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Las tetas perfectas en el franquismo

Becaria analiza el sorprendente libro francés, publicado en España en 1964, "La belleza del busto".

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Tener las tetas perfectas, dentro de la subjetividad de la perfección, es nuestra constante revolución. Los años van pasando y las modas van cambiando, pero lo que nunca deja de ser tendencia es que, cuanto más grandes y bien arriba, mejor.

Estas ideas no nos las han implantado en un microchip al nacer, sino que las vamos heredando año tras año, década tras década, y así seguimos sumando. Sin ir excesivamente lejos en tiempo ni espacio, durante el franquismo se lanzaron generosas publicaciones orientadas a la mujer que trataban el pecho caído como una enfermedad, aunque de los huevos colganderos de los señores no decían nada, los defectos físicos siempre eran en la mujer. Por aquél entonces no bastaba con ser una esposa abnegada, hogareña, obediente, buena cristiana, sumisa y leal, sino que, dentro del adoctrinamiento, también entraba tener las tetas en constante pulso contra la gravedad. "Ser atractiva es una necesidad", comienza así un pequeño libro de ciento cincuenta y cuatro páginas titulado "La belleza del busto", de unos autores franceses -hombres, por supuesto-, publicado en España en 1964.

Tampoco hemos avanzado tanto. De los libros de ayer ilustrados con dibujos de los ejercicios y posturas a realizar, lo que era conocido como "la gimnasia en casa" entre las tareas encomendadas a la mujer por el simple hecho de serlo, hoy tenemos los tutoriales con el mismo fin en YouTube, Instagram e infinidad de apps. ¿En qué hemos cambiado? En los soportes y la comodidad para consumirlos.

En el susodicho manual, los tipos de senos son catalogados como pera, globo, cono y botón, siendo este último caso el que mayor atención acapara; el de las tetas pequeñas. El pecho pequeño "sobre un cuerpo normal" es tratado como un expediente X patológico, física, mental y socialmente, y con posible tratamiento médico para su "curación": "se trata de una alteración hormonal hipofisaria u ovárica que actúa en la pubertad, pero la naturaleza íntima de esta alteración está aún poco definida. A menudo, no siempre, esta imperfección mamaria corresponde a un temperamento que empuja a la víctima a confinarse en el celibato, o a comportarse como una muchacha frustrada. Este tipo de hipotrofia podría corregirse en la pubertad con un tratamiento hormonal adecuado". Y, cómo no, invita a las madres a hacer un seguimiento a los pechos de sus hijas para que no sufran la "imperfección mamaria", un leit motiv en sus ciento y pico páginas que han tenido que sumir en la más profunda angustia a cientos, quizás miles, de lectoras de la época, favoreciendo el adoctrinamiento a madres para perpetuar el complejo en sus hijas y nietas, y así sucesivamente.

Siguiendo con el tratado de las ubres, a modo de consuelo a la mujer descontenta con su escote, lanza afirmaciones como que "una mujer tiene siempre bastante cuando tiene con qué llenar la mano de un hombre honrado". El único fin a perseguir con el cuidado del busto, es tener contento al macho, en este caso, al marido o futuro esposo. Insisto, ¿cómo debería tener él los testículos para llenar la satisfacción de la mujer honrada?

En el momento de la publicación de "La belleza del busto" existe todo un metaverso alrededor de las tetas, símbolo de la feminidad, para que estén en su tamaño, tersura y firmeza perfectos: un buen sujetador, duchas mamarias frías y educación física desde niñas para crecer con un pecho bien desarrollado, por "motivos de salud y elegancia". Las pseudoterapias no faltan en los tratamientos sugeridos para el mantenimiento del pecho perfecto con el consejo de recurrir a la hidroterapia, asegurando que las abluciones frías tonifican el pecho, evitan la aparición de celulitis y ayudan a "burlar las leyes de la gravedad". "Actualmente, la compra de una ducha mamaria representa un gasto de unas mil pesetas", añade. Sin faltar tampoco otros tratamientos con aparatos eléctricos vibratorios, rayos ultravioleta, métodos biocatalizadores con cobre y zinc o la toma de ampollas.

Dentro de la cultura física y los deportes para el desarrollo y mantenimiento de la musculatura pectoral, aconseja ejercicios y posturas como "andar con la cabeza alta y el cuerpo bien derecho, después de haber colocado sobre la cabeza un objeto bastante pesado (el listín de teléfonos es apropiado para este uso); al principio, podrá obtener un mejor equilibrio del anuario empleando un pequeño almohadón o turbante". Otros deportes autorizados son el baloncesto, tenis, ping pong, hockey, equitación, golf, esquí, deportes para lo cual es indispensable un buen sujetador, y desaconseja totalmente los deportes de atletismo de concurso como el lanzamiento de disco o de pesas, carreras o lucha. Son demasiado violentos, "no tienen nada femenino y transforman el cuerpo en un organismo musculoso y de apariencia masculina".

La cirugía estética es la joya de la corona, a la que llama "cirugía de la fealdad", la muestra como la solución a todos los problemas estéticos del pecho, ya sean desde el nacimiento o como consecuencia de un accidente o enfermedad, y también a las mujeres descontentas con sus senos que les "aflige una penosa imperfección". Hoy, ponerse unos implantes de silicona para que no vayas con las tetas como unas ubres colgonas, cuesta a partir de unos 6.000 euros, dependiendo del traficante de la carne de turno.

De sobra sabemos que pasar por quirófano no está exento de riesgos, pero los mercenarios de la cirugía mamaría participantes en esta publicación sostienen que "el peligro es prácticamente nulo: un especialista competente le anestesiará y examinará minuciosamente antes de la intervención, verificando su estado general, si éste es apto para soportar la intervención; no se sorprendan si deben recibir una transfusión de sangre; esto forma parte de la rutina".

El consentimiento legal del marido en el momento de la publicación de este libro es fundamental para que la mujer se pueda someter a la cirugía estética, incluso el consentimiento moral: "no sería sensato que una mujer casada se dejara operar sin haber obtenido previamente el consentimiento de su marido. En la mayoría de los casos, será él quien deberá financiar la intervención; pero incluso si la paciente toma por sí misma la decisión, deberá considerar el efecto deplorable que tendría tal manifestación sobre la estabilidad de su hogar". El reclamo engañoso de hacértelo todo para estar perfecta te convertía en la protagonista de tus decisiones y bienestar para todo el mundo menos para ti misma: "Desde la gimnasia cotidiana hasta la cirugía estética, existen mil medios a su disposición. Utilícelos, sea cual sea su edad, y se convertirá en una mujer feliz y sin complejos", pero, al final, la portadora de las tetas era la última dueña de ellas, por detrás de los vendedores de la ducha mamaria, la máquina de los rayos ultravioleta, el chamán de las ampollas, el cirujano, el anestesista y el marido, quien en última instancia iba a hacer uso de ellas.

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