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Coeducación y educación mixta

La escuela mixta es todavía muy machista

Llegar a comportarse como una mujer o como un hombre no es algo que viene dado por el nacimiento, sino por la adquisición de una cultura.

Pupitres Getty Images

Sólo después de haber sido por la cultura moldeada para la mujer (la feminidad se construye a través de la afectividad) y forjada para el hombre (la masculinidad se construye asociando esta con comportamientos agresivos), nos convertimos en mujeres y hombres, entendido esto como una manera determinada de ser, de vestir, de comer, de desear, de trabajar, que son precisamente las que la sociedad patriarcal y la cultura machista esperan de un ser que al nacer presencia un genital determinado.

Es decir, la sociedad patriarcal y cultura machista nos llevan hacia una masculinidad hegemónica y una feminidad hegemónica. Etiquetar una actitudes como “femeninas” o “masculinas” obedece básicamente a los prejuicios culturales machistas y no a una clara diferencia de tendencias entre hombres y mujeres.

Las pautas culturales machistas pueden cambiar, de hecho han cambiado muchas veces pero partiendo del androcentrismo por lo que en realidad ha sido un cambiar todo para que nada cambie. Hay que dejar que sean las personas las que decidan cómo quieren vivir, qué es lo que les interesa hacer, qué desean y qué necesitan, sin establecer moldes (masculinidad y feminidad hegemónica) que las coarten en su comportamiento.

El límite sólo debe ponerse en términos de lo que consideramos o no ético para las personas, no para los hombres o para las mujeres por el hecho de serlo. La feminidad hegemónica y la masculinidad hegemónica ha mutilado y ha hecho sufrir a muchas personas ya que los roles de género han impuesto una limitación al desarrollo personal.

¿Cómo los recibimos y aceptamos? Porque nos llegan primero a través de la familia, luego del sistema educativo y luego los medios de comunicación, la publicidad y la cultura, desde el momento que se nos asigna como hombre o mujer, sí desde antes de nacer.

Las actitudes y hábitos se hallan en nosotros 'rutinizados', y por tanto los producimos, hasta cierto punto, al margen de nuestra voluntad. Todo está montado en la sociedad y la cultura para que la figura masculina sea central y eso es lo normal, no sorprende no ver mujeres.

Habitualmente, ni las madres, ni los padres, ni los otros miembros de la familia ni las educadoras/es tienen conciencia de educar de modo distinto a una criatura según se trate de un niño o una niña pero no es así.

La actitud de las personas adultas es ya diferente según establezcan una relación con una niña o con un niño recién nacido (colores de la habitación y de la ropa, tipo de ropa, tono de habla, tiempo de atención, juguetes) y no para sino que va a más, normalizando y justificando las diferencias, que oye, a favor de las diferencias y la diversidad PERO las diferencias no deben ser jerarquías de poder. Recordad que lo contrario a la igualdad es la desigualdad no la diferencia.

El modelo de escuela separada(segregada) estaba diseñado pensando en los niños varones y en sus necesidades de aprendizaje planteados como conocimientos de carácter intelectual.

La escuela destinada a las niñas era una mala imitación de esta cuya función era más limitadora: la de mantenerlas confinadas en el ámbito privado y doméstico, subordinadas a la Iglesia y a la religión a través de una repetición intensiva de rezos aderezados con el aprendizaje de “sus labores”.

Los movimientos de liberación de las mujeres ya plantearon, desde finales del siglo XIX y principios del siglo XX, la necesidad de abrir el conocimiento a las mujeres, la posibilidad del acceso a la enseñanza media y superior y, como primer paso para ello fue la creación de la enseñanza mixta y así se unificaban contenidos.

Las mujeres eran minoría como estudiantes de bachillerato hasta mediados de las años setenta, en que superaron numéricamente a los hombres y en la década de los ochenta los superaron ya en número como estudiantes universitarias.

