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La revolución que va a transformar los colegios no tiene un nombre raro
¿Puede una Comunidad de Aprendizaje sustituir el rígido método de enseñanza en la escuela española? La respuesta es no solo que sí, sino que ya lo está haciendo. Es imparable.
“Un colegio no es una isla en medio de un pueblo”. Esto tan bonito lo dice María José, maestra de escuela en Villanueva del Río y Minas, un pueblo sevillano de la Vega Alta del Guadalquivir que no llega a los cinco mil habitantes.
“En este colegio, el único del municipio, están todos los niños del pueblo. Por lo tanto, nosotros tenemos que conseguir que nuestro pueblo vaya a mejor. ¿Cómo va nuestro pueblo a mejor? Mejorando también la educación de los alumnos”.
María José se lo contaba así de claro a los investigadores que fueron a entrevistarla para un informe de la Junta de Andalucía. La Consejería de Educación quería evaluar en 2015 qué transformaciones se estaban produciendo en una pequeña red de colegios que estaban implementando algo que no podemos llamar nuevo, ni revolucionario ni tecnológico ni digital ni informático ni nada despampanante.
También le preguntaron a un alumno del colegio San José de Granada. Decía: “eres consciente de las cosas que antes crees que no eras capaz de hacer, y te das cuenta de que tienes más conocimiento de lo que crees”. Y no, no es un programa para niños y niñas con altas capacidades. Es algo mucho más sencillo: se llama Comunidad de Aprendizaje y consiste en interaccionar más y abrir la participación en la educación a las familias y el voluntariado. Se trata un modelo que ha llegado para transformar la educación en España pero poco a poco y desde abajo.
“No conozco otra experiencia escolar capaz de engendrar tanta ilusión y cambio al servicio de la mejora de la educación de todos los niños y niñas”, dice Alejandro Martínez, profesor en el centro universitario La Salle y coordinador de la Sub-Red Universitaria de Comunidades de Aprendizaje de Madrid.
Cada año, en la Escuela Infantil Zofio del barrio de Usera (Madrid) recogen sueños. “Soñamos qué necesitan los niños y las niñas para que todos reciban la mejor educación”, explica Alicia Roldán, su directora. “Sueñan todos: niños, niñas, familia, profesorado…”. Un año, pusieron a la entrada un árbol en el que los sueños se pegaban sobre formas de fruta.
En otra ocasión, construyeron unas tijeras inmensas y escribieron en ellas: “no te cortes y sueña”. Otra vez acomodaron un montón de almohadas con formas diferentes y escribieron encima los sueños porque “¿dónde pone uno la cabeza para dormir y soñar?”, cuenta Alicia. Todos esos sueños son recogidos por las comisiones de trabajo y se intentan llevar a cabo. “Unos se pueden hacer y otros no, pero lo intentamos”.
En la Escuela Zofio, como en el resto de Comunidades de Aprendizaje, a los alumnos se les escucha, porque tienen voz, una voz adecuada a su edad, pero una voz. “Es un diálogo igualitario”, explica su directora.
Decidieron implementar este modelo hace diez años porque les parecía que era “el más coherente” a cómo entendían la escuela, “abierta al barrio y a las familias”. No hubo reticencias. “Cuando a una familia le dices que vas a hacer lo que es mejor para la educación de todos, cómo no van a estar de acuerdo”. Las familias participan mucho, pero en la medida que pueden. Si los horarios laborales no les permiten asistir a las comisiones por las tardes, acuden al centro a hacer otras cosas los fines de semana.
El método se apoya en el aprendizaje dialógico: la idea de que al conocimiento se llega por la comunicación: menos fichas y más tertulia. Por ejemplo, en una tertulia dialógica, ya sea literaria, matemática, científica o musical, alumnos y alumnas exponen su interpretación sobre la obra en concreto —una ecuación matemática o una novela, da igual— y qué es lo que le ha llamado la atención.
A partir de ahí llega el diálogo y la reflexión crítica, común, sobre la materia de estudio, lo cual activa la curiosidad, enriquece y, gracias al rol que desempeña una persona moderadora, favorece la participación igualitaria. El aprendizaje no se realiza en una única dirección —del profesor al alumno— sino que entre los propios alumnos sucede, y además son acompañados por voluntarios que no son una figura de autoridad sino de acompañamiento.
En la Escuela Infantil Zofio los voluntarios llegan por la vía de la familia pero también del barrio, de los antiguos alumnos, de las personas en prácticas o de los abuelos. Mucho de lo que sucede en un colegio puede adaptarse al método dialógico: desde la resolución de un conflicto entre compañeros hasta la manera en la que se atiende la biblioteca.
A la pregunta de si puede una Comunidad de Aprendizaje sustituir el modelo educativo predominante en la enseñanza pública en España, Blas Segovia, que coordina el mismo tipo de red universitaria que Alejandro Martínez pero en Andalucía, piensa que “sería lo ideal”.
