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UN RELATO DE MARTA EME (@MARTAMJ32)

¡PROTESTO, SEÑORÍA!

¿Cómo de duro eres contigo? @martamj32 analiza lo habitual de un comportamiento que nos impide entender lo que ocurre en realidad: Juzgar de ti mismo lo que haces o lo que no te atreves a hacer, con un dureza que jamás aplicarías contra los demás.

iStock ¿Te sientes culpable? Valora si estás siendo muy duro contigo mismo

Creo que venimos de serie con alma de juez y vocación de penitente con nosotros mismos. Erigirse en nuestro propio juez es algo que hacemos sin darnos cuenta a lo largo de nuestra vida y, dependiendo de cómo sea cada uno, con demasiada frecuencia y por los motivos más insospechados.

Venimos de serie con alma de juez y vocación de penitente

Todos llevamos dentro un juez pequeñito e implacable que busca causas donde no hay ni motivo, sentencia sin dejar lugar a la defensa y para el que, en muchas ocasiones, el único veredicto posible es culpable sin posibilidad de recurso. Uno que se pone la toga, se sienta y coge el mazo dispuesto a dictar sentencia sin necesidad apenas de juicio, que no escucha porque nunca nos hemos atrevido a defendernos e imponer nuestra voz. Un juez que sentencia, condena y se va dejándonos con nuestra culpa a cuestas; una culpa que, en la mayoría de los casos, ni siquiera existe pero nos empeñamos en arrastrar y sufrir, castigándonos aún más.

¿Quién peor que uno mismo para removerse hasta el alma buscando pruebas en contra?

¿Quién peor que uno mismo para juzgarse? ¿Quién peor que uno mismo para tener la confianza de removerse hasta el alma buscando pruebas en contra? ¿Quién peor que uno mismo para primero creerse y después convencerse de que hay algo por lo que merece ser juzgado? ¿Qué peor juez que el que sabe que no vas a tener el valor de llevar la contraria, sino aceptar su veredicto dócilmente, sin replicar y hasta pensando que realmente lo mereces?

Somos el peor abogado y juez posible para nosotros

Somos el peor abogado y juez posible para nosotros mismos mientras que con otros no vemos ni siquiera mala intención donde ya hay daño, no vemos pruebas donde hay hechos y justificamos con un mal momento lo que es ser tratados a patadas. Aguantamos en otros lo que ellos nunca nos tolerarían; estamos siempre, incluso cuando ellos ya se han ido y damos oportunidades infinitas para lo que sabemos que ya está acabado. Soportamos que nos hagan lo que nunca haríamos a nadie, esperamos de otros lo que no se nos ocurre esperar de nosotros mismos, aguantamos lo que no debemos y ponemos nuestra confianza en manos ajenas sin saber cuánto se puede confiar en uno mismo.

Nos culpamos por ser como somos o por no atrevernos a serlo

Nos culpamos por ser como somos o por no atrevernos a serlo, por vivir del modo que queremos o por no ser capaces, porque nos supera el qué dirán o porque sentimos que no encajamos. Y un día nos alejamos de lo que nos hace sentir culpables y vemos que no había culpa ni motivo ni causa ni pena que cumplir ni padecer. Que no hay que defenderse porque no hay delito, que tenemos voz y valor para gritar ¡Protesto, Señoría! Y que, en ese momento, ese juez pequeñito e implacable se detendrá a escuchar.

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