@BECARIA
Tras cinco largos años, me despido de Flooxer, no sin antes meterle el dedo en el ojo a quienes critican Halloween como una tradición importada de Estados Unidos, alegando que ese folclore de las calabazas con caras tenebrosas, los disfraces de cualquier cosa con sangre y las calaveras de plástico por todos lados son una falta de respeto a los muertos que arrincona a nuestro Día de Todos los Santos, esa otra pantomima de la Iglesia Católica.
La realidad es que Halloween tiene origen celta y fue una usurpación y reinterpretación comercial del pueblo yanqui, pero, ¿qué más da? La cuestión es quejarse por todo, seguramente por no haber sufrido nunca el dilema existencial de decidir entre un calabazón tallado o una vela en el panteón.
Hay que estar menos muerto por dentro, pero es marca España amargarse por cualquier cosa que huela a caramelo y a risas frente a flores de invernadero o incienso de sacristía. Parece que el pueblo quisiera pasar el día paseando ataúdes al hombro, llorando y llenando los espacios naturales protegidos de cenizas, una práctica ilegal que casi todo el mundo se pasa por el forro porque las últimas voluntades del muerto o los caprichos de los que quedan vivos, prevalecen sobre el cuidado del medioambiente y el bienestar del césped.
Estamos tan anclados en las ideas religiosas que predican los señores con sotana, que quienes se ofenden, en realidad son víctimas de unas creencias limitadoras que interpretan los disfraces de magos, sacerdotes y brujas como una trivialización de sus comecocos espirituales, una provocación a la oscuridad del adorado hijo o padre llamado Satanás. ¿Habrá algo más sexy que ese ser antropomorfo con cola, cuernos y un tridente? Aunque lo verdaderamente importante a recalcar en esta fecha tenebrosa e invocadora de la lobotomía vital, es que los auténticos zombis, muy de moda en el imaginario carnavalesco de los muertos, no comen cerebros, lo cual se popularizó con las películas de terror comercial y bajo presupuesto. Nada diferencia a muchos vivos de los muertos vivientes que vagan lentos, torpes y putrefactos. Su verdadera fuente de alimento, su apetito original, como la leyenda de la manzana de Adán y Eva, se centra en la carne en general.
Y habiendo hecho este relevante aporte de cultura popular, en un día tan propicio reitero mi despedida del presente espacio que tantas satisfacciones me ha dado a lo largo de cinco años, perforando paciencias y tensiones en todo tipo de especímenes, desde magufos, fans del reiki, negacionistas del clima, religiosos, taurófilos, consumidores, vendedores y oportunistas de la homeopatía —que no vale para nada—, misóginos, calvos con melena y hombres que buscan el clítoris en el ombligo. Gracias por tantas exasperaciones.