La escuela mixta ha sido un extraordinario éxito en desarrollar rápidamente las posibilidades culturales y, en consecuencia, profesionales, de las mujeres pero ¿supone ello que ya hemos alcanzado la igualdad educativa? No.

La escuela mixta es todavía muy machista porque desde el lenguaje (sexista que invisibilidad a las mujeres y lo que no se nombra no existe) hasta el currículo oculto (todo aquello que es transmitido en la escuela del profesorado al alumnado pero que no forma parte explícita del currículo escolar, sino que se basa en conversaciones y observaciones informales en donde el niño es el centro educativo y la niña la auxiliar-cuidadora.

Esto en las niñas genera inseguridad favoreciendo al techo de cristal y el síndrome de la impostora), la división interna de tareas (muchas docentes en los cursos iniciales y materias “no importantes” aka letras y docentes el cursos elevados y en materias importantes “ciencias y tecnología” por no hablar que la señora de la limpieza nunca es señor de la limpieza).

Los patios (las niñas y los niños no hacen lo que quieren porque se ha condicionado el espacio a sustituirlos por pistas deportivas cementadas en donde la desigualdad entre niños y niñas -niños en el centro y niñas en los márgenes- y la discriminación por razón de edad imperan a su anchas).

Las clases (uso desigual del espacio. Los espacios invadidos y los espacios cedidos y su correspondencia con cada género: los niños invaden espacios que podemos considerar ajenos, las niñas ceden espacios propios. Uso desigual del espacio sonoro: los niños gritan, las niñas susurran) siguen estando regidas por un androcentrismo que da más valor a las prácticas y valores tradicionalmente masculinos que a los femeninos.

En la cultura escolar hay una falta de reconocimiento de la existencia de las mujeres, de sus necesidades educativas y de la diversa contribución de éstas a la cultura en todas sus manifestaciones, niega la existencia de estas en el mundo público y no aporta valor a lo femenino. El lenguaje no es inclusivo ni en los libros de texto ni en la cartelería o comunicados del centro. Las imágenes tampoco.

Esta insuficiencia tiene consecuencias en ellas (falta de modelos referenciales femeninos, aceptar ocupar un lugar secundario en el mundo, no valorar lo “femenino”) y en ellos (creer que tienen derechos sobre la mujer porque lo “masculino” es lo que vale).

Además los hombres se representan con valores de masculinidad hegemónica asociados al éxito (por eso las niñas/mujeres cuando quieren validarse o sentirse libres copian los comportamientos masculinos) y por tanto limitan el desarrollo de su personalidad y de sus posibilidades como seres humanos. Esta visión patriarcal del mundo influencia las visiones, las actitudes y las expectativas de los chicos y de las chicas y refuerza una sociedad que fomenta los valores de la masculinidad hegemónica sin reconocer los de la feminidad hegemónica es una sociedad que valora la competitividad, la rudeza y la voluntad de dominio más que el cuidado, la empatía y la comprensión.

Una sociedad que no valora el “trabajo de las mujeres”, que no valora el cuidado, es una sociedad que no valora la vida ya que aprender a cuidar es aprender a querer y querer, amar, no debería ser identidad de las mujeres sino debería ser un valor del ser humano. La feminidad hegemónica es aprender a sufrir, la masculinidad hegemónica en parte también pero de otra manera y la cultura escolar no escapa a ellos.

Es necesario que quienes hayan educado a esta mujer y a este hombre futuros hayan conseguido evitar el uso de estereotipos, géneros, prejuicios y modelos patriarcales y les hayan transmitido la posibilidad de libertad y de explotación máxima de todas sus capacidades, intelectuales, emotivas y sentimentales. Les hayan transmitido al mismo tiempo su capacidad de protagonismo y liderazgo y de ponerse al servicio de los demás, sin ningún condicionamiento por razón de género. Es necesaria la formación en coeducación en magisterio.

El feminismo es un movimiento de liberación de mujeres…y de hombres, lo que pasa que los hombres todavía no se han pispao, venga, hombres, que vais lentos.

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