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La mayoría de los festivales de cine de municipios pequeños sobreviven gracias a sus ayuntamientos
La mayoría de los festivales de cine de municipios pequeños sobreviven gracias al patrocinio de sus ayuntamientos. Este es un mecanismo sensible y caprichoso, porque ante cualquier revés electoral el festival de cine es el primero en caer y la crisis no lo puso fácil.
Cuando el dinero sale de la Concejalía de Cultura, supongo que es más lógico invertir en un festival de cine que en encierros de toros, por poner un ejemplo. Pero me queda la duda de si realmente esa muestra de amor por el cine de los festivales pequeños se hace con sinceridad, o se hace para aparentar, atrayendo famosetes emergentes y hacerse un selfie dilapidando unos fondos públicos sobrantes.
He ido a festivales de todo tipo, pudientes y humildes. Algunos parecían galas de 'Noche de fiesta', otros ponían su énfasis en los rostros conocidos y programaban proyecciones de cortos indies en lugares recónditos y sin publicitar, solo para cumplir el expediente. También he asistido buenos festivales, bien gestionados, pero de ese tipo: cuanto más pequeña es la localidad más difíciles son de encontrar.
¿Para qué sirven los festivales pequeños? Lo he dudado hasta que fui al Pilar de la Horadada, un municipio de 21.000 habitantes en la frontera entre Alicante y Murcia. ¿Qué necesidad tiene este pequeño pueblo de hacer un festival de cine? ¿No hay algo mejor en lo que invertir el dinero municipal? No. Este festival, Corto Pilar, es exactamente como deberían ser todos, pequeños y grandes, y tiene todo el sentido del mundo que lo hagan así.
El cine sirve para pensar
A diferencia de otras fiestas populares patrocinadas por municipios, en una fiesta del cine lo importante no es el alcohol, la noche o la juerga. Aunque no es incompatible. Un festival de cine, cuando está bien hecho, ayuda a pensar, porque los cortos esconden mensajes que ilustran situaciones y mensajes sociales. Y a veces, incluso, de forma más clara y contundente que los largometrajes.
Si rascas un poco sobre la trama de los cortometrajes seleccionados este año descubres que hablan sobre violencia de género, el bullying, el cuidado a los mayores, ciertas encrucijadas éticas y sobre la corrupción. Y para conseguir este objetivo no tienen porqué ser cortos monsergueros, todo lo contrario, la programación Corto Pilar de este año era canela fina.
Este festival lleva solo tres años en funcionamiento, y ya recibe el 90% de la producción de cortometrajes nacionales. Redondeando: unos 1.000 cortos al año. Un equipo realiza un visionado previo y hace una criba para seleccionar 25 de ellos, los mejores. Y después un jurado externo de cinco profesionales del cine otorgan los premios.
Ver cortos en sala es como ir una misa laica
Ir al cine es una eucaristía. Se hace en silencio, nacen en ti ideas y meditas para tus adentros, preocupado por el destino de los protagonistas que ves en pantalla.
Así, la casa de la cultura del Pilar de la Horadada se llena cada vez que hay proyección de cortos. Los propios vecinos del municipio esperan con ganas a que llegue el festival y hacen lleno completo.
El perfil del público que se congrega en la sala es pura representación del lugar: gente de todas las edades, ancianos, adolescentes. Antes de que se apaguen las luces solo tienes que mirar a tu alrededor para darte cuenta de que el festival funciona: mires a quien mires hay un rostro iluminado de ilusión.
En lugares como este, donde cuesta acceder a cines y teatros porque no hay, es donde los festivales de cine se convierten en un acto social donde reivindicar el ritual de encerrarnos en una sala oscura a que nos cuenten historias. Todos tenemos tele, Netflix o HBO, pero como el placer de ver pelis juntos no hay nada. El cine une.
Al escenario sube gente de Madrid a contar cómo se rodaron los cortos, qué querían contar y qué anécdotas vivieron. De vez en cuando se cuela un comentario desde el escenario “¡Joder, que bien se come aquí!”.
Superar a los Goya
En otro festival del que procuro olvidarme, vimos con estupor como el concejal decía que para que este año se potencie a “la mujer” en la gala, iban a dedicar unos minutos a desplegar sobre el escenario un desfile de modelos rusas. Y no era una broma. Las modelos rusas subieron al escenario a mover el palmito.
En la gala final de entrega de los premios de Corto Pilar, hubo dos intervenciones musicales que pusieron en pie a toda la sala, un antiguo cine del pueblo lleno hasta la bandera. No eran modelos rusas, sino un grupo de actores aficionados, con síndrome de down, que interpretaron un playback de Grease. Brutal.
Que aprendan los Premios Goya, y que tomen buena nota. Aquellas dos canciones de Grease pusieron en pie a todo el pueblo e invitados, y una gala de hora y media se pasó como un suspiro con tres ideas: qué disfrute, qué buena gente, y qué bien se come aquí, joder.