con las que podía traficar.

Entonces llega el momento del chantaje. “Cuando tienes fotos de ella desnuda, y tienes audios diciendo lo que haría y lo que no, por pasta, pero a la vez tienes otro perfil en el que eres un buen amigo y sabes quienes son sus padres, sus hermanos… puedes hacer cualquier cosa”.

Aunque tuvo otros modus operandi, el que mejor funcionó a Rubén fue el de ofrecer miles de euros a chicas que estaban en situaciones económicas delicadas, a cambio de trabajos sexuales que no existían. Mientras, el propio Rubén estaba en una situación igual de precaria que ellas, o peor. “El negocio familiar de mis padres se embargó en esa época, y llegó un momento en el que los cuatro que vivimos en casa estábamos en casa, y yo no salía de mi cuarto, siempre con el ordenador”, recuerda.

En ese momento Rubén le confesó a su hermano por lo que estaba pasando, pues su familia creía que estaba pasando por una depresión, al verle siempre solo con el ordenador y sin ganas de salir a la calle, ni hacer nada fuera de casa.

“Pasé casi tres años sin hacer otra cosa más que hablar con gente por internet y sacarles todos los datos que podía, vídeos, fotos… y manipularlos en todo lo que podía, me pasaba 18 horas despierto chateando y mientras mi familia estaba pasando por apuros económicos muy graves les decía que estaba buscando trabajo, pero que no había suerte”, recuerda Rubén, que llegó a recolectar datos de más de 43 personas, a los que llegó a chantajear por pura diversión.

El hermano de Rubén le puso en contacto con un gabinete psicológico del barrio, y este a su vez le consiguió un tratamiento especializado en adicciones. Gracias a ello tomó la decisión de alejarse completamente de las redes sociales y de limitar al máximo sus “relaciones” virtuales. “Esto es como cualquier otro tipo de adicción, nunca dejarás de serlo, lo único que puedes hacer es mantenerte lejos”, finaliza.

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