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ME TRATAN COMO GANADO Y ME PREGUNTAN SI TENGO ESTUDIOS, FAMILIARES RUBIOS O SI SON O NO OBESOS

Me pagan 1.000 euros por donar mis óvulos y los venderán por nueve veces más

Desde el principio me siento como una gallina. Los granjeros, en forma de trabajadores de una clínica de Madrid, me observan babeantes, ávidos de mis huevos. "Nos interesa mucho tu fenotipo", me han dicho con una sonrisa muy profesional. Entiendo que juegan a hacerme sentir especial, como si perteneciese a una raza muy exclusiva, a un selecto grupo de "afortunadas" de no ser negras, latinas, gordas, neurodivergentes, en esta basura de mundo que tiende a desdeñar a la gente por esas razones.

La ley española permite donar óvulos, pero no venderlos Getty Images, archivo

No soy ni muy baja, ni muy alta, ni gorda ni flaca, tengo los ojos más o menos claros, el pelo tirando a rizado: podría ser hija de cualquier española caucásica media. No tengo, según los cánones imperantes, deformidades extremas, salvo las del alma, que no se ven.

Soy una blanca privilegiada, con carrera (que tenga dos carreras les hace estremecer del gusto, como si el óvulo fuese a salir muy empollón; los imagino etiquetándolo en su probeta de laboratorio como "BUEN ESTUDIANTE"), así que me aceptan en el proceso de donación encantados de la vida, sin saber que sé perfectamente que esto es una explotación vil de mi cuerpo, y que estoy mintiendo, porque poseo unas cuantas características que nadie desearía para sus hijos.

La ovodonación es un proceso por el cual una mujer dona óvulos con el propósito de que los mismos sean implantados en otra mujer que no pueda producirlos por sí misma. En España, la donación de óvulos está regulada desde 1988, y, según la ley, debe realizarse de forma voluntaria, altruista y anónima. Sin embargo, es un proceso complicado, que conlleva una hormonación, una hiperestimulación ovárica que precisa de ingreso médico y que puede comportar ciertos riesgos para la salud.

Obviamente, el óvulo deseado por muchas de las mujeres y parejas que van a comprarlos es un producto sin problemas, sin antecedentes de problemas mentales ni obesidad, de la misma raza que la familia en la que va a nacer y, si puede ser, con un físico lo más similar posible a los progenitores.

A una amiga peruana, nada más escucharle el acento por teléfono la cortaron y le dijeron: "Lo siento, no nos interesa tu fenotipo". Veo decenas de mujeres en la sala y sé que todas ocultan algo. Sé que todas hemos tenido un antepasado alcohólico, una depresión, algún pariente esquizofrénico, alguna adicción, algún problema de salud que omitimos.

Sin embargo, callamos, fijando la vista en el suelo, sin mirarnos entre nosotras y, sobre todo, sin mirar a las parejas que pululan por los pasillos, compradores que pagarán de 4.500 a 9.000 euros por los pequeños tesoros que habitan en nuestras entrañas. Las donantes, en cambio, nunca cobrarán más de 1.200 euros (por las molestias, porque la ley prohibe venderlos). Justo cuando me llaman para que pase a la consulta, veo a una donante hacer un gesto de dolor, llevándose las manos al vientre.

Donación de óvulos | Getty Images, foto de archivo

Dentro de la consulta, una pulcra sala de la clínica, una doctora, ataviada con una bata blanca, saca fotos de mi cuerpo y de mi cara. De frente, de perfil, desde atrás, como si fuese una ficha policial. De pronto acerca mucho la cámara a uno de mis ojos. Se detiene antes de sacar la foto.

"Tienes la pupila un poco dilatada y no se ve bien el color de tus ojos -me dice- Vamos a bajar un poco la luz para que se contraiga".

Supongo que mi pupila dilatada es traicionera, el signo de tensión, el polígrafo que delata que estoy mintiendo: He iniciado el proceso de donación de óvulos para poder escribir este artículo, pero no pienso donar. Si ya desde el principio no tenía deseo de hacerlo, los testimonios de amigas y conocidas que en su momento donaron me han terminado de espantar.

Así pues, mi intención es la siguiente: Voy a llevar el proceso casi hasta el final, y me detendré en el momento en el que tenga que empezar a hormonarme. En el preciso instante en el que tenga que dar los primeros pasos de dañar mi cuerpo para que unos desgraciados -los dueños de la clínica- se beneficien de mi hiperestimulación ovárica-, me retiraré del proceso, fingiendo complicaciones vitales, miedo, cobardía.

Y no pasará nada. Porque en las salas de la clínica aguardan, en cada una de mis visitas, decenas de mujeres ansiosas o resignadas a prestar su cuerpo a cambio de 700, 900, 1.000, quizás 1.200 euros, si es la segunda vez que donan.

Al final logramos sacar la foto de mi ojo. Satisfecha, la doctora -¿Es una doctora? ¿Es una señora venida directamente de la escuela del Doctor Mengele?- la observa en la pantalla del ordenador. Mi ojo se ve enorme.

