El momento en que una bomba de palomitas de maíz explota en mitad de una calle de China
TRABAJAN CON FAMOSOS
El percal es de aúpa: hace una noche fantástica y ha venido todo el mundo. Al menos, todo el mundo de la farándula. Una conocida marca de bebida organiza una fiesta para presentar su nuevo producto y nadie se lo ha querido perder.
Famosos y otros que no lo son tanto. Gente influyente a la que rodea otra gente que ansía serlo algún día. Personas que ven en saraos como este la oportunidad perfecta para arrimarse a la persona adecuada en el momento justo. Quizá, tomarse una copa con el youtuber de moda. Compartir confidencias con la actriz de esa serie tan conocida de la tele. Darle fuego o invitar a una ralla en el baño a ese director de cine del que todo el mundo habla.
A lo largo de mi vida como periodista he tenido la oportunidad de conocer a infinidad de famosos de toda índole. Deportistas, actores, políticos, presentadores de televisión. Músicos, sobre todo. Pero en la gran mayoría de ocasiones el contacto no ha ido más allá de unos pocos minutos de entrevista para promocionar su nuevo libro, disco o película. Un guión pautado que casi siempre se repite, y que no deja margen para conocer a la persona que hay tras el personaje público.
Lo diré desde un principio: el mundo del famoseo me produce una insoportable urticaria. Siempre pensé que si eres famoso -o al menos, muy famoso- es fácil convertirte en un cretino.
Al fin y al cabo no debe ser sencillo pasarse la vida rodeado de gente que elogia cada proyecto en el que te embarcas y ríe cada uno de tus chistes, sin importar que carezcas del más mínimo talento o la vis cómica más elemental. Las puertas se te abren una detrás de otra, la vida te sonríe a cada paso y tus miles de seguidores en Instagram te colmarían de likes aunque subieras una foto de tus excrementos antes de tirar de la cadena. Porque sí, amigos: los famosos también cagan.
Por todo ello, y más allá de mis impresiones parciales, me he hecho una pregunta: ¿Cómo son los famosos en su día a día, lejos de los focos? ¿Cómo afrontan los sinsabores de la vida? ¿Cuántos de ellos se vuelven irremediablemente idiotas al traspasar determinado umbral de popularidad?
Tras un proceso de investigación consistente en preguntar a amigos, a amigos de amigos y a conocidos de esos amigos de amigos, he dado con gente está acostumbrada a trabajar con famosos. Gente que conoce como nadie sus fobias y sus filias y está dispuesta a compartirlas.
Raúl trabaja a las órdenes de una conocidísima figura televisiva. Alguien que revienta semanalmente los índices de audiencia y cuyo nombre prefiere no desvelar por motivos laborales más que comprensibles. En conversación con Tribus Ocultas se muestra empático ante lo que, considera, no es tarea fácil.
“Creo que los famosos viven con mucha presión”, cuenta. “Muchos sueldos dependen de ellos, y normalmente no tienen a nadie que les diga o dé indicios de lo que realmente piensan o puede estar pasando. Hay que estar muy centrado para ser famoso”.
Hay un componente que, para Raúl, viene de serie. “El que es gilipollas lo es, independientemente de que sea famoso o no”, asevera con contundencia. Y añade un elemento importante: “Si la fama te pilla mayor es muy probable que lo lleves mejor. Al fin y al cabo, si eres joven hay que tener la cabeza muy bien amueblada para no perder el norte”.
El factor edad es clave, por ejemplo, en un mundo como el deporte de élite. Ramón forma parte del cuerpo técnico de uno de los más laureados equipos de primera división de fútbol. Come, duerme, viaja y se divierte con millonarios más jóvenes que él. Y mucho más ricos.
“La juventud y el dinero no siempre se han llevado del todo bien”, reflexiona Ramón. “Pero el handicap que veo en un futbolista es que la exigencia es tan alta, con entrenamientos todos los días y un partido casi cada, que en el momento que te despistes un poco en tu forma física o bajes el nivel, corres el riesgo de perder la posición de privilegio en la que te encuentras”.
En el mundo del fútbol, Ramón no cree que sea sencillo que el ego juegue una mala pasada. “En este deporte las cosas van muy rápido: hoy estas en la cresta de la ola y mañana nadie se acuerda de ti. Y eso es algo que cada uno de ellos tiene muy presente. Y no solo por ellos, sino por toda la gente que está a su alrededor y dependen de su sueldo, como familia, amigos o la gente con la que trabajan”.
