El aterrador momento en que un estudiante de piloto abre la puerta de un avión en el aire
‘Bienvenidos a Marwen’
Mark Hogancamp, un dibujante residente en Kingston, Nueva York, tenía 38 años y era alcohólico, le gustaba travestirse, aunque solo las piernas y los pies, las medias y los tacones. No se los ponía en público, lo mantenía en secreto. Una noche fue a un bar local, el Anchorage. Se encontró con cinco chicos, adolescentes y primeros 20, con el cabello largo y rubio.
Hogancamp, borracho, se le ocurrió decirles que, de vez en cuando, llevaba medias y tacones y por ello fue atacado por ellos a la salida del bar. Recibió una paliza y a consecuencia pasó nueve días en coma y otros 40 en el hospital, recuperándose. Finalmente, las lesiones le dejaron como secuelas un daño cerebral irreversible y amnesia sobre toda su vida antes del ataque.
Aunque ya no podía dibujar, la terapia iba funcionando lentamente. Aprendió a caminar de nuevo, a hablar, a limpiarse tras hacer sus necesidades. Sus manos iban abandonando el temblor. Pero un día su seguro médico dejó de costearle la terapia, por lo que quedó completamente desamparado, acumulando odio y bilis de la rabia por lo que le había pasado. Para evitar que su ira se apoderara de él, Hogancamp decidió desarrollar su propia forma de sobrellevar el trauma y la rehabilitación mental tras ese giro de 180 grados en su vida.
Tres años más tarde, uno de sus vecinos sacaba la basura cuando se dio cuenta de que Hogancamp caminaba al otro lado de la calle tirando de un jeep militar a escala. El vecino le preguntó y a los pocos días tenía unas fotografías en su buzón que mostraban lo que había estado haciendo, construyendo meticulosamente, en el césped detrás de su caravana, una ciudad belga ficticia de la Segunda Guerra Mundial.
Su respuesta al trauma fue crear un mundo de fantasía elaborado en su propio patio. Con la ayuda de muñecos, construyó una ciudad imaginaria, un microcosmos a la que bautizó como Marwencol. El extraño nombre era una mezcla del suyo propio con el su ex esposa y el de una mujer de la que estaba enamorado
Lo construyó con madera que se encontraba, ventanas, clavos y tornillos. Tenía un bar meticulosamente realizado, el único en Bélgica según él. El hielo en las bebidas era fragmentos de vidrios rotos que había ido encontrado en el camino.
Había un ayuntamiento, un banco, una fuente de helado, un cementerio y una gasolinera. Todo poblado por figuritas en miniatura formando infinidad de escenas congeladas, representando terribles dramas que van construyendo una narrativa sobre los habitantes del pueblo, que está en plena guerra.
Hay sangre en la nieve, cuerpos pudriéndose en charcos, gente del pueblo ejecutada en la plaza. Hombres golpeando cabezas con tanta violencia que se pueden ver sus cerebros. Un uso de la violencia inquietante, con un impacto especial gracias al poder cinematográfico de las fotografías. La iluminación y la profundidad de campo hacen parecer los escenarios construidos muy realistas.
En una foto, cinco hombres de las SS golpean brutalmente a una figura de acción que se parece a Hogancamp. Se turnan para pisotear su cabeza mientras yace en el barro.
En otras, los atacantes están recibiendo su merecido. Las mujeres de la ciudad disparan a cuatro de ellos, mientras que el quinto es ahorcado. El soldado que representa a Hogancamp se casa entonces, con una muñeca llamada Anna, frente a los cadáveres de los nazis colgando boca abajo. Todas las marionetas que viven en Marwencol representan a personas que Mark conoce en la vida real.
Desde amigos a las camareras del bar en donde trabaja. Un surrealista campo de batalla con madelmans diseminados con nilon y tacones, Barbies, y figuras a medio pintar, sin intención irónica, es como una ciudad fantasma, triste, extraña perturbadora y luminosa.
Pero hay un patrón que puede seguirse en toda la obra. En muchas de las fotos se repite la muerte de los cinco hombres de las SS. En una, están torturando y humillando a dos mujeres, azotándolas, dejando sus espaldas manchadas de sangre. Una mano gigante les da un toque y les roba sus almas de sus cuerpos y las envía al infierno. Todo es una recreación de sus emociones, de una forma intrincada y extraña, puesto que no tiene capacidad de hacerlo en la vida real.
En el documental de 2010, el artista toma fotos de toda esas emociones en forma de plástico y tela con su vieja cámara Pentax. El director Jeff Malmberg pone a Hogancamp como protagonista, y le deja contar su propia historia y revelar algunos de los detalles más íntimos de su vida a su ritmo, como su fetichismo por los zapatos de tacones altos, por ejemplo.
Mientras se realiza el documental, sus fotografías son descubiertas casi por casualidad, por un amigo con conexiones con el mundo del arte, y Hogancamp acaba con una exposición en una galería en Greenwich Village en Nueva York.
‘Marwencol’ nos lleva al mundo de Hogancamp con él mismo como anfitrión y, a medida que su historia se va desarrollando entendemos lo que estas macabras escenas realmente significan para él y para su salud mental. En la película de Robert Zemeckis, ‘Bienvenidos a Marwen’ los muñecos cobran vida tal y como lo hacen en la mente del protagonista. Aunque no es fácil lograr con una ficción la desgarradora verdad que nos acaba descubriendo el documental.
Una vez asumimos la maravilla de su jardín de figuras sin vida, queda la idea de que en realidad trata sobre un hombre perdido en su propia terapia. Mark está viviendo más dentro de su pueblo belga que en el mundo real. Le es imposible enfrentarse a un conflicto sin expresarlo a través de sus muñecos que imitan a las personas que conoce, a las que premia o mata según su relación con ellas.
Su logros, finalmente le hacen tocar la realidad y parece que logra crear cierta distancia, pero su manera de representar y objetivizar a la gente que conoce crean una figura muy compleja, herida pero con un aire inquietante, trágica, sin duda, pero desde luego no el clásico héroe de comedia buenrollera de Hollywood.