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EL OCIO CULTURAL NO SUPERA LOS 38,1 EUROS POR PERSONA AL AÑO

Hablamos con gente culta que no se gasta casi nada ni en cine ni en conciertos (y con gente que sí)

¿Es caro ir al cine o es una excusa que tenemos para seguir bajando películas? ¿Por qué tú, persona culta, no vas al teatro jamás? ¿Cuántos conciertos ves al año? ¿Qué le supone para una familia de mileuristas llevar a sus hijos a consumir cultura fuera de casa? Nos aproximamos a los últimos datos del INE sobre el ocio cultural, que no supera los 38,1 euros por persona al año

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- ¿Cuándo fue la última vez que fuiste al cine con tus hijos?

Acabo de formularle la pregunta a mi vecino Manuel en el salón de su casa. Es profesor de Historia en un instituto. Casualmente, su mujer, Sara, se empeña en el periodismo igual que lo hago yo: sin esperanza, con convencimiento, en pijama y desde el salón. Son unos valientes, tienen tres niños de entre ocho y cuatro años. Me consta que es gente leída, interesada por lo que sucede en el mundo, inquieta.

Manuel está mirando al techo, haciendo un esfuerzo por recordar. A los pocos segundos, cae:

- Creo que fuimos a aquella de Pixar.

- ¿Cuál?

- La del cerebro.

- ¿'Del revés'?

- Sí, esa.

Miramos la fecha del estreno en Google. La película llegó a las pantallas españolas en el verano 2015. “Caramba… ¿dos años han pasado?”, pronuncia en voz alta. Asiento y él se escuda: “Tú sabes, la pasta, el tiempo… y la tablet”.

Manuel y su familia son la anécdota. Ahora vienen los datos: los hogares españoles gastaron de media 94,9 euros en acudir al cine, teatro o cualquier otro tipo de espectáculo en directo en 2016, según la Encuesta de Presupuestos Familiares del Instituto Nacional de Estadística (INE).

En concreto, 38,1 euros por persona se dedicaron a ello, lo que supone un total de 1.751 millones de euros invertidos por los españoles en disfrutar de estas manifestaciones culturales. Me surgen varias preguntas que dan pie a este artículo. ¿Esto es mucho dinero o poco? ¿Vamos a mejor o a peor?

La comparativa con años anteriores no es posible, pues la encuesta incluye modificaciones de estudio respecto a los últimos ejercicios. Es cierto que se venía registrando desde 2015 un ligero aumento en comparación con el lustro más tremendo de la crisis.

Como también lo es que la concurrencia a las salas ha aumentado un 8% en España durante el primer semestre de este año. Un dato que previsiblemente irá a más a partir de la bajada del IVA cultural.

Sin embargo, hago cuentas y la cifra que refleja el INE me resulta demasiado escueta: al menos en mi mundo, menos de 100 euros al año en salir a la calle para consumir cultura, ya sea cine, música o espectáculos, es poco.

Pero vuelvo al ajustado bolsillo de mi vecino y, por ejemplo, multiplico por cinco el precio de las entradas del cine más cercano a nuestro bloque. Le añado el coste del combo palomitas y la bebida, a unos cuatro euros en mi ciudad, Sevilla, pero que es más caro en Madrid.

Para una familia, este tipo de ocio puede ser una sangría. Según un estudio de FACUA, el precio del cine subió un 19,4% entre 2004 y 2011. Posteriormente, y aunque los exhibidores se han esmerado en lanzar ofertas y en eventos como la Fiesta del Cine, este hábito sigue siendo caro para los hogares de ingresos limitados.

Gastar en Cultura te hace ser más crítico

“Depende de cómo lo mires, a nosotros nos merece la pena”, opone mi ex compañera Cristina. Ella y su familia están, probablemente, en lo más alto de los datos del INE. Madre de dos niños de diez y ocho años, llevó al mayor al cine por primera vez cuando era casi un bebé. “Vimos 'Up' y estuvo atento toda la película”.

Desde entonces, van siempre a todo lo que se estrene de cine familiar, de animación… “Este año han visto películas como 'La La Land' y les ha encantado”. Si van a Kinépolis, en Madrid, la actividad les sale a unos 55 euros para toda la familia. Pero Cristina es cinéfila. Es de las que siguen comprando DVD, yendo a exposiciones y a a conciertos. También con sus niños.

