El aterrador momento en que un estudiante de piloto abre la puerta de un avión en el aire
@BECARIA_
Ser machista te convierte en un ser ridículo. Es como cuando vas a una boda y tu acompañante aparece inesperadamente con una flor fucsia enorme en la cabeza que hace parecer a Ágatha Ruiz de la Prada elegante. Pues lo tuyo es aún peor. Que un tipo haya sido educado con unos ideales machistas es una desgracia para quien le toque aguantarlo, pero también para sí mismo. Nadie sale ileso de tener cerca a un machirulo, sobre todo si es un macho ibérico con pelo en pecho que no sabe freírse un huevo gracias a su educación recibida y nula capacidad de autosuperación. Y con este tipo de inútiles nos encontramos en la vida más veces de las que nos gustaría. En la mayoría de los casos, su existencia se debe a esa educación de padre poco menos que un cromañón de las cavernas, y una madre hija de la Sección Femenina, perpetuadora de esos ideales rancios, más víctima que nadie del machirulismo e incapaz de reconocer el insulto que supone hacia su persona, el flaco favor a su hijo y la prescindible aportación que ha hecho y hace a la sociedad con ese espécimen biológico de nulo valor social y personal.
Llorón emocional
Tus padres ya te decían desde que eras un bebé, que los niños no lloran. Eso quedó grabado en ti a fuego, porque tu naturaleza es llorona desde el segundo uno de tu existencia, y ahora eres un reprimido, un impotente emocional por no querer bajarte al escalón de la vida que te recibió llorando como una magdalena antes de convertirte en ese macho castrado de talento racional. No pasa nada, llorar es humano, como aquella almorrana que un día sufriste con menos disimulo que una mala noticia de injustificado silencio. Porque como dice el refrán y la canción: si no lloras, no mamas; sufre, mamón.
Cocina; ese terreno desconocido
Has pasado de que te cocine tu madre a que te sirva la comida tu pareja de hecho, amante o mujer, con la excusa de que les encanta cocinar, sin haber vivido la fase de tu propia autosuficiencia. No sabes hacer una O con un canuto, lo cual te mantiene en una posición de absoluta dependencia en el manejo de los fogones y, como mucho, sabes hacerte un sándwich sin tostar el pan con unos tranchetes de queso y jamón de York, de milagro. Se han conocido casos de hormigas a 40°C más autónomas que tú, y aún crees que no necesitas saber freír un huevo porque siempre te lo han dado todo hecho, que suma puntos en tu carnet de macho ibérico.
Supermercado, ese zoco de marujas
Has descubierto por primera vez el pasillo de las legumbres y los frigoríficos gracias al confinamiento por la pandemia del coronavirus. Esos días en los que solo estaba permitido salir a comprar y pasear al perro, fue tu oportunidad para huir de casa con el carro de la compra de tu madre (aunque ella no se fiaba porque "tú no sabes") y descubrir, cuan Cristobal Colón a punto de llegar a América, esos pasillos llenos de comida, cajas, tarros y congelados, una zona que en tu cabeza solo estaba reservada para las mujeres, las encargadas de gestionar la compra y satisfacer tu alimentación. Te has aprovechado como un jeta de esta situación y ya no has vuelto a ir desde que ya se puede salir a pasear y correr, a pesar de haber descubierto paquetes de frutos secos que no sabías que existían, una nueva marca de cervezas en lata y bolas de queso en promoción con 250 gramos extra gratis. Enhorabuena, chavalote.
Por el culo, ni el bigote de una gamba
Si algo aprendiste de tu padre es que, "por el culo no te entra ni el bigote de una gamba". El ano es un orificio de salida, nunca de entrada, y tú eres un machote, no una maricona desviada. Hasta que por fin tuviste un encuentro sexual con una chica, a tu juicio un poco zorra y libertina, y montaste en cólera porque te propuso jugar con tu próstata. Te enfadaste y decidiste no verla nunca más, pero compraste en secreto un kit de plugs anales después de toda una semana saliéndote una promoción en banners en el navegador y redes sociales. Tienes sentimientos encontrados y, para disimular en tu vida social, te muestras aún más homófobo mientras en tu intimidad eyaculas como la fuente Cibeles haciendo tapón en el recto con tu colección de pivotes de goma. Como tu machismo, un placer sufrido más en silencio que las almorranas.