El aterrador momento en que un estudiante de piloto abre la puerta de un avión en el aire
LA ÚLTIMA FRONTERA DE LA IRREVERENCIA SE TOPA CON LA IGLESIA
Cada cierto tiempo aparece en la ficción televisiva un personaje BOOM, un protagonista que arrastra legiones de fans y 'haters'. Ahora mismo, te estarán viniendo un montón a la cabeza: Sonny Crockett, Carrie Bradshaw, Angela Channing, Sherlock, Sheldon Cooper, Jessica Fletcher, Phoebe, Herman Munster, Will Smith, Laura Palmer o Buffy.
La memoria es siempre caótica con estas cosas. Hay muchas series, demasiadas, la galería es inagotable e inabarcable.
Los citados tienen, entre otras cosas, una en común, todos son personajes empáticos para el gran público. Más o menos, con sus cosas, pero ninguno llega a ser un personaje verdaderamente incómodo o desagradable.
De hecho, lo complicado es encontrar lo opuesto, la némesis, personajes sin miedo a ser odiados o repudiados por el gran público. Personajes solitarios, reservados, oscuros, no estoy hablando de Batman, estoy hablando de tipos que rompen las reglas y operan al margen. Tipos a los que no les importa nada excepto ellos mismos y llevan sus decisiones hasta sus últimas consecuencias.
No me estoy refiriendo a antihéroes como Walther White o Tony Soprano, sino a villanos, pequeños y grandes, a veces: groseros, irritantes, egoístas, sombríos, autoritarios, herméticos, falsos, manipuladores, como por ejemplo, el Dr. House, alguien con la capacidad de exterminar cualquier reparo ético o legal que lo separe de su objetivo sin miedo a la crítica, a la burla, al insulto o al rechazo.
Una persona que, debido a su hiperracionalidad y falta de empatía, vive en constante conflicto con quienes lo rodean, ya sea fuera o dentro del trabajo, donde no le tiembla el pulso a la hora de ejecutar sus particulares y poco ortodoxos métodos de trabajo.
Características que comparte con el director creativo Don Draper: un seductor y un mujeriego en potencia. Un winner, un triunfador, un role model que todos imitan y todas persiguen. Pero en realidad es un ser frío, calculador, misántropo y de tortuoso pasado cuyo narcisismo sólo le permite actuar bajo el amparo del ego y la manipulación.
Mientras hablo de éstos no puedo dejar de pensar en ese ambicioso y despiadado jefe de La Casa Blanca, que tantas similitudes guarda con Donald Trump, llamado Frank Underwood. Un presidente de los EEUU que escupe frases como: “La democracia está sobrevalorada" o “Solo hay una regla: cazar o ser cazado”.
La medicina, el ámbito creativo, la política, allá donde mires siempre hay uno de ellos. Actúan con sus propias reglas, están por encima del bien y del mal, son salvajes e indomables.
¿Qué nos queda?, pues por ejemplo, La Iglesia. Sitúate. Estamos en la Ciudad del Vaticano, en la Santa Sede, máxima institución de la Iglesia Católica. Ya sabes: secretos, riqueza, poder... un lugar misterioso e infranqueable dirigido por el hombre de confianza de Dios, el Papa.
Ahora borra de tu mente la imagen que tengas del Papa y sustitúyela por la de un Papa que bebe Coca-Cola, habla de Banksy, se pasea en chándal y fuma. Un Papa que fuma es una imagen poderosa, icónica, que sintetiza y simboliza todo lo dicho en los párrafos anteriores.
El Pío XIII de Sorrentino, 'El joven Papa', es el nuevo niño mimado de HBO. Un hombre de cuarenta y pocos, estadounidente, guapo, todo es como una gran osadía o excentricidad. Y para rizar el rizo, es Pío XIII, en homenaje a un antecesor que simpatizó con el fascismo y el nazismo. Según el periodista y escritor John Cornwell: “Pío XII fue el clérigo más peligroso de la historia moderna.”
Y quién mejor para hablar del Vaticano que un italiano. Sorrentino sabe perfectamente de lo que está hablando, todos nos acordamos de 'Il Divo', el magnifico retrato que hizo de una de las más populares y controvertidas figuras de la política italiana, Giulio Andreotti.
Jude Law es Pío XIII, un huérfano que culpa al mundo de su desgracia y obra como el personaje siniestro y vengativo que es. Un Papa con gafas de sol fumando, la potencia icónica de la imagen es superlativa.
Si a eso le sumas una personalidad megalomaníaca, reaccionaria, homófoga, déspota, intransigente y contradictoria, tienes un fascinante personaje a la altura de los citados. Un hombre de una inteligencia superdotada dedicado en cuerpo y alma al Mal, con mayúsculas.