Le dejan un mensaje homófobo en su comunidad de vecinos y responde con un cartel de lo más contundente
@BECARIA_
Estar confinados por zonas, que nos hayan cerrado los bares, restaurantes y tiendas, que no podamos desayunar en el bar, que no podamos ir al gimnasio a oxigenar los músculos que no son el cerebro, que no podamos ir de una ciudad a otra dentro de la misma región, que no podamos ir a comprar unos vaqueros, calcetines o tangas, o que nos hayan impuesto un horario de vuelta a casa, es una situación que jamás hubiésemos imaginado y que nos cuesta mucho asimilar. ¿Sirven estas medidas para frenar la propagación del Covid19? Quizás sin ellas estaríamos aún peor. No sabemos, porque la transmisión está cada día más desbocada. Pero, mientras los grandes cerebros que gestionan este pifostio idean recetas mágicas para solventarlo y la gente de a pie blasfemamos, nos quejamos o nos sentamos a esperar, no nos queda más remedio que buscar alternativas para seguir viviendo hasta que la ciencia nos salve de la enfermedad y de los irresponsables, esa otra pandemia paralela. Y gracias porque, mientras tanto, podamos seguir respirando. ¿Qué cosas hacemos ahora que en una situación normal nos hubiesen caído absurdas?
Café para llevar
En las zonas donde nos han cerrado la hostelería, muchos de estos bares siguen abiertos con comida y bebida para llevar. El café para llevar es la nueva revolución de segunda ola de la pandemia, donde en los sitios que lo ofrecen se forman colas de hasta veinte personas para adquirir su dosis de cafeína en vaso de papel y, con un poco de suerte, un exquisito cruasán transgénico de regalo. Las calles están ahora apestadas de gente con su café en la mano, tomándolo de pie en una esquina, en el escalón de un portal o en un banco, donde tenemos que tener mucho cuidado con los ataques de gaviotas con hambre de cualquier cosa que parezca tener migas. No sé si no estábamos mejor con las terrazas abiertas y cumpliendo las correspondientes medidas de seguridad, pero ahora este asilvestramiento es el pan nuestro de cada día.
Turismo de manzana
Dar paseos sin rumbo es un nuevo hábito que terminará despertando alguna nueva enfermedad mental. Quienes apenas podemos ir a tiendas, las de lo esencial cuando hace falta, librerías para no dejar de alimentar al bolo y poco más, ya solo nos queda pasear y observar el entorno como nunca antes lo habíamos hecho: edificios, gárgolas, ruinas, placas y estatuas, y descubrir cosas que no sabías que existían en la zona rural más próxima, la fauna autóctona o cosas peculiares que hace la gente del campo, como poner un bidet en el jardín de casa. Los parques, zonas verdes y pueblos recónditos que antes no pisaba ni Cristo, ahora parecen Central Park. El Covid19 no es un aura de infinito potencial infeccioso, no hace falta autoconfinarte en casa si te apartas lo justo para no poner en riesgo a nadie y, entre tanto, vas conociendo lo más insulso del entorno que hasta tiene su gracia.
A las 22:00, botellón en casa
A las doce en otros sitios. Y así vamos sumando o restando día hasta que esto acabe. El toque de queda nos evoca a aquellos tiempos de restricciones en la temprana adolescencia entre malas compañías y bares. Aunque ahora a las siete de la tarde ya parece la una de la madrugada, la situación nos invita al alcoholismo a solas, y no sabemos si la medida estará frenando contagios porque no es poca la gente, y basta con ver las colas de los supermercados los fines de semana, que opta por montar la fiesta en casa hasta que a las seis de la mañana recuperamos la libre movilidad. Gang bangs de ginebra, pizzas familiares de subsistencia, borracheras en masa clandestinas y así hasta que ¿la pandemia? quiera.