“Hemos estado en el Mad Cool viendo a Foo Fighters y vamos a ir a Metallica. También han visto en directo a McCartney, AC DC y Pearl Jam. Lo que hacemos es regalarles las entradas por cumpleaños, santos, por las notas… es lo que han conocido siempre, así que ahora son ellos los que lo piden. El pequeño me lo dijo así por su último cumpleaños, que prefería una experiencia porque ya tenía de todo”.

El resultado de la esta dinámica es óptimo. Los hijos de Cristina, con un mínimo de gasto de 100 euros al mes en cine, han desarrollado un pensamiento crítico, extraen referencias de lo que ven, captan los guiños de las películas a otras películas, reconocen sus bandas sonoras. Y están aprendiendo a tocar instrumentos.

Hace unos meses, estos dos enanos dieron un concierto de rock junto a compañeros de una escuela de música a la que asisten. En la sala Moby Dick, nada menos. Para inculcarles el hábito lector, trata de regalarles libros que casen con sus gustos.

“Prefiero que lean aquello que les interese”. Una vez en las salas o en los eventos, estos padres, además, les recalcan la suerte que tienen de poder acceder a ese tipo de ocio, a valorarlo.

El amor por las series mata el cine

Por desgracia, este caso no es el habitual. Tampoco en las parejas y familias sin hijos. El cine, plan rey tradicionalmente para el ocio de dos, ha perdido muchos enteros los últimos años. “El amor moderno está sostenido por las series de televisión”, zanja José Luis, diseñador y seriéfilo de pro.

No recuerda la última vez que fue a las salas y admite que no consigue entrar en la historia cuando se trata de teatro. Conciertos, sólo si el grupo le apasiona. “¿Me hace esto menos culto? Claro que consumo cultura, pero de otra manera. Lo que sucede es que están cambiando los hábitos y el soporte y se han multiplicado las pantallas, nada más. Y que la cultura es muy cara, eso también”, asegura.

“Y la piratería, eso también”, le contesto.

Y se hace un silencio.

Ahora soy yo la que mira al techo, como lo hizo mi vecino, para recordar, tratando de ser honesta. Si quito una película que vi el otro día en cine de verano, en lo que va de 2017 habré ido a las salas unas cinco veces. Yo, periodista de cultura. ¿Teatro? En febrero. ¿Conciertos? Más, pero muchas veces por trabajo.

Con todo y con eso, mi bolsillito freelance y yo superamos los 100 euros al año con creces. Traslado la encuesta a otras personas con estudios superiores, según el INE los que más gastan en citas culturales, y me encuentro con idéntico panorama: van, pero tienen la sensación de no acudir lo suficiente.

Para culminar la aproximación me pongo en contacto con otra familia de bolsillo más limitado que el de otros consultados y, en este caso, sin estudios. Para ellos, a pesar de tener sólo un niño, estos hábitos son una quimera. “Qué más me gustaría a mí que llevarle a ver cosas. ¡Y al Betis todos los domingos! Pero, bueno, si hablas de pelis, en internet está todo”, me garantiza el padre, que trabaja en una empresa de mensajería.

De lo que hablan los datos es, en realidad, de obviedades que todos sabemos: están sucediendo muchos fenómenos al mismo tiempo: una crisis de la que aún no hemos salido, precios a veces demasiado elevados, nuevos soportes y plataformas para el visionado de cine, otros tipos de ocio…

Pero pienso en los hijos de Cristina pidiendo música por sus cumpleaños. Me ha enviado algunas fotos: en una exposición del Museo del Prado y en otra de James Bond; viendo al Ballet Nacional. Con Juan Tamariz después de su espectáculo de magia; emocionados con unas entradas para AC DC en la mañana de Reyes, en el estreno de Star Wars, en Robert Plant en Las Noches del Botánico. Muero de amor.

Y vuelvo a lo que concluyo en muchos artículos: tenemos problemas de todos los tipos y colores y en cada uno inciden diversos elementos. Pero en este caso, en el de la cultura, insisto, la educación es el más importante de todos.

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