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LA HISTORIA DE UNA SESIÓN DE ESPIRITISMO CON DOS GRANDES ESCRITORES

¿Logró Conan Doyle, creador de Sherlock Holmes, convertir a Agatha Christie al espiritismo?

En agosto de 1920, semanas antes de emprender un largo viaje por Australia y Nueva Zelanda con idénticos fines propagandísticos, Sir Arthur Conan Doyle ofreció en Torquay, encantador pueblo costero de Devonshire, una de sus famosas conferencias sobre espiritismo. Allí estaba una jovencísima escritora que se llamaba Agatha.

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La conferencia se titulaba “La Muerte y el Más Allá”, y con ella el padre de Sherlock Holmes, que llevaba más de diez años interesado en el espiritismo y había publicado dos libros sobre el tema (“La Nueva Revelación” y “El Mensaje Vital”) se proponía demostrar a los vecinos de Torquay algo tan impropio del pensamiento de su famoso detective como la supervivencia del espíritu tras la muerte del cuerpo humano.

Para ello, en el salón del Ayuntamiento de Torquay se apagaron las luces y, sobre una sábana blanca, comenzaron a proyectarse imágenes como las que los chicos de La Felguera escogieron para ilustrar el excelente libro “Sherlock Holmes contra Houdini”; fotografías de espíritus, fantasmas y aparecidos un tanto burdamente trucadas, pero que Conan Doyle tomaba muy en serio y utilizaba para apoyar sus argumentos.

El acto, presidido por un masón local, contó sin embargo con la asistencia de un público mayoritariamente femenino, y fue precisamente una joven quien, una vez encendidas de nuevo las luces y desalojados los espectros de la tela, se levantó de su silla y le dio las gracias al escritor por haber honrado al pueblo de Torquay con su visita.

La mujer, de solo veinte años, se llamaba Agatha y llevaba ya algunos apellidándose Christie, una escritora todavía novel que en octubre de ese mismo año publicaría, no obstante, su primer libro: “El misterioso caso de Styles”, primera aventura, por cierto, del detective Hercules Poirot, que algunos clientes habría de robarle al de Baker Street en el futuro.

Se sabe que Agatha Christie era una mujer tímida y reservada, y es de suponer que de joven debió de serlo aún más. La imaginación nos obliga, sin embargo, a valorar la posibilidad de que, después de su intervención, se atreviera todavía a acercarse a Conan Doyle y charlar un rato con él.

Al fin y al cabo muy pronto serían colegas, y podría decirse que Poirot nació de una de las costillas de Sherlock Holmes. En cualquier caso, sus vidas volvieron a cruzarse seis años más tarde tras la misteriosa desaparición de la escritora.

La anécdota es muy conocida. A principios de diciembre de 1926, el Coronel Christie le anunció a su esposa que estaba enamorado de otra mujer, Nancy Neele, y que quería el divorcio. Esa misma noche, trastornada por los celos, Agatha Christie salió a hurtadillas de su casa de Berkshire, cogió su coche y se adentró en la oscuridad de la carretera.

Durante once días estuvo desaparecida. Para entonces ya era una escritora famosa, y cuando su Morris Cowley negro apareció junto a un lago en Guildford, fueron muchos los lectores que se temieron lo peor. Adiós a Poirot y al capitán Hastings, adiós a Miss Marple, pensaron.

Menos pesimista, y decidido a recuperar ese tesoro de Inglaterra, que todavía ni siquiera había tenido tiempo de escribir “Asesinato en el Oriente Express” o “Diez Negritos”, el Ministro del Interior presionó a Scotland Yard y reunió a miles de agentes y voluntarios para encontrarla. Entre ellos estaba nada más ni nada menos que Arthur Conan Doyle, que vio en la desaparición de Christie una oportunidad excelente para probar la utilidad del espiritismo.

Así, después de hacerse con un guante de la escritora, se lo entregó a un médium de su confianza llamado Horace Leaf. Tomándolo entre sus manos, el señor Leaf dijo lo siguiente: “Hay un problema relacionado con esta prenda. La persona a la que pertenece está mitad consciente y mitad dormida.

Al contrario de los que muchos piensan, no está muerta. Oiréis noticias suyas, creo, el próximo miércoles”. El médium no se equivocaba: el 14 de diciembre Agatha Christie fue localizada en un hotel de lujo en Harrogate. Se había registrado con el apellido de la amante de su marido, Neele, parece ser que después de sufrir lo que se conoce como “fuga psicogénica”, aunque muchos creyeron que todo fue una artimaña para poner en un aprieto al coronel Christie.

Si Conan Doyle intentó cobrarse luego su ayuda reclutando a la escritora de Torquay en la causa espiritista es algo que no sabemos, pero lo cierto es que desde entonces las referencias al mundo sobrenatural en las novelas de Agatha Christie fueron constantes. En “The Last Seancé”, por ejemplo, un relato publicado solamente un año después de su desaparición, Agatha Christie contó la historia de una médium a la que su prometido le pide que abandone su profesión.

La médium accede, sin embargo, a participar en una última sesión de espiritismo para contactar a un niño muerto. El mismo ambiente espiritista aparece en la novela “Peligro Inminente” (1932), donde Poirot utiliza una de dichas sesiones como trampa para descubrir al asesino; en “Testigo Mudo” (1937), en la que toma lugar otra de estas seancés antes de que se cometa un crimen; en “Matar Es Fácil” (1939), relacionada con una investigación sobre brujería, y en “Maldad Bajo el Sol” (1941), donde una de sus protagonistas es aficionada a la magia.

No obstante, donde más evidente resulta la influencia en la obra de Christie de la doctrina que siguió Conan Doyle hasta el último de sus días es en “El Misterio de Sittaford” (1931), en la que los protagonistas de la novela deciden jugar a la ouija y el espíritu con el que logran contactar anuncia el asesinato de uno de los presentes.

Pues bien, mientras Agatha Christie escribía esta historia, Sir Arthur Conan Doyle murió de un ataque al corazón en su casa de Crowborough a la edad de 71 años y la escritora, aprovechando que el argumento le iba como anillo al dedo al escocés, quiso rendirle un homenaje.

De ahí, para empezar, que su nombre aparezca expresamente citado en el capítulo 11 como experto espiritista. La novela, por otra parte, está ambientada en Dartmoor, el mismo páramo legendario por el que Conan Doyle hizo correr en “El Perro de los Baskerville” a la fantasmal criatura que finalmente resultaba ser un fraude.

En “El Misterio de Sittaford”, lo mismo que en la famosa aventura de Sherlock Holmes, el entuerto se deshace gracias a que la razón termina venciendo a la superchería espiritista, si bien hay que reconocer que es la atmósfera sobrenatural lo que hace tan interesantes ambos libros.

Agatha Christie no llegó a tragarse nunca las ideas de su colega, pero debió de encontrarlas tan encantadoras como nosotros y tuvo el buen gusto de usarlas en sus novelas.

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