El aterrador momento en que un estudiante de piloto abre la puerta de un avión en el aire
Me dijo mi amigo sin inmutarse
Ocurrió mientras tomábamos una copa en un bar a las tres de la mañana. Mi amigo Luis, el cual se había bebido hasta el agua de los floreros, estaba de lo más cariñoso. Típico en él. En vez de entrarle sueño, Luis tiene una borrachera de lo más sentimental. No para de decirnos lo guapos que somos, lo mucho que nos quiere y, mira tú por dónde, de tocarnos el culo a las chicas de la pandilla.
Comenzaré diciendo que nunca me había fijado en la repetición de este gesto por su parte hasta que sucedió lo que narraré a continuación. Luis volvía de la barra con otra copa en la mano (gran idea) cuando, colocándose a mi lado, me agarró por la cintura y deslizó su mano hacia mi trasero dándome una ligera palmadita. Y ahí mi bombilla se encendió.
Juro que no me había drogado, pero en aquel preciso momento llegaron a mi cerebro todos los momentos en los que Luis me había tocado el culo en momentos de fiesta y jolgorio. Muchos, quizá demasiados. Y no solo durante esa noche, sino a lo largo de nuestra amistad. Momentos que yo había pasado por alto sin saber muy bien por qué.
Sin embargo, allí estaba yo, siendo consciente por primera vez en mi vida de que ese gesto, aparentemente inofensivo e inocente por realizarse en un ambiente festivo y de confianza, me molestaba e irritaba enormemente. “Joder Luis, para ya de tocarme el culo”, le dije visiblemente enfadada. No se lo esperaba, obviamente.
“Hombre, a ver si ahora no os vamos a poder tocar el culo ni de manera cariñosa”, me dijo. Me quedé helada. No supe que contestar. ¿Cómo qué “no nos vamos a poder tocar el culo ni de manera cariñosa”? Es que cuidado con la frase que no tiene desperdicio porque, ¿desde cuándo los culos de las mujeres son objetos a disposición de los hombres para que sean acariciados con aprecio?
Me di cuenta al instante de que ese comentario tenía más que ver con su orgullo de macho herido que de un comportamiento machista. Aunque claramente una cosa está relacionada con la otra. ¿Creo que mi amigo Luis es machista? Sí. Pero también creo que los hombres han mamado muchos gestos y actitudes que no son capaces de identificar como tales.
Recuerdo un día que me dijo “no me gusta ningún chico para ti, pero ese de ahí no está mal”. ¿Acaso soy un objeto de su propiedad? Sé lo que estaréis pensado: “A Luis le gustas”. Pues no. Porque son comentarios que también les hace a mis amigas. Él dice que somos como sus hermanas y sé que lo dice de corazón, pero… ¿acaso le toca el culo de forma cariñosa a su hermana?
Mientras escribo estas líneas me doy cuenta de que mi padre, hasta hace bien poco, también solía, de uvas a peras, darme cachetes en el culo a modo de gesto cariñoso. Lo hizo hasta que llegó un día en el que le dije que me molestaba. No volvió a hacerlo.
¿Por qué me molestaba? Por la misma razón por la que ya no me doy picos con mis primos/as como cuando éramos pequeños. Además, seguramente mi padre nunca le hubiese dado palmaditas en el culo si hubiese tenido un hijo. Me juego lo que queráis.
Pero claro, ¿en cuántas películas hemos visto a hombres dar palmadas en el culo a sus parejas y/o amantes como gesto cariñoso? Cientos, miles… ¿Por qué el trasero masculino está vetado para las mujeres?
Y no me refiero a lo que vuestras mentes calenturientas están pesando. Recuerdo cuando era adolescente y empezaba a liarme con chicos que mis amigas y yo nos contábamos cómo lo hacíamos. Que el chico te tocase el culo era algo sublime, mientras que nosotras éramos reticentes a hacerlo. ¿Por qué? Ni idea. Era como si fuese cosa del chico sobar trasero. De locos. O bueno, no tanto.
¿Cuántas mujeres abrazan a los hombres en la cama? Sí, ya sabéis a lo que me refiero. Ese momento post-coito en el que haces la cuchara. Es el hombre el que nos rodea con los brazos mientras nosotras nos dejamos envolver. Un gesto del que tomo conciencia ahora y del que parezco encontrar un significado oculto. Nosotras somos débiles y ellos nos protegen. Igual que las parejas que andan agarradas por la calle. Ellos son los que rodean nuestra cintura con el brazo, los que nos cogen del hombro llevándonos por su camino.
¿Estoy desvariando? Puede, pero creo que son esos pequeños gestos y detalles los que no nos permiten avanzar ni a mujeres ni a hombres. Un último ejemplo (y ya os dejo tranquilos): ni os imagináis la cantidad de mujeres que no se ponen tacones para no superar en estatura a sus novios, parejas o similares.
Algo con lo que me he topado millones de veces y de lo que siempre obtengo la misma respuesta cuando pregunto el motivo. “Ay no sé, es que la mujer más alta queda peor”. Exacto. Quedémonos por debajo no vaya a ser que destaquemos.