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Se cumple el 70 aniversario de la muerte de María Mandel

No todos los asesinos de Hitler fueron hombres: María Mandel, la bestia de Auschwitz

No todos los monstruos de Hitler fueron hombres. Algunas de las guardianas nazis fueron igual o más sádicas, perversas e implacables que sus partners masculinos. Hoy toca hablar de María Mandel, el mal hecho carne. Una mujer que torturó y asesinó a más de 500.000 mujeres y niños.

María Mandel Agencias

La más famosa de las guardianas nazis fue probablemente Irma Grese, ejecutada en la horca a los 22 años ¿Cómo es posible que con apenas 20 años puedas llegar a pasar a la historia como una de las peores asesinas del siglo XX? Otra soga fue la que acabó con la vida de María Mandel en la prisión de Montelupich, Cracovia, en 1948. Tenía 36 años.

Casi todas estas esbirras criminales de Hitler eran ex campesinas y viudas de soldados. Sólo en Auschwitz-Birkenau unas 3.500 mujeres sirvieron al partido nazi, y una de ellas fue la Mandel. Su misión era la 'estructuración' del campo de concentración. Auschwitz fue el mayor centro de exterminio de la historia del nazismo y el primero, después de Buchenwald, en el que se experimentó y se consolidó el famoso gas Zyklon-B.

Antes de convertirse en guardiana nazi, María Mandel encadenó varios fracasos laborales. De hecho, en 1937 consiguió una plaza de correos en su pueblo pero fue despedida, curiosamente, por no ser lo suficientemente nacionalsocialista. Pero en 1938, un familiar la ayudó a conseguir un empleo como guardiana en el centro de internamiento de Lichtenburg, Sajonia. De ahí fue trasladada al campo de concentración de Ravensbrück o Puente de los cuervos, donde desempeñó sus primeras tareas como torturadora y asesina.

Sus jefes quedaron muy impresionados con el sadismo y la violencia que desplegaba en cada una de sus acciones. A esto hay que añadir su atractivo, su labia y su personalidad zalamera. Todo la llevó a conseguir un puesto como guardiana femenina de las SS con rango de exterminio (SS-Lagerführerin) en Auschwitz.

Allí es donde verdaderamente hizo honor a su apodo. Controlaba todos los campos femeninos y gozaba de poder absoluto sobre la vida de todas esas miles y miles de prisioneras. Empezó seleccionando a las reclusas que iban a ser ejecutadas en las cámaras de gas. Las que se libraban, en muchos casos, hacían las veces de animales de compañías o 'mascotas judías'.

Sus instalaciones eran absolutamente inhumanas. Al frío extremo y humedad constante había que sumarle la falta de agua corriente. Muchos días de invierno, a media noche, Mandel entraba sorpresivamente y las rociaba con agua helada sólo para ver si sus pieles cambiaban de color. Muchas fallecían de hipotermia, y las que no, eran conducidas al Bloque 25 o bloque de la muerte, entre insultos y golpes, antes de su inevitable destino: el gas.

Mandel no soportaba los cuchicheos, que la contradijesen o que la mirasen directamente a los ojos. Contra este tipo de comportamientos era implacable. Siempre iba con un látigo y podía llegar a matar a varias mujeres, jóvenes o ancianas, a latigazos. La sangre salpicaba unos guantes blancos que siempre llevaba puestos, no por estética, sino para que el rojo sangre brillara más. Cuando se cansaba del látigo, ordenaba a las prisioneras que entre ellas eligieran a varias de sus compañeras para que fueran ejecutadas de un disparo de su propia pistola.

A las que se libraban de este infierno no les esperaba un destino mucho mejor, ya que las sometían a jornadas laborales tan largas y extenuantes que acababan muriendo. En otros casos, las convertían en esclavas sexuales de los nazis con jornadas igual de largas que las laborales.

Otra opción de tortura era cuando las encerraba desnudas en oscuros búnker de aislamiento en los que sólo había un retrete y un par de raciones de comida a la semana. Siempre y cuando un cuenco de agua caliente con cáscaras de patata flotando pueda llamársele comida.

Este ser inhumano hizo gala de su humanidad en apenas un par de ocasiones. Una de ellas fue cuando creó la orquesta femenina de Auschwitz, formada por prisioneras que tocaban en los transportes, selecciones y ejecuciones de sus compañeras. Le encantaba 'Madame butterfly' de Puccini, pieza que hizo tocar cuando, por orden de la Alta Comandancia nazi, condujo a un niño huérfano de raza gitana llamado Aaron, a la cámara de gas.

A Mandel no le temblaba el pulso a la hora de enviar niños a los crematorios, pero este era un niño del que se había encariñado y al que de alguna manera había adoptado. He aquí su segunda muestra de humanidad. Pero en el Tercer Reich no había lugar para muestras de humanidad.

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