La intrahistoria de Orlando Bloom
Vayamos a más. Piensen en un actor de Hollywood. Uno de los grandes: Orlando Bloom. Un tipo que ha sido Legolas en El Señor de los Anillos, actualmente pareja de Katy Perry y antes de la supermodelo Miranda Kerr. Alguien que desde muy joven tiene una cuente corriente más abultada que el PIB de muchas naciones del planeta. Un famoso con mayúsculas, vaya.
Kevin trabajó en 2004 como asistente personal de Bloom. Lo hizo durante dos meses en un rodaje en el que coincidió con figuras de la talla de Edward Norton, Jeremy Irons, Liam Neeson o Eva Green, entre otros. Un trabajo por el que le pagaban 600 euros a la semana.
“Era mi primer empleo y superaba todas mis expectativas”, cuenta hoy. ¿En qué consistía su labor? “Básicamente, en llevarle la agenda, atender a los fans, ser el puente entre él y producción, llevar y organizar sus necesidades del día… Ese tipo de cosas”, cuenta.
Si bien Kevin sólo tiene buenas palabras para Neeson, al que recuerda como “encantador, o al hablar de Eva Green, a la que se refiere como “maravillosa y accesible”, la cosa cambia cuando se trata de Bloom. “Mi tocó el actor más infantil e inmaduro de todos, que encima resultó ser la estrella de la peli. Era un peso demasiado grande para él: estaba completamente superado por la situación”. Las anécdotas de aquellos dos meses se cuentan a pares.
“Estando en Madrid, quiso salir de fiesta sin ser reconocido”, recuerda. “Me parecía normal, aunque yo mismo no tenía claro si le iba a reconocer alguien: al menos yo no podía disociarle de su imagen de Legolas. Y claro, salimos y casi nadie le reconoció”. Al día siguiente, Kevin despertó en medio de una gran resaca y con miles de llamadas perdidas en el móvil.
“A Orlando le había dado un ataque de pánico… o de fama: tras comprobar que había podido salir de fiesta sin ser reconocido ni molestado, decidió que necesitaba todo lo contrario: quería a los guardaespaldas de Brad Pitt. Se despertó con este capricho. Dos días después, un tipo pequeño pero cuadrado de unos 40 años estaba como perro fiel en la puerta de su caravana. Era John, el jefe de los guardaespaldas de Brad”.
“Muchos famosos están acostumbrados a a ser el centro de atención. A menudo se quejan de ello, pero cuando no lo son por algún motivo, se sienten inseguros”. La que habla es Julia, que trabaja codo con codo con músicos de éxito en labores de producción de conciertos.
Y es que aunque los personajes de la tele, los futbolistas y los actores sean hoy en día los famosos más laureados de la sociedad, no hace tanto tiempo lo fueron también las estrellas del rock. Muchas, de hecho, siguen supurando ese aura casi mística y generando la idolatría de antaño.
“En el mundo de la música hay de todo, pero es habitual encontrarte con egos descomunales”, reconoce Julia. “Muchos músicos, especialmente los de más renombre, piensen que debes estar disponible para ellos las 24 horas del día. No son conscientes de que tienes un horario y una vida propias. Y por ello, trabajar en equipo puede ser muy complicado: al fin y al cabo, siempre vas a estar en desventaja”.
Uno de los motivos que explican todo ello reside, para Julia, en el círculo que rodea y acompaña en todo momento a los propios famosos en general, también en el caso de los músicos de éxito. Un círculo “lleno de personas que permiten y fomentan todo capricho, y que provocan que muchos famosos sean gente muy poco acostumbrada a que les digan que no a nada”.
Kevin añade: “Creo que todo famoso es consciente de sus privilegios como estrella y le es difícil disociar entre esa vida pública y su propia vida. Hay que tener las cosas muy claras o hacer terapia para que la fama no te carcoma. Es especialmente fácil perder el control. Pero al fin y al cabo, la fama acentúa los defectos de cada persona, y quien es gilipollas se convertirá en un gran estúpido egoísta incapaz de sobrellevarlo. Como le pasaba a Orlando”.