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Hay que prohibir las terrazas de los bares

Becaria reflexiona sobre la epidemia de las terrazas de los bares que están inundando cada vez más ciudades de España, especialmente desde la pandemia.

Terraza de un bar en ValenciaPhoto by Lynn Van den Broeck on Unsplash

Con la pandemia del Covid-19, también llegó la pandemia de las terrazas de los bares. Si antes de esta incidencia para la salud —supuestamente proveniente de un achuchable pangolín— lo normal eran las terrazas en trozos de calle más o menos recogidos, sin ser excesivamente molestas y con sus cristales o maceteros delimitando las zonas del bebercio, ahora las terrazas se han establecido como dueñas y señoras de las calles. Un hostelero es sinónimo de jefazo de doscientos metros de acera por sus santos testículos, con licencia del ayuntamiento de su pueblo o no.

Si una acera tiene un ancho de tres metros, tu labor como peatón será arreglártelas como puedas para pasar tú y tus bártulos por unos cincuenta centímetros, y será tu responsabilidad tener cuidado con no chocar con un camarero que salga disparado de la puerta de su bar y azotarle las tazas, vasos, copas, una botella de ginebra, una lechera de acero inoxidable y media docena de galletas contra el suelo. Si vas con muletas, silla de ruedas o tacatá, empuja duro y reza.

Pero también puedes verte afectado si aparcas el coche en una zona azul cualquiera. Al llegar a por tu carromato de última generación, es probable que haya florecido de la nada una terraza interminable entre una zona de contenedores de reciclaje y unos postes de luz, postrada encima del bordillo a una distancia de veinte centímetros de los coches. ¿Que te lo rayan o no puedes entrar para proseguir con tu rutina? Haber aparcado bien.

Hay lugares donde se ven terrazas, incluso entre el carril para bicicletas y la calzada, en Madrid, la capital de las cañitas y la libertad:

¿Pero qué hace esa peña ahí? A los clientes turulecos también habría que banearlos, dicho sea de paso.

Los hosteleros son una peste responsable también del aumento de contaminación y basura urbana. Allí donde hay una terraza, hay un microcosmos de papeles, servilletas, tickets y envoltorios de galleta sobrevolando la zona como si surgiera de la nada por arte de magia. Qué casualidad que los billetes nunca los ves volar, ¿no pesan más o menos lo mismo que un ticket con la suma de las consumiciones? Esto confirma la moral sucia de estos empresarios de los brebajes etílicos y de la cafeína: no piensan más que en hacer caja sin importarles si molestan a los peatones y si llenan de basura las calles, que por supuesto no son suyas; les da igual el planeta y el cambio climático es un invento de los gobiernos para dominarnos como a marionetas.

Los mercenarios chigreros, pufistas, tabernarios, alcohólicos de barra y de almacén han colonizado las calles. Las calles ya no son de los peatones; son de las terrazas y de sus fundamentalistas patrones.