Flooxer Now» Noticias

UNA FOTO BASTA PARA DESATAR LA ANSIEDAD

Exploramos las profundidades de la talasofobia, el intenso terror hacia el océano

La talasofobia es un terror irracional a la inmensidad del mar, a los misterios que esconde y a otras grandes cantidades de agua como pantanos, ríos o piscinas. Hablamos con personas que sufren esta fobia abismal cuyos severos síntomas pueden despertarse incluso ante la visión de una sencilla foto. El corte transversal entre aire y agua, el degradado de oscuridad a medida que aumenta la profundidad o la imagen de un gran horizonte subacuático suponen algunos de los detonantes clásicos.

El desarrollo de la talasofobia puede tener un origen traumático como alguna experiencia complicada en el mar, pero lo cierto es que en muchos casos se presenta sin más en forma de ansiedad y profundo temor.

Laura N. recuerda que desde niña siempre la inquietó no hacer pie en la playa o la piscina: “Creo que en el momento en que dejaba de hacer de pie, donde otras personas sienten liberación, curiosidad o divertimento, a mí me asaltaba un gran miedo a lo desconocido, a sentirme vulnerable en medio de un sitio mucho más grande que yo del que no sé casi nada. Aunque en la piscina todo estaba controlado y me ponía casi igual de nerviosa. La forma en que el agua se oscurece a medida que aumenta la profundidad me sobrecoge. En mi familia siempre me animaron a explorar pero era frecuente que acabara llorando en la playa.”

A partir de la pubertad, el sentimiento se concretó y se intensificó, haciéndose más complicado pero también más fácil de entender: “Cuando tuve diez o doce años me di cuenta de lo que me pasaba, pensaba bastante en ello. Los documentales sobre la vida acuática me interesaban mucho pero eran como películas de terror para mí o incluso peor. Me mareaba, me daban taquicardias y a veces llegaba a sentir náuseas. Más tarde esas imágenes me perseguían y no era capaz de controlar los pensamientos".

"Que se hiciera tan intenso en parte me ayudó porque entendí que era una fobia y eso lo hizo más fácil de manejar. Sabía que si quería visitar un acuario me iba a dar ansiedad seguro. Si me sentía débil pasaba del plan con total tranquilidad, o me lo tomaba como un reto sabiendo que me iba a poner nerviosa y en cualquier momento iba a necesitar abortar la situación con practicidad. Ambas cosas se han dado”.

Laura visitó por primera vez un zoo acuático a los trece años: “Supuso un gran acontecimiento. Para entonces mi familia y yo éramos conscientes de la fobia pero me interesaba tanto el tema que quería exponerme a ello y verlo con mis propios ojos en un entorno controlado. Para mí fue mucho peor que visitar el castillo del terror. Pero también aprendí mucho sobre mí misma y conseguí dominar las emociones aquel día".

"Al salir estaba mucho más preocupada por los derechos de los animales que por los misterios del mar. Pero en otra ocasión similar en un viaje de fin de curso me mareé mucho, me puse nerviosísima, pedí ayuda a los profesores y el personal del acuario y me sacaron”.

Unos años más tarde se vio obligada a rechazar una situación más peliaguda: “A los veinte años unos amigos con los que estaba de vacaciones quisieron hacer submarinismo. Sabía que eso iba más allá de mi límite. Me insistieron mucho en que podía ser curativo, que lo pasaría bien, que iba a ser muy bonito pero lo rechacé hasta el final, lo hicieron sin mí. Estaba segura de que me iba a dar un ataque de pánico en un lugar extraño y de que les iba a chafar el plan. Sigo pensando que hice lo correcto”.

Susana tiene treinta y cinco años y recuerda la talasofobia como una constante en su vida: “De pequeña me daban ansiedad hasta las páginas del libro de Conocimiento del Medio sobre el océano, incluso si eran dibujos. De hecho muchos dibujos y fotos me siguen poniendo extremadamente nerviosa, tanto si representan el mar como algo oscuro y misterioso como si aparece iluminado y lleno de peces de colores".

"Sólo hablarlo me produce ya cierto hormigueo. Estas imágenes son muy chocantes para mí, me pueden sacar reacciones violentas como pegar un grito o levantarme y salir corriendo de forma automática”.

En ocasiones, siendo consciente de la condición, también se ha decidido a experimentar con la cuestión: “De pequeña lo llevaba muy mal y me resultaba imposible avanzar. Mis padres me apuntaron a natación y me tuvieron que quitar porque me quedaba paralizada de terror y los monitores eran incapaces de resolver la situación, sobre todo con otro montón de niños que atender".

"Pero a medida que crecía me fui dando cuenta de que una gran parte de este miedo era irracional. Por ejemplo en la piscina yo sabía nadar, había socorrista, ninguna criatura iba a aparecer bajo mis pies. Me decidí a probar a bucear y el resultado fue positivo. En piscinas grandes y profundas se me hace más difícil pero yendo poco a poco he podido disfrutarlo de forma que la fuerte sensación de vértigo se me ha hecho hasta divertida, siempre siendo consciente de que estaba en un entorno seguro y nada podía pasar”.

Pero al intentar avanzar en ese sentido en otro escenario la cosa fue distinta: “Después de sentirme confiada usando gafas de bucear en piscinas me apeteció probar lo mismo en la playa. En la piscina me sentía muy suelta, me pegaba al fondo, miraba a la superficie desde abajo y el suelo desde arriba, me fijaba en el corte transversal que divide el aire del agua y el degradado de oscuridad hacia lo hondo (algunas de las cosas que peor lleva la gente con talasofobia) pero en cuanto tuve el mar delante supe que aquello iba a ser distinto.”

“De entrada lo grande que es me seguía imponiendo demasiado. Nadé un poco y buceé sin abrir los ojos dentro de las gafas bastante nerviosa. En cierto momento me lancé a mirar y lo que vi me impactó muchísimo, fue insoportable. Era un horizonte enorme, borroso y azul, que se abría hasta el infinito. Salí del agua inmediatamente como si hubiera visto un monstruo y me tuve que tomar un ansiolítico que llevaba por si acaso. Me asusté tanto que no he querido volver a intentarlo. Sé que sigue estando más allá de mi límite. Recordarlo me pone tensa, me marea y me da una sensación de ahogo.”

Más sobre este tema:

Vídeos

El emotivo momento en que un niño paciente de cáncer se reúne con sus hermanos tras seis meses en el hospital