El aterrador momento en que un estudiante de piloto abre la puerta de un avión en el aire
DERECHOS DE AUTOR
El año pasado, a un vecino de Boiro (La Coruña) le dijeron que su cara aparecía en una cajetilla de tabaco. “Fumar provoca embolias e invalidez”, avisaban las autoridades sanitarias en la cabecera de la imagen, y debajo habían colocado una fotografía del gallego entubado en la cama de un hospital. El hombre ni siquiera fumaba, y le habían operado no por una embolia, sino por un dolor de espalda que padecía desde hace tiempo, pero ahí estaba su foto, en una cajetilla de Fortuna Red, con el propósito de disuadir a los fumadores de seguir echándose un pitillo.
A las Kardashian les pasó algo parecido. En 2012, un fabricante de pastillas adelgazantes usó la imagen de Kim, Kourtney y Khloé en bikini para anunciar su producto. También utilizaron su apellido para vender una línea de cosméticos, “Kardashian Beauty”. Incluso la reina Sofía ha servido de reclamo publicitario en un par de ocasiones: primero para anunciar los vuelos de bajo coste de Ryanair (“Vuela como un monarca con 1 millón de plazas”), y luego en la agencia de contactos Ashley Madison (“Ya no tienes por qué pasar la noche sola”). Tampoco hay que olvidar que a muchos de nosotros nos ha avisado algún amigo de que había fotos nuestras en Grindr acompañadas del emoji de la berenjena, cuando no del melocotón.
Pues bien, de esto, como de muchas otras cosas, Oscar Wilde fue precursor y ya en 1882 tuvo el mismo problema que las hermanas Kardashian. Si pensáis en Wilde y amáis sus libros, enseguida os vendrá a la cabeza la icónica fotografía en la que aparece sosteniendo un bastón de marfil y llevando un abrigo de piel. La imagen pertenece a una serie de fotografías que el estadounidense Napoleón Sarony le tomó en 1882 durante la gira que el escritor emprendió por el país americano. Y si se da la casualidad de que tenéis más de 150 años o disponéis de una máquina del tiempo y elegisteis visitar ese periodo de la historia americana, las fotos tal vez también os suenen de un anuncio de sombreros que visteis una vez en Nueva York.
Ojalá el cinematógrafo se hubiera inventado antes y existiesen vídeos de aquel tour del irlandés. En Boston, Wilde desfiló seguido de una procesión de sesenta estudiantes de Harvard elegantemente vestidos y portando un girasol cada uno de ellos (el girasol era al flor de los estetas, y la bandera del arcoiris de entonces). En otra ocasión, dio a una conferencia sobre las artes decorativas a unos mineros de Colorado vestido con una chaqueta de terciopelo, pantalones cortos y medias de seda.
Era uno de los hombres más elegantes del mundo, pero en Estados Unidos, un país del que el propio Wilde dijo en una de sus charlas que los únicos americanos bien vestidos con los que se había encontrado fueron los mineros de Colorado, en los USA Oscar Wilde resultaba un tanto chocante e hicieron mofa de él.
En la revista Punch, por ejemplo, publicaron una caricatura suya en la que se asomaba desde un girasol y recitaba un pomposo poema. Más curioso fue el caso de la compañía litográfica Burrow-Giles, que se apropió de una de las fotografías de Savory y la vendió a distintos comercios con fines publicitarios. Así, igual que el señor de Galicia, Wilde apareció sin quererlo ni beberlo en una cajetilla de tabaco, en el anuncio de sombreros de una tienda de Nueva York, en el de un hilo de algodón junto a un elefante y, como las Kardashian, en el envoltorio de una crema para embellecer y agrandar el pecho.
A Oscar Wilde debemos agradecerle, antes que nada, que escribiera “El retrato de Oscar Wilde” y “De Profundis”. La demanda que Napoleón Savory interpuso y ganó contra la compañía litográfica Burrow-Giles, sin embargo, fue fundamental para ampliar los derechos de autor a las fotografías y para que éstas fuesen reconocidas como una forma de expresión artística.
Imagino que es en lo que pensabais cuando, hace algunos años, compartisteis en Facebook aquel comunicado en el que desautorizabais a la compañía de Silicon Valley a usar vuestras fotos de perfil para promocionar la red social en alguna valla publicitaria. Podéis dormir tranquilos. Seguramente nadie use vuestra cara para anunciar nada. ¿Os imagináis, por cierto, ir conduciendo por la A-1 y toparos con una enorme valla anunciando Facebook en Robregordo? Qué cosa tan absurda, dios mío.