El aterrador momento en que un estudiante de piloto abre la puerta de un avión en el aire
Me está pasando
He de reconocer que (casi) nunca me he drogado. Y por drogarme me refiero a consumir sustancias tales como cocaína, anfetaminas o todo aquello que vaya más allá del alcohol, el tabaco y algún que otro porro de maría cuando voy de festivales. Vaya, que yo soy más de drogas blandurrias. Sí, como veis vivo al límite. Sin embargo, he de decir que nunca he sentido que mi vida social nocturna necesitara de más gasolina que la que me proporcionaba ese desfile de cubatas y mi propio espíritu juvenil.
Así pues, pasada la treintena, mi único escarceo amoroso con las drogas ‘duras’ había sido una pastilla de MDMA, esa droga psicodélica también llamada cristal o éxtasis, propia de los ‘poligoneros’ protagonistas de programas como ’21 días de fiesta’. Estaba en un festival hace un año, pasándomelo de vicio (nunca mejor dicho) cuando un amigo llegó, me la dio y yo, en mi estado de ‘soy la reina del mundo y puedo con todo’, me la tragué. No me juzguéis.
Noté sus efectos al cabo de un rato y no estuvo mal. Eso sí, nadie me quitó los tres días de resaca infinita. ¿Qué por qué os cuento esto? Porque ese fue el momento en el que descubrí que mis amigos se drogan. Nunca antes me habían ofrecido nada, pero lo cierto es que llevan años drogándose. Genial.
No los juzgo, para nada. Cada cual es libre de hacer lo que quiera con su vida, pero me resultó bastante extraño enterarme, días después, de que el éxtasis y la cocaína formaban (y forman) parte habitual de sus fiestas. Todos tienen mi edad, cosecha del 84, y jamás los había visto drogarse.
Supongo que pensaréis que soy como esa madre que no quiere enterarse de que su hijo es homosexual por mucho que siga llevando chicos a casa, pero es que en mi caso jamás los había visto ‘meterse’. Fue tras darme aquella pastilla cuando se abrió la veda y comenzaron a drogarse delante de mis narices.
“¿Pero lleváis drogándoos desde hace mucho?”, pregunté cuando en otra fiesta se pusieron a meterse rayas como si nada en la mesa de la cocina. En ese momento, me di cuenta de que me sentía de nuevo como en el instituto. Ridícula y fuera de lugar. Una sensación que volvió a mi cuerpo de inmediato. “Pues chica, yo qué sé. No mucho, uno o dos años. Pero que no lo hacemos todos los días, es solo cuando salimos de fiesta”, me dijo Luis.
El problema no es que se droguen o no, el verdadero problema es que yo no lo hago. Y mientras yo vivía feliz en mi burbuja de ‘todos mis amigos se divierten de la misma manera que yo’, resulta que la verdadera fiesta se cocía en los baños de las discotecas. ¡Y yo que me creía guay por haber echado algún que otro polvo exprés en ellos!
Ese momento en el que descubres que tus amigos se drogan y tú no (ni tienes intención) es, hablando en plata, muy jodido. Es como si se abriese una brecha insalvable en la relación que te unía a ellos.
A lo mejor es cosa mía, que también, pero drogarse a los treinta y tres años no era algo con lo que soñara cuando era niña. Tampoco lo era ser mileurista, y mira tú por dónde. Quizá la verdadera cuestión sea que no sé por qué lo hacen. ¿Diversión? ¿Aburrimiento? ¿Cambiaría algo que fuese la opción A o la B? Lo dudo.
El que no entienda los motivos que los han llevado a drogarse ya en la edad adulta no afecta en nada al hecho de que, me guste o no, lo hacen.
Puede que drogarse a partir de los treinta tenga más sentido incluso que a los veinte. Te has dado cuenta de que, seguramente, la vida que llevas ahora será la que ‘disfrutes’ el resto de la misma y, en ocasiones, eso es MUY duro de asimilar.
Llegada la treintena muchas veces sientes que tus opciones se están terminando (sonará dramático, pero es así), que no te queda nada por hacer (bien por ti, pero menudo aburrimiento) o que te queda todo por hacer pero no encuentras la manera de llevarlo a cabo (una pu*ada, vaya). ¿Me explico?
Tal vez ‘meterse unos tiros’ o ‘ir a tope con el MDMA te da esa chispa que necesitas ‘el finde’ para aguantar el resto de la semana encerrado en una oficina que se postula cual cárcel en la que cumplir condena. Puede. Sin embargo, mucho me temo que tiene más que ver con el sentirse joven. Nadie quiere hacerse mayor.
Peor todavía, nadie quiere sentirse mayor. Lo primero es inevitable, lo segundo es una elección. Drogarse es algo que relacionamos con la juventud, con un verano loco, con los festivales, con ‘ala tío, que malote eres’, con vivir al margen de la sociedad y hacer algo que incluso está castigado por la ley a ciertos niveles.
En resumen, mis amigos se drogan y yo soy una panoli que los mira, preguntándose si debería unirse a ellos.