Donación de óvulos | Getty Images, fotos de archivo

Me pregunta si hay más gente de ojos claros en mi familia. Me pregunta si hay gente rubia. Le digo que mis primos son casi todos rubios. Me pregunta si soy pelirroja de verdad. Le digo que no. Hace poco que me he teñido, y aún no asoman las raíces castañas. ¿Veo cierta tristeza? ¿Hay decepción en su mirada? ¿Va a pedirme que le enseñe el vello púbico para comprobar la verdad de mis palabras?

Me preguntan si hay antecedentes de enfermedad mental o alcoholismo en mi familia. ¿Ha habido depresiones, y casos así, en tu familia más cercana? Niego mintiendo como una bellaca, deseando que mis gestos no delaten mi mentira. Mi familia, tal y como la presento, es un clan de querubines sanísimos de ojos y piel clara. La frase estrella es "no, que yo sepa". Me protege de todo mal, me permite seguir adelante con el proceso.

Donación de óvulos | Getty Images, archivo

Cuando pienso que ya hemos terminado con el interrogatorio nazi y que estoy adecuadamente colocada en las filas de fenotipo caucásico con ramalazos arios, me pregunta si hay obesidad en mi familia. Le digo que hombre, que alguna barriguita hay, pero obesidad mórbida no. Cada palabra que sale por mi boca es una especie de insulto a cualquier persona que no se adapte a los cánones estéticos y mentales de la clínica.

La doctora parece inmune a la cantidad de barbaridades que salen por su boca. La sensación es la de encontrarme en una especie de futuro distópico en el que el ser humano busca una mejora genética de forma artificial para poder sobrevivir. La doctora es amable, pero me doy cuenta de que todo esto va de vender un cuerpo, y que la transacción no es del todo sincera.

Paula, de 35 años, donó óvulos hace 13

"Hice todo el tratamiento y me sometí a la extracción, pero no pudieron sacarme ninguno porque no maduraron en el momento que debían. Al cabo de los años, mi primer embarazo fue ectópico (un embarazo que se produce en una de las trompas de Falopio), y tengo la convicción de que tuvo que ver con la punción, que me dejó la trompa tocada".

Paula recuerda que las doctoras que siguieron su proceso se sintieron decepcionadas cuando no pudieron sacarle óvulos y se lo transmitieron claramente. "Tenía mi coño ahí delante abierto, estaba con anestesia, y la doctora no contuvo su sensación de 'pues vaya mierda, todo este curro para nada'. Salí de allí pensando que era estéril. No me explicaron nada ni se ocuparon de cómo estaba", me cuenta.

Casi todas las mujeres con las que hablo al respecto coinciden en que tuvieron problemas y malestares de los que prácticamente no se las informó, y que cuando los comunicaron les dijeron que se encontraban en ese porcentaje pequeñísimo de mujeres que reaccionan mal a la estimulación hormonal. En mi caso, es igual: cuando le pregunto a la doctora si sentiré molestias, me dice que lo normal es que no, que hay algunas mujeres que sienten dolores, pero que "no pasan de ser como unos dolores de regla normales, nada más".

Carolina, de 30 años, donó hace pocos años

"Me hormoné durante un mes si no recuerdo mal, pinchándome yo misma una vez al día en la barriga y me iban haciendo ecografías para ver cómo fabricando óvulos. Emocionalmente, estaba muy alterada, porque era como la súper ovulación de mi vida. Llegué a tener doce óvulos. El último día te tienes que clavar tú misma en casa una aguja más larga que las demás, una cosa gigante...", dice

"Después la intervención: en quirófano, con anestesia general, reanimación y toda la movida. Ese día tienes que tomar analgésicos fuertes para el dolor. A mí me fue más o menos bien, pero a una prima mía, en la extracción, se le encharcó un ovario de sangre y tuvo que ir al hospital. La clínica no se hizo cargo, porque firmas todo para que ellos puedan lavarse las manos", finaliza.

Pilar, de 28 años, donó hace tres años

"Al principio me trataron genial. Está bien el hecho de que te hacen un chequeo bastante importante. Pincharse fue raro, porque al final ya dolía un poco la zona. Y cuando se acercaba el día de la extracción ya me empecé a encontrar un poco mal, me hinché mucho y estaba mareada. Una enfermera me habló fatal, diciéndome que si la última inyección no me la ponía en la hora indicada, echaría a perder todo el proceso y perdería mis 1.000 euros".

Dejo los testimonios para volver a mí. En mi caso, cuando comienzo el chequeo médico, la amabilidad inicial se va evaporando. Tengo más consciencia que nunca de ser un producto al que le quieren extraer algo, y entiendo que, pasa seguir adelante con el proceso, una tiene que necesitar mucho esos 1.000 euros que pagan.

La experiencia de Pilar (regreso a ella) la recuerda así:

"Fue lo peor que he podido hacer en mi vida. Necesitaba el dinero urgentemente, ya que me acababa de divorciar en un proceso muy duro, me había mudado a otra ciudad con mi hijo de dos años y no tenía ni cubiertos ni una silla en el piso. Ese era el nivel. Así que vi el anuncio y mandé el formulario de contacto. Enseguida se pusieron en contacto conmigo, me llamaron y me citaron para una primera visita", afirma.