Eso nos acercaría a los modelos educativos de los países que siempre tomamos como referencia, como Finlanda.
El problema es que hay que tener en cuenta que, para realizar la transformación, “el profesorado y los familiares han de estar de acuerdo en una gran mayoría” y el profesorado tiene que comprometerse con una formación continuada y aceptar que, en el día a día de su aula, tendrá que admitir “la participación decisoria y educativa de las familias y el voluntariado” porque “las familias entran y participan en actividades o toman decisiones conjuntamente con los profesores y los escolares en las comisiones”.
Muchos profesores no están de acuerdo con eso, al menos a priori. Así le sucedía a la maestra Elena, del CEIP La Rábida en El Campillo (Huelva): “yo era la primera que no me fiaba de meter en mi clase a cualquiera.
Y empezó a cundir, esto es como una mancha de aceite, empezaron por imitación los demás compañeros, empezó a gustarles la idea y se fue extendiendo, se fue generalizando. De ahí, poquito a poco, al otro año tertulias, asambleas,... Hasta que nos decidimos y votamos que sí”. Para Blas, “la escuela ‘derriba’ los muros y se hace comunitaria”.
A Mª Carmen Sánchez y Juan García López, de la Sub-Red Universitaria de Comunidades de Aprendizaje de Castilla-La Mancha no les parece que las Comunidades de Aprendizaje sea “un proyecto cuyo objetivo sea sustituir ningún modelo” sino el de “extender las prácticas educativas que son capaces de transformar la realidad”.
“En estos momentos existe una realidad incuestionable que el sistema educativo tendrá que aceptar”, dicen. “La educación no puede avanzar al margen de la ciencia. Los centros educativos y toda la comunidad deberían conocer que existen prácticas educativas que están basadas en evidencias científicas que producen la mejora del éxito en todo el alumnado, independientemente del contexto social o económico en el que se implanten”.
Alejandro Martínez también piensa que podría implantarse el modelo en todos los centros: “las Comunidades de Aprendizaje se caracterizan por guiarse por evidencias científicas. Un reto en el que considero que todos los centros educativos se deberían poder encontrar”.
Este nuevo método se considera una “actuación educativa de éxito” porque garantiza que mejora los resultados académicos sin importar el nivel, porque aumenta la actitud de solidaridad y la participación y porque “logra reducir los índices de repetición, abandono y fracaso escolar”, explica Martínez. Son prácticas homologadas por la comunidad científica internacional y ya hay estudios que lo respaldan publicados por Harvard y Cambridge.
Las Comunidades de Aprendizaje son un proyecto que tiene más de 20 años y que se puso en práctica en 1995, en una escuela pública del País Vasco. Desde entonces, no ha dejado de crecer y se ha expandido por Brasil, Argentina, Chile, México, Colombia, Perú o Reino Unido.
En España hay ahora mismo 225 centros educativos que funcionan como Comunidad de Aprendizaje —con especial éxito en Andalucía, con 107, seguida de Cataluña y el País Vasco—, sumando lo que se está haciendo en otros países, serían ya unos 700 centros. En España se ha ido haciendo en dos fases, la primera fue informal y la segunda ha ido llegando según las comunidades autónomas aprobaban sus normativas, donde las escuelas conseguían un reconocimiento oficial.
En Andalucía se suman unos 16 colegios cada año, una valoración “bastante positiva” según Blas Segovia, ya que el proceso es “riguroso”: además de formar a los profesores hay que hacer un proyecto que convenza a la Consejería de Educación. En el caso de Andalucía, cada cuatro años se revalida, si todo va bien.
Con diez centros reconocidos y otros en fase de constitución, en Castilla-La Mancha también se están lanzando con buen ritmo, ya que además Albacete cuenta con uno de los centros más referenciados, el colegio La Paz, en el barrio conocido como el de las Seiscientas Viviendas, con altos índices de desigualdad.
“En él se han desarrollado investigaciones con gran impacto” y su experiencia ha animado a la constitución de los colegios Entre Culturas y Miguel Hernández, explican Mª Carmen Sánchez, coordinadora de la red universitaria de Castilla-La Mancha, y Juan García López, cuya función es servir de enlace con CREA, el centro de investigación científica fundado por Ramón Flecha que trabaja sobre prácticas superadoras de la desigualdad, como son estas comunidades.
En muchos casos, muchos colegios, decidieron constituirse como tales después de asistir a una charla de Flecha. Él es el investigador principal del proyecto europeo Includ-ed, del cual emergen los requisitos que oficializan las Comunidades de Aprendizaje.
“Cualquier centro educativo puede optar, junto a su comunidad, a constituirse como una Comunidad de Aprendizaje”, invitan a ello Mª Carmen Sánchez y Juan García López, “pues forma parte de la autonomía normativa que tienen para definir un proyecto educativo que produzca mejores resultados y desarrolle una convivencia positiva entre todo el alumnado”.