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Esa gente que sigue llevando mascarilla

Becaria escribe sobre esas personas que siguen usando mascarilla tres años después del estallido de la pandemia del COVID-19.

Un loro duerme la siesta en una hamaca hecha con una mascarilla mientras viaja en cocheNewsflare

Como si de seres mitológicos se tratara, de vez en cuando se aparece por alguna esquina, local comercial o evento, algún despistado o despistada con mascarilla, el más aventurero con quirúrgica; el más precavido con FFP3, una nomenclatura que a la mayoría le suena a distopía lejana y sin ganas de rememorar.

Cuando coincides con esas personas con mascarilla, la primera vez piensas que estarán enfermas y agradeces que se tapen, pero cuando a la semana siguiente y a la siguiente la siguen llevando, algo te hueles de que hay cierta paranoia frente a la mayoría de personas que han normalizado vivir, y con la cara descubierta.

El COVID-19 ahí sigue, se ha gripalizado y no queda nadie que no lo haya pasado. Hasta el propio covid se ha contagiado de sí mismo. La vida hace tiempo que ha vuelto a su anormalidad habitual; hace tiempo que hemos vuelto a las masificaciones, a los eventos saturados y a olernos los alerones en los autobuses y otros medios de transporte masivos. Lo cierto es que usar mascarilla no dejaba de tener sus ventajas de protección social y bienestar olfativo, además de sus bondades sanitarias frente a los contagios de esta peste que paralizó el mundo, se llevó por delante a mucha gente y a otra tanta nos jodió en el trabajo. Pero aquí seguimos quienes podemos contarlo y, cómo no, reírnos.

A principios del año 2022, en este mismo espacio entrevisté a Guillermo, un hombre de mediana edad que seguía manteniendo unas precauciones propias de marzo de 2020, cuando dio comienzo la pandemia: mascarilla por la calle, castración de la vida social, veto a los espacios cerrados, abstinencia sexual, enjuagues mágicos para "matar al bicho" y exceso de información diaria sobre el virus, sus mutaciones, secuelas, vacunas y otras curas: se autodenominó como coronófobo. He vuelto a contactar con él para conocer su gestión actual de la protección frente al virus y comprobar que, exactamente, él es uno de esos que siguen llevando mascarilla en comercios y en la calle cuando hay más de dos personas a la redonda.

Nuestra conversación empieza más o menos así: "Hola, Guillermo". Me comunica que: "claro que sigo usando mascarilla, la razón principal es que se trata aún de una pandemia en curso por un virus patogénico de origen en una fuga de laboratorio, de contagio esencialmente aéreo mucosal por aerosol y, en menor medida, gotícula en ambientes concentrados de afectación multiorgánica y multisistémica, con una afectación de leve a grave y mortal según edad, comorbilidad, carga viral, etc., con individuos desde asintomáticos a graves, cuya afectación multiorgánica y multisistémica es muy variable en tiempo e intensidad. También está ahí la sobremortalidad y afectaciones como el cardiocovid, el neurocovid, etc. [...].

Vale, vale, Guillermo. Yendo a lo importante, ¿qué hay de tu vida social y sexual actual?: "Hago más cosas, procuro quedar con personas que usen mascarillas, sigo procurando

exteriores y en lo sexual todo mal, aunque ya antes era igual de mal". ¿Y cómo gestionarías actualmente la protección frente al covid si fueras ministro de salud?: "Apelaría al sentido común, el menos común de los sentidos. La mascarilla es como el condón. De nada sirve llevarla al cuello, en la cabeza o con la tocha fuera".

Después de la interesante conversación con Guillermo, más coronófobo que precavido, cabe mencionar que hay quien suma a la mascarilla lo de utilizar guantes de plástico de la fruta en situaciones ordinarias fuera de contexto, como ir en bus, al rastro a revolver chatarra o leer revistas y periódicos en la biblioteca. Bien hecho. Hay que cuidarse, toda precaución es poca.

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