Liada tras liada... Así son las meteduras de pata de ¡Martita! en su aventura por Barcelona
ACCIDENTES, ASESINATOS Y SUICIDIOS
En 1964, murió el primer niño en Disneylandia. Desde entonces, muchos son los que han perdido la vida en el parque. Ellos son los verdaderos Niños Perdidos, los niños que murieron en Disneyland.
En los años sesenta, después del éxito de “Psicosis”, Alfred Hitchcock se reunió con Ernest Lehman, el guionista de “Con la muerte en los talones”, para escribir una nueva película. Iba a titularse “The Blind Man”, y trataba sobre un pianista ciego que recobra la vista después de que le implanten los ojos de un hombre muerto.
Después, mientras asiste con sus hijos a un espectáculo del Lejano Oeste en Disneylandia, el pianista tiene la visión de recibir un disparo en el pecho. Entonces se da cuenta de que el hombre del que ha recibido sus ojos fue asesinado y el crimen ha quedado impreso en sus retinas.
La película no llegó a rodarse nunca. Hitchcock pretendía grabar todas las escenas en el parque de atracciones, pero a Walt Disney le había espantado “Psicosis” y se negó a que el inglés enturbiara el reino de Cenicienta con sus retorcidas historias. Disneylandia acababa prácticamente de inaugurarse, y la amistad entre Norman Bates y el pato Donald podía ser fatal para la publicidad del parque.
Iba a ser el lugar más feliz sobre la faz de la Tierra. De hecho se le sigue llamado así, “The Happiest Place On Earth”. Para ello debía de ser también el más seguro, y cuando en los años cincuenta Disney empezó a construirlo, no escatimó en gastos y se aseguró de que ningún cabo quedara suelto y pudiera hacer tropezar algún crío.
Se olvidó, sin embargo, de que a veces los niños son estúpidos y arriesgan su vida por algo tan tonto como un salto o una travesura.
El primero que murió en el parque fue Mark Maples, un chaval de 15 años de Long Beach que en mayo de 1964 visitó Disneyland con sus compañeros de clase. Ocurrió en la atracción conocida como “Matterhorn”, una montaña construida a imitación de la de los Alpes con la tierra que sacaron de la obra del castillo de la Bella Durmiente y por la que circulaba un tren.
En un momento dado, Mark se desabrochó el cinturón de seguridad y se puso de pie. El tren descendió una cuesta y el chico salió despedido, cayéndose contra las vías de la atracción y fracturándose el craneo.
La segunda víctima del ratón Mickey perdió la vida en el monorraíl que recorría la zona de Tomorrowland. Se trataba de Ricky Lee Yama, un joven de Hawthorne de 17 años que tuvo la ocurrencia de saltar de un vagón a otro mientras el vehículo estaba en funcionamiento. Murió aplastado.
Más triste fue la muerte del tercer chico que falleció en el parque de atracciones. Corría el año 1973 y Bogden De Laurot, de 18, y su hermano pequeño, de solo 10, decidieron esconderse en la isla de Tom Sawyer y pasar la noche allí después de que cerraran las puertas de Disneyland: querían ver los fuegos artificiales desde la isla.
La chiquillada le costó la vida al mayor, pues, una vez que las luces del parque se apagaron, debieron asustarse y trataron de cruzar a nado el río que rodeaba la isla. El pequeño no sabía nadar, y Bogden intentó rescatarlo, pero terminó ahogándose antes de que un operario acudiese en su socorro.
Afortunadamente, su hermanito se salvó.
Desde entonces muchos jóvenes que se han quedado para siempre en el parque de California acompañando a Peter Pan y sus Niños Perdidos. Incluso los celos amorosos han logrado asaltar las murallas mágicas del reino de Disney, y en 1981 un chaval de 18 años, Mel Yorba, apuñaló a otro de 28, James O’Driscoll, después de que este mirara de forma inapropiada a su novia.
Seis años después, dos bandas se enfrentaros a tiros en el parking de Disneylandia y Salesi Tai, uno de los pandilleros, de solo 15 años, murió tras recibir tres en la espalda. En el parque también ha habido suicidios (en 1996 un joven de 23 años saltó desde su habitación del Disneyland Hotel), y de vez en cuando alguna madre se cuela con una urna funeraria bajo la chaqueta y esparce las cenizas de su hijo en la atracción de “Los Piratas del Caribe”.
En el siglo XVII, Nicolas Poussin pintó un grupo de pastores alrededor de una tumba en medio de un bosque. Lo tituló “Et in Arcadia ego”, o sea, “Incluso en Arcadia estoy”, refiriéndose a que no hay lugar sobre este mundo, ni siquiera esos bucólicos paisajes de la Antigüedad donde las musas les susurraban versos a los poetas, al que la muerte no pueda llegar.
El lema ha sido empleado desde entonces en numerosas obras tanto pictóricas como literarias (así se titula, por ejemplo, la primera parte de la novela “Retorno a Brideshead”), y si queréis una versión más actual del mismo, hoy podríamos traducirlo como “En Disneylandia la gente también se muere”.