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Fin del estado de alarma: la extinción de los plandemias y conspiracionistas

Becaria escribe sobre el fin del estado de alarma y la situación de la pandemia.

Ambiente en la Puerta del Sol de Madrid tras el fin del estado de alarmaEFE/Luca Piergiovanni

Con el fin del estado de alarma, ya casi no quedan toques de queda ni cierres perimetrales, se han ampliado horarios para la hostelería y se ha desatado una euforia insalubre y ajena a cualquier a cualquier señal de conexión neuronal gritando "libertad". Seguimos en pandemia, seguimos con mucha gente en los hospitales, en el mejor de los casos sobreviviendo, y aún mucha gente infectada en cuarentena sin poder salir de casa, pero gracias a la vacunación se va recuperando la anhelada anormalidad que siempre hemos conocido, porque está claro que normales nunca hemos sido, y mucho menos lo vamos a ser, aunque gracias a la ciencia saldremos de esta.

A lo largo de esta crisis sanitaria hemos vivido un fenómeno estrambótico de personas cerebroplanistas, antivacunas, antimascarillas y negacionistas del Covid19 que han bautizado la pandemia como “plandemia”, un supuesto plan criminal de los gobiernos para exterminarnos a todas, y aunque a pesar de ser un grupo minoritario y marginal, ha hecho mucho ruido y nos ha regalado grandes delirios y cachondeo, aun suponiendo actualmente un peligro para el resto de la sociedad.

Los plandemias, estos conspiracionistas de la pradera, siempre han defendido que estamos bajo un Nuevo Orden Mundial en el que los políticos y grandes hombres ricos nos quieren controlar obligándonos a usar mascarillas y metiéndonos microchips a través de las vacunas contra un virus que niegan, y a la vez han defendido y defienden el uso de chupitos de lejía, infusiones y vitaminas de todas las letras para combatirlo, tener las defensas fuertes y no contagiarse. ¡Menudo cacao mental! En el fondo, los personajes antivacunas y antimascarillas siempre han sido los más acobardados, basta con ver a Miguel Bosé, portavoz de esta chaladura, que sigue viviendo en una burbuja y disimulando su pobreza mental con mucho dinero. ¿Quién no recuerda la concentración negacionista de Madrid que promovió en sus redes sociales y a la que no asistió? ¿Y las demás protestas minoritarias en el resto de ciudades? Que no caiga en el olvido la quedada reivindicativa de varias personas antimascarillas y antitodo que, con la excusa de negar la pandemia y no querer usar mascarillas, acamparon gratis todo el verano en un parque de Gijón, con pancartas contra la OMS y advirtiendo de que "un psicópata nos quiere envenenar con una vacuna", utilizando fotos de Bill Gates y jeringuillas de dibujos animados.

Pero ahora que ha descendido la mortalidad y vamos recuperando libertades como poder movernos entre comunidades autónomas, cenar en un restaurante sin tener que mirar el reloj o salir a pasear al perro a las tres de la madrugada, y probablemente en no mucho tiempo ya no necesitemos usar mascarillas en tumultos ventilados y podamos volver a antros nocturnos de alcohol y despiporre, ¿qué pasará con estos personajes con gorrito de papel de aluminio a juego con su disonancia cognitiva? ¿Se extinguirán o se inventarán otro movimiento que sustituya a la conspiración de los microchips, nanobots, el 5G, la reducción de la población mundial, los bozales y que ser asintomático es estar sano? Ya nadie se acuerda de los chemtrails...

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