"Cuando me preguntaron todo y me consideraron inicialmente 'válida', me hicieron unas fotos de la cara y del cuerpo, me dijeron que era para seleccionar una receptora con mis mismos rasgos y que estaba de suerte porque tenía una cara muy 'normal'. Anotó color de pelo, de ojos, y tuve que decir el color de ojos y pelo de mi hijo, de mis padres y abuelos por todas las ramas".

"Me dijeron que tendría sólo unas molestias como de menstruación, y, explicado así, me pareció un chollo. Fue horrible. Engordé ocho kilos, estaba hinchadísima, y el proceso se alargó un poco porque tenía muy buenos folículos y querían sacar bastantes. La cosa es que me sobreestimularon".

"Desde cinco días antes de la extracción tuve que estar de baja. Me encontraba muy mal y me dijeron que, por mala suerte, yo debía ser de ese 1% de mujeres a las que les sienta mal la medicación. Posteriormente a ese procedimiento he tenido muchísimos problemas menstruales. Después volví a intentar quedarme embarazada, y ya no lo conseguí. No sé si tendrá que ver", finaliza Pilar.

Donación de óvulos | Getty Images, foto de archivo

El tema de qué sucede con los óvulos también es bastante inquietante. A mí, desde el primer momento, me dicen que si no quiero que los usen para experimentación genética tengo que firmar un papel, que después casualmente se "olvidan" de darme. En el caso de muchas donantes, este documento se les ofrece para que lo firmen justo cuando acaban de despertar de la anestesia.

"Yo, a pesar de estar bastante sedada -cuenta Pilar- les dije que no, que en ningún momento habíamos hablado de eso. Me pusieron malas caras y me dijeron que era una lástima, que esos óvulos se echarían a perder. En cualquier caso, el malestar inicialmente se te olvida cuando te dan el dinero", confiesa.

El pago de esta transacción es otro tema delicado

De las mujeres entrevistadas, algunas aseguraban haber recibido el dinero en efectivo, en billetes de 20 o 50. A otras les entregaron un cheque al portador. En ninguno de los testimonios recabados era un dinero certificado o anotado

Sin atreverme a decir si es correcto, moral o bueno para la humanidad que existan este tipo de negocios, sólo puedo decir que el negocio de la compra-venta de óvulos mueve mucho menos dinero que el de los vientres de alquiler, pero que, por esa misma razón, sucede de forma subterránea, desprotegida, vulnerando derechos, afectando a cuerpos y vidas, produciendo un dinero que no queda registrado en ninguna parte.

Aunque las hay, pocas mujeres donan por una cuestión altruista. La única chica que conocí que lo hizo por esta cuestión, me contó que tiempo después de donar por primera vez la llamaron para volver a donar óvulos a la misma familia, porque "han tenido un niño muy majo, y quieren darle una hermanita que se parezca a él".

Ella se prestó a repetir el proceso, que esta vez sí que le afectó algo más a nivel físico. Al tiempo, la llamaron una tercera vez con el mismo requerimiento. "En ese momento -comenta- me empezó a parecer un poco desagradable y les dije que por favor no me llamaran más". Pero la donación desinteresada es un caso raro.

El sendero oscuro por el que fluye la ovodonación es, para qué engañarnos, la precariedad, o directamente la miseria, la vida de recursos justitos de la primera juventud, los apuros económicos del desempleo, la falta de apoyo familiar.

El día en el que la clínica me llama porque no me he presentado a la cita en la que me entregarán el kit de hormonación (una serie de inyecciones que debo ponerme en casa), les digo que no voy a continuar con el proceso. Ya liberada, les comento que me parece muy triste que paguen tan poco por un proceso tan salvaje.

En ningún momento perdemos las maneras, pero, muy educadamente, me hacen saber que estoy perdiendo una gran oportunidad de ayudar a alguien que no tiene la suerte de la fertilidad. Les digo que eso sería maravilloso si el daño que haría a mi cuerpo donando óvulos me fuese recompensado de alguna manera.

Antes de colgar, me dicen: "Tienes 33 años. Quizás esta fuera la última vez que podías donar, porque a partir de los 35 ya no hay clínica que quiera tus óvulos". Así, a lo salvaje, buscando plantar una semilla de terror y vejez ovárica en mi cerebro treintañero.

Como cuando en una discusión de patio de colegio, un niño sabe que tiene la batalla perdida y le dice otro que claramente se ha salido con la suya: "Pues te chinchas".

Cuelgo y me río. Después pienso en la cantidad de mujeres sin opción a esa risa final, que tengan que tragar con estas extorsiones suavecitas, y que, sin haber sido debidamente informadas y sin tener otra opción económica, no les quede otra que entregar sus cuerpos a este juego de la gallina de los huevos de oro pagados a precio de risa.

***

(Las fotos son imágenes de archivo de Getty Images y solo ilustran la narrativa de este reportaje, por lo que en ningún caso deben atribuirse, vincularse o relacionarse ni a los testimonios de las personas entrevistadas ni a la investigación periodística de esta historia dentro y fuera de la clínica de reproducción asistida)

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