El aterrador momento en que un estudiante de piloto abre la puerta de un avión en el aire
VUELVE A SER DECKARD EN ‘BLADE RUNNER 2049’
Cualquiera que haya entrevistado a Harrison Ford sabe que es un tipo serio, parco en palabras y que nada tiene que ver en el cara a cara periodístico con esos aventureros personajes con los que creció una generación para la que es un mito. Por eso sus lágrimas cuando una compañera periodista le preguntó por el trasfondo social y político de ‘Blade Runner 2049’ en las entrevistas promocionales en España, a las que acudió acompañado de Ryan Gosling y Ana de Armas, sorprendieron aún más.
La pregunta en cuestión, como explicaba quien la hizo en una entrevista, fue la siguiente: “Como no hemos visto la película y ustedes tampoco van a contestar a nada concreto sobre ella, me voy a aventurar a preguntarles si para ustedes es importante participar en un proyecto en el que, desde el género y el mejor cine, se habla de racismo, de clasismo, del daño que hacemos al planeta… donde se puede ver a los replicantes como los refugiados del mundo de hoy… ¿Usted cree que desde el cine se puede concienciar para conseguir que nuestro futuro no sea tan negro como el que pinta ‘Blade Runner’?”.
A esto Ford respondió, después de dejar escapar unas lágrimas y tras haber salido de la habitación a calmarse un poco, que le había conmovido, que “todo eso que ha dicho justifica mi existencia, me hace sentir útil, como si formara parte de algo importante”, para seguir hablando del honor, del “ejercicio emocional” que supone para el espectador una película así y de ese “cierto grado de nobleza” que le da a la profesión.
Dicho todo esto y vista ‘Blade Runner 2049’, ¿tenía razones el protagonista de dos de las sagas más carismáticas de la historia del cine para echarse a llorar arrastrado por la emoción? Solo él sabe qué tipo de resorte emocional accionó esa pregunta en él, pero lo cierto es que en la película, como aventuraba Begoña Piña, hay mucho de todo eso, de ese mensaje político, social y hasta medioambiental tremendamente actual.
La clave estaba en el mensaje de la película
Puede que en la primera entrega, la original, este fuese más profundo, más audaz y estuviese mejor desarrollado, pero en ‘Blade Runner 2049’ también hay mucha tela que cortar en ese sentido. En un planeta en el que la contaminación ha arrasado ciudades enteras y la atmósfera se ha vuelto polvorienta, turbia y casi opaca en algunas zonas, el mundo se encuentra dividido en dos clases muy bien diferenciadas, pobre y ricos.
Con el hándicap añadido de que aquí los primeros, además, no son humanos y han sido creados como esclavos diseñados para evitar una rebelión como ocurrió con sus predecesores.
Ya se avisa en el arranque, cuando Denis Villeneuve dedica los primeros minutos de la película a contextualizar, a explicar al espectador qué ha ocurrido entre la cinta de Ridley Scott y la suya. Lo más importante es la búsqueda y retirada de los antiguos Nexus 8 y la creación de una nueva línea de replicantes ‘mejorados’ con menos voluntad y fabricados con el único propósito de ser esclavos de los humanos, de servirles sin rechistar.
Y ahí es donde entra en juego el personaje de ‘K’ (Ryan Gosling), un blade runner que se dedica a encontrar a los antiguos modelos y borrarlos del mapa. No porque estén obsoletos, si no porque su afán por reivindicar su humanidad y su rebelión no gustaron a quienes se consideran superiores. Porque de eso iba la primera Blade Runner y de eso va, en parte, la que se estrena este viernes, de dónde reside la humanidad y de la capacidad de sacrificio.
¿Podrían los replicantes ser los refugiados de hoy en día? El paralelismo existe. Después de todo los Nexus 8 huyen, se esconden, son perseguidos y aniquilados simplemente por ser distintos y sin más ayuda que la propia. Podrían ser refugiados o cualquiera de los pueblos y minorías perseguidas y, como ellos, oprimidos, en la actualidad. Y no solo los considerados ‘rebeldes’. Sus sucesores, el siguiente modelo, cuya única salida es hacer los trabajos sucios que los humanos no quieren, están igualmente bajo el pie de los de arriba.
Eso está ahí, el mensaje es evidente, como lo es el medioambiente que no ha sobrevivido al abuso del hombre o la concepción de la mujer como un objeto para el placer, el asesinato o la maternidad. Todo esto subyace en la película de manera más o menos evidente y es por lo que Harrison Ford se emocionó al ser preguntado por ello.
Pero lo cierto es que de lo que realmente trata la entrega de Villeneuve es de la búsqueda de la identidad. De ese preguntarse quiénes somos, qué sentido tiene nuestra existencia y si somos dueños de nuestro propio destino o títeres de los más poderosos. Al final, ‘Blade Runner 2049’ es el agente K, un replicante, buscando su razón de ser. Un mensaje para nada baladí.
Sí, señor Ford, su carrera tiene sentido
Ford lloraba cuando le preguntaban por el sentido y el trasfondo de la película, quizá una pregunta que ha oído pocas veces dada su querencia por el género de la acción y la aventura. De pronto sintió que su prolífica carrera tenía cierto sentido, trascendencia. Y sí, señor Ford, la tiene. Principalmente porque haber interpretado a tres personajes tan icónicos como Indiana Jones, Han Solo y Rick Deckard no está al alcance de cualquiera.
Por eso y porque, a parte de entretener al espectador –algo que es tan honroso como remover conciencias porque el cine como vía de escape también es necesario–, algunas de sus películas contienen un importante mensaje. Y no solo ‘Blade Runner’. Basta con rascar un poco la superficie del entretenimiento, la acción o la ciencia ficción.
¿Cuántos niños aprendieron la importancia de proteger y cuidar el legado arqueológico y cultural viendo las aventuras de Indiana Jones? ¿Y cuántos descubrieron que el amor y la amistad pueden hacer cambiar a un tipo tan egoísta e interesado como Han Solo? Hasta de esa locura tan divertida que es ‘Los mercenarios’ se puede aprender algo, la vida no se acaba a los sesenta. Ni siquiera cuando eres un héroe de acción. Si no, que se lo digan a Ford, que ya tiene 75 y aún sabe cómo dar un buen puñetazo.