El emotivo momento en que un niño paciente de cáncer se reúne con sus hermanos tras seis meses en el hospital
LA SOCIEDAD ESPERA QUE LAS MUJERES VIOLADAS SE ESCONDAN
El mismo machismo que culpabiliza a las mujeres de sus violaciones, es también el que espera que una mujer violada se esconda, no denuncie o denuncie anónimamente y cargue con el estigma de ser una víctima arruinada y marcada para siempre. Si para el patriarcado la “buena violada” es la que se entierra en vida, las mujeres que hablan en este reportaje son “malas violadas”
“Resultas molesta cuando no eres la buena víctima. Desprecian a la mujer que no está quebrada, es como si automáticamente no te hubiesen violado tanto”.
El día en que Manuela Ponz mostró el rostro en los medios de comunicación argentinos se convirtió en 'Manuela Ponz, la chica a la que violó un taxista' y nada más.
De repente era solo la chica que volvía de fiesta borracha, la que se durmió, la que llevaba puesta tal o cual prenda, la que luchó o no luchó, la que finalmente salió viva del asiento trasero de aquel taxi en el barrio porteño de Villa del Parque.
Esos veinte minutos preguntándose si iba a morir o no amenazaban con definir por completo su existencia. Para los demás, no para ella.
“Soy militante política, estudiante, feminista, trabajo en ONG, no concebía que de repente la de violada fuera la única definición en la que cabía”
Ella salió del anonimato en los medios dos años después de su violación, con el agresor identificado y prófugo en Bolivia para activar a la justicia de su país a través de la presión mediática y que su causa no muriese en un cajón.
“Me dije: El prófugo es él, el delincuente es él, yo no tengo que sumarme a esa oscuridad, ser una prófuga y esconderme. No me quedó otra alternativa que hablar de la ausencia de la justicia en mi caso, de quienes tenían que darme una respuesta y no lo hacían”, dice Manuela.
La noche del 18 de abril de 2015, un taxista identificado después como Tito Franklin Escobar Ayllon, de 46 años la violó. Ella aportó la descripción del agresor, su matrícula y hasta el recorrido en el GPS de su móvil, pero la justicia no actuó en las primeras horas cruciales ni después.
La causa quedó paralizada y su violador, que está en busca y captura por la Interpol, escapó a su país. Manuela sí actuó: cambió su carrera de Ciencia Políticas por Derecho, llegó a contactar con la familia de Escobar, fue a Bolivia y por último dio la cara en los medios haciendo trizas por el camino todas las ideas preconcebidas sobre cómo debe comportarse una mujer que ha sufrido una agresión sexual.
“Exponerme me puso en un lugar horrible, estigmatizante, parece que es el único lugar posible para los medios cuando tratan a alguien a quien han violado, creo que, muy al contrario, la víctima empoderada y mandándolos a todos a cagar, también llega mucho al público porque es con lo que se identifican la mayoría de las mujeres”.
Manuela es irónica, ingeniosa, contestataria, inteligente, habla con vehemencia y en los medios no soltó una lágrima. Desde el momento en que su cara apareció en televisión empezó a convertirse en un referente inusual para las mujeres y aterrador para una mentalidad dominante que insiste en presentar a la la víctima de agresión sexual como un ser quebrado e irrecuperable, traumatizado y marcado para siempre.
“Me harté de escuchar a amigas decir: prefiero que me maten a que me violen”, me cuenta Manuela en una videollamada, habla como una metralleta recostada en su cama.
“La mayoría de las mujeres no se suicidan después de un abuso sexual, son personas que quizá al día siguiente tienen que ir a trabajar, esa es la realidad, muchas veces esos abusos son en tu casa con tu pareja”.
La imagen de la heroína bíblica que prefiere morir a ser violada no solo no está superada, está incrustada incluso en el sistema judicial, tanto de su país como del nuestro.
El juez de La Manada aceptó la investigación de un detective privado que trataba de demostrar que la víctima estaba haciendo una vida demasiado normal como para haber sufrido una agresión sexual, evidenciando que en su orden del mundo existe una manera de ser una buena violada, una violada normal, una violada ejemplar.
En este orden de las cosas, Manuela es una violada pésima, por lo tanto un referente extraordinario y valioso en medios y redes sociales. Para empezar, no compra ni por un segundo la parte de culpa que el machismo estructural trata de endosar siempre a las víctimas de una agresión sexual.
“Cada vez que trataban de llevarlo por el lado de que yo estaba borracha o me quedé dormida mi respuesta era: bueno hermano, si estaba borracha menos podía consensuar yo una relación sexual”.
Un periodista le preguntó si creía que la había violado por haber bebido y ella le contestó que no sabía, que no le había hecho ningún test de alcoholemia.
