El aterrador momento en que un estudiante de piloto abre la puerta de un avión en el aire
@DIOSTUITERO
En tiempos de pandemia, rezar no sirve de mucho, pero te entretienes. Y ya puestos a rezar, os recomiendo estos tres santos a los que os tenéis que dirigir (yo tengo ya llena la carpeta de spam).
1. San Roque de Montpellier.
Es el famoso santo del refrán no apto para gente con frenillo "El perro de San Roque no tiene rabo porque Ramón Ramírez se lo ha cortado". Y esto es así porque es representado junto a un can que le llevaba comida todos los días a un apartado en el bosque. ¿Qué hacía allí San Roque? Pues el pobre, después de vender todas sus posesiones, se había dedicado a recorrer toda Italia atendiendo a enfermos de la epidemia de peste que asoló Europa por aquellos tiempos, y finalmente, él mismo cayó enfermo y se había retirado allí para no contagiar a nadie. Un día el dueño del perro siguió a su mascota y descubrió al bueno de Ramón, se lo llevó a casa y le atendió y se curó.
Parece ser que después de tantas peripecias, Ramón falleció más tarde tras un largo ingreso en prisión, porque ¡le habían confundido con un espía y como era muy discreto no quiso revelar quién era!
2. San Antonio Abad.
Importante, no confundir con San Antonio de Padua, santo al que se reza un padrenuestro cuando no encuentras algo y te aparece. San Antonio Abad es para las enfermedades contagiosas, de hecho la orden de los antonianos está especializada desde hace siglos en la atención a estos enfermos.
San Antonio de Padua fue otro que vendió todas sus posesiones y se fue a vivir la vida en plan eremita. Fue tentado en el desierto por el demonio, que le ofreció suscripción gratuita a Netflix y dos millones de seguidores en Instagram, pero San Antonio no cayó y hoy se le considera el fundador de la vida monacal. Solo abandonó su vida de eremita para combatir el arrianismo, doctrina que no sabemos cómo se enteró de que existía allí en su retiro, pero que se ve que le traía a mal traer.
3. San Pantaleón.
Martir del siglo IV, fue médico y muy difícil de matar: le quemaron antorchas en el cuerpo, lo bañaron en plomo líquido, lo arrojaron al mar atado a un piedra, pero siempre fue rescatado por Dios. Hasta que lo decapitaron, ahí ya Dios se cansó de hacer horas extra.
Su sangre es una reliquia que se conserva en el Real Monasterio de la Encarnación de Madrid, y cada 27 de julio ocurre el milagro de que se licúa. Bueno, lo de milagro, entre comillas, porque la Iglesia ya no reconoce como milagros los procesos fisicoquímicos de licuefación de sangre, por lo que ya no autoriza ningún estudio independiente. Pero queda muy vistoso.
San Pantaleón además es uno de los catorce santos auxiliadores, grupo de santos VIP reputados por haber sido particularmente eficaces al responder a las invocaciones que les dirigen los fieles. Yo no os recomiendo a cualquiera.