El emotivo momento en que un niño paciente de cáncer se reúne con sus hermanos tras seis meses en el hospital
Perdió la vista a los 17 años por una enfermedad genética, pero decidió seguir patinando
Marcelo Lusardi, argentino que vive en Galicia desde los cinco años, es uno de los más claros ejemplos de superación en el deporte. Tras perder la vista, decidió que quería seguir patinando. Ahora lo hace mejor que nunca.
De entre las muchas cosas que he hecho o intentado hacer en la vida, una está a años luz del resto en cuanto a dificultad: patinar. Cualquier skater lo sabe bien: el monopatín requiere tiempo y destreza. Conlleva pelear contra ti mismo durante semanas o meses para sacar un truco que parecía sencillo. Supone recibir un golpe tras otro y asumir el riesgo de lesionarse gravemente. Patinar es sangre, sudor y lágrimas.
Por todo ello, la admiración que sentí al conocer la historia de Marcelo Lusardi, argentino que vive en Santiago de Compostela desde que llegó siendo un niño, con cinco años, fue incluso mayor que la que sientes cuando conoces otros ejemplos de superación personal en el mundo del deporte. Una historia que arrancó en 2015 cuando, con sólo 17 años, vivió un auténtica pesadilla.
“Todo empezó en San Juan de 2015”, cuenta a Tribus Ocultas vía teléfonica, con plena naturalidad y sin rastro alguno de dramatismo. “Estaba en la hoguera y empecé a notar que veía raras las llamas. Pensé que tenía las gafas sucias y me las limpié, pero no sirvió de nada: tenía una mancha en el centro de la visión. Si fijaba la vista en la hoguera veía todo alrededor, pero no la hoguera. Pensé que no era grave, que sería el cansancio, y no le di mayor importancia”.
Pasadas unas semanas, y al ver que el problema persistía, Marcelo acudió al hospital. “Me ingresaron durante una semana. Decían que tenía dañado el nervio óptico, pero no sabían a qué se debía. Los médicos creían que iba a recuperar la visión, así que me dieron el alta. En septiembre empecé el curso, y en noviembre empeoré. Todo era borroso. Me volvieron a ingresar y, tras un montón de pruebas, el día de mi cumpleaños un oftalmólogo concluyó que tenía una neuropatía óptica de Leber, una enfermedad genética. Pensé que me quedaría con esa visión borrosa, pero siguió empeorando hasta una ceguera casi total. Hoy sólo percibo luces”.
A partir de ahí, lo esperable en un caso como este: la desesperación, la ansiedad y el aislamiento. Hasta que todo empezó a cambiar. “Conocí a una amiga de mis padres que es ciega y me apoyó muchísimo para volver a hacer una vida normal y plena. Me ayudó a perder el miedo. Un día decidí volver a bajar con mis amigos, que también me apoyaron muchísimo y me animaron a volver a patinar. Lo veía imposible. Ya cuando empecé a peder visión pensé, ¿cómo voy a patinar si veo tan poco? ¡Como para hacerlo sin ver nada! Parecía complicado, pero pensé que tenía que hacer algo con mi vida”.
Y lo hizo. Marcelo se volvió a subir al patín. Primero, agarrado a una barandilla. Después, utilizando en ocasiones un bastón para ganar en orientación. “Empecé a pillarle el truco y poco a poco me fui motivando más y más. El fruto de todo ello es que ahora patino mucho mejor que antes”, cuenta con orgullo.
A priori, patinar siendo ciego, dada la interacción con todos los elementos necesarios para hacerlo -rampas, bordillos, escaleras o barandillas- parece una heroicidad. Marcelo tiene sus métodos. “Orientarse es lo más complicado. Obviamente no puedo ir por un skatepark al libre albedrío, como cualquiera. Hay sitios en los que puedo pillar una línea y orientarme mejor, pero por lo general lo que hago es quedarme en un mismo spot y familiarizarme con él”, cuenta.
La reacción de quien ve patinar con soltura a Marcelo es, lógicamente, de sorpresa. “Lo flipan”, reconoce Marcelo entre risas. “¡Hay quien piensa que lo que llevo es un palo selfie, y no un palo de ciego!”. También se maravilla ante su destreza y afán de superación la propia gente del mundo del skate. “ Hace dos años era un chaval normal que no destacaba por ningún talento especial. Ahora de repente soy “el skater ciego”. Pero tengo mis trucos y mi propio estilo, no es sólo que patine sin ver. Le pongo mucho corazón”.
El sueño de Marcelo es vivir del monopatín, algo complicado en España. “Todo el mundo me dice que la vida del skater es muy dura y, sobre todo, muy corta”, reconoce. “Pero esa es la vida del skater… no del skater ciego”. Aun así, y a pesar del interés que algunas marcas han mostrado en él y en su increíble historia, prefiere ser realista. “No me hago grandes ilusiones, pero si alguna vez viene una marca o un tío con pasta, será bienvenido. Vivimos en un mundo muy loco”.