“El tipo me sacó de la emisión y me dijo que no le hiciera pasar por estúpido en el aire, le dije que me había hecho una pregunta muy estúpida. No me soportan, cuando siento que molesto mucho es que estoy haciendo las cosas bien”
De todo el conjunto de actitudes molestas para gran parte de la opinión pública y para el sistema que trata de imponer el silencio avergonzado a las mujeres, la más anómala, la más subversiva, es que Manuela siga siendo un ser sexual como cualquier chica de su edad.
“Me han llegado a decir que me estaba cosificando por enseñar el culo en Instagram, incluso algunas compañeras. No hay manera de que una se cosifique, la cosificación viene del ojo ajeno. Quienes no entienden que no soy un cuerpo son los que me están cosificando”.
Su comportamiento dinamita la convención machista de que en el caso de las mujeres y solo en el caso de las mujeres existen vectores que de algún modo relacionan siempre el culo y las tetas con la dignidad, la credibilidad y el respeto por una misma.
Los miembros de su organización política hasta armaron una reunión para decirle que ninguna mujer había llegado al congreso enseñando el culo, ella les dijo que era una pena, que esperaba ser la primera. Después de un tiempo acabó abandonándoles.
“Entendí lo que significaba ser mujer después de que me violaran y no antes. Nadie me va a decir ahora a mí hasta dónde mi libertad sexual si no le pude poner un límite yo cuando quise, no me lo va poner otro”.
Sonia Lamas Millán es psicóloga especializada en violencia de género desde una perspectiva feminista, colabora con FAMUVI (Federación de Asociaciones de Asistencia a Víctimas de Violencia Sexual y de Género) y trabaja con mujeres que han sufrido violencia sexual.
“El objetivo es que la mujer tome las riendas de su vida y la normalice, algo que hemos visto que a una parte de la sociedad no le gusta”, dice Sonia.
Considera que lo primordial es recuperarse, hacerlo público es una elección personal, porque la respuesta sobre todo de los medios será dura pero que los referentes son importantes.
“El sistema patriarcal se sustenta en el poder y parte de ese poder radica en que en las mujeres perviva el miedo a estar marcadas. Cuanto más se habla de violencia sexual, más mujeres denuncian”.
Como la pérdida de un ser querido o un tsunami, este trauma se gestiona y se supera, pero no se olvida, y a diferencia de cualquier otra agresión, la sexual se producen en un entorno que primero culpabiliza a la víctima y luego la infantiliza y le lanza el mensaje de que es mejor callar.
Si la vergüenza fuerza el silencio, el silencio propicia la impunidad.
“Una mujer que no está arruinada tras una violación, es la que te organiza una revuelta, la que te denuncia con nombre y apellido, desde el momento en el que desaparece el miedo al señalamiento y te mueves del lugar de víctima, desaparece la impunidad”, dice Manuela.
Aunque en España se produce una violación cada ocho horas, es casi imposible encontrar un caso equivalente al suyo a nivel de exposición. Es tan raro que cuando la escritora y activista por los derechos de los animales Ruth Toledano relató la violación sufrida hacía más de 20 años en la columna de un medio de comunicación español varias televisiones la contactaron para entrevistarla.
Ruth decidió contar en un medio lo que le había pasado cuando empezó a escuchar opiniones alrededor del comportamiento de la víctima de la Manada.
“Nuestras experiencias tenían algunas cosas en común. Yo también salí de bares y me fui con un tipo voluntariamente. En su casa cerró con llave y le cambió el gesto, supe lo que me iba a pasar y no me resistí. Se le reprochó haber ido a una fiesta de cumpleaños poco después, yo también lo hice”.
Ruth salió viva, no le gusta decir que lo superó, sino que con los años ha incorporado esta experiencia a su vida. El relato de Ruth también recuerda mucho al de Manuela, son tan parecidos que es fácil ver que forman parte de una estructura común. Las dos mencionan que no fue tanto la vulneración de su cuerpo lo que recuerdan sino el terror de no saber si las iban a matar, a retener, a torturar.
“Siempre que pensaba en lo que me pasó no pensaba que me habían violado, sino que no me habían matado, pensaba: de la que me he librado. En su momento no se lo conté a nadie. Empecé a hablar de ello años después a gente de mi entorno. Eso es impunidad. Eso les sirve, les mantiene en el escenario de la depredación”, dice Ruth.
El sistema de poder que culpabiliza a las mujeres de sus violaciones, por lo que llevaban puesto, por lo que hicieron, por no ir acompañadas, es el mismo que las marca cuando hablan públicamente de lo que les ha pasado, el mismo que en cualquier circunstancia, medios, campañas de concienciación, pone el foco en la víctima y no en el violador.
Los referentes de mujeres violadas que hablan desde un lugar diferente a este en el que el patriarcado las quiere poner, son escasos pero poderosos.
“Es terrible ser violada y lleva un proceso de recuperación. Pero la parte más difícil de cerrar esta etapa no depende de mí, sino de un estado y una justicia que no responde. Mi parte en este trabajo ya la hice, fui a terapia, sané, me reconcilié con un montón de partes mías que estaban rotas, sigo siendo yo, pero mi violador está libre”, dice Manuela.