El aterrador momento en que un estudiante de piloto abre la puerta de un avión en el aire
Paradójicamente lo que hace más palaciego a la Moncloa son sus bedeles
Sin embargo, la entrada a La Moncloa queda lejos de lo que uno espera de un palacio y se parece mucho a cualquier vestíbulo cutre de la complu, que precisamente es la universidad que rodea al complejo presidencial.
En el mostrador de la entrada te reciben dos funcionarios “clásicos”, vestidos con chaqueta azul marino y un pin del estado. Cuando digo “clásicos” me refiero a que no hay nada en ellos que no pudiera encajar en cualquier otro lugar, especialmente en un instituto público. Es el tipo de bedel desganado, desaliñado y al que hay que repetirle las cosas un par de veces porque tiene Cadena Dial puesta a todo trapo. Sí, en el vestíbulo de entrada de La Moncloa se escucha la radio, fuertecita.
Los bedeles teclean tu nombre en un ordenador, te hacen una foto con una webcam y te dan una acreditación provisional, como en cualquier empresa. Después pasas por un arco de seguridad y ya estás libre para corretear por los jardines del Presidente.
La Moncloa son varios edificios unidos por jardines. La primera sensación que tienes al pasear por ahí es que estás en un pueblo semi-desierto, jamás verás a más de tres personas “al fresco”, y no pasean: caminan a paso ligero. De hecho, si te detienes a mirar los árboles o escuchar trinar a los pájaros, se acercará velozmente un guardia civil metralleta en ristre y te dirá “circule”.
Los bedeles
Paradójicamente lo que hace más palaciego a la Moncloa son sus bedeles. Cuando ya estás dentro descubres que hay un ejército de ellos, del mismo tipo de los que te reciben en la entrada. Están para todo, para acompañarte por dentro de los edificios para que llegues a dónde pretendes ir o para abrir la puerta del coche del Presidente.
A mi me flipaba que los bedeles trajeran el café: todos y cada unos de los cafés que tomé allí. En La Moncloa no vi Nespresso ni vasos de plástico, sino tazas de porcelana con el escudo del Estado, y servilletas donde se lee “Palacio de la Moncloa”. Eso fue a lo más alto a lo que llegué allí.
La Moncloa es una tribu salvaje aislada de la realidad
Reconozco que todos los organismos oficiales tienen un punto distante de la realidad. Antes estuve otro año trabajando para el Ministerio del Interior, pero lo que ocurre en La Moncloa es único. La sensación de “no cambies nada, no sea que se rompa” es brutal.
Los cargos políticos tienen el máximo miedo a que cualquier decisión sea puesta en entredicho y pueda generar críticas. Y esto viene respaldado por la legión de funcionarios ejecutivos que están atrincherados allí desde la transición.
El fotógrafo oficial
Voy a poner un ejemplo bastante descriptivo. Desde la época de Suárez, La Moncloa tuvo un funcionario dedicado a fotografiar todos los eventos que ocurrían dentro de sus muros: visitas de mandatarios extranjeros, posados del Consejo de Ministros...
El problema es que el funcionario en cuestión no se pasó al digital. Así que necesitaba tomarse su tiempo con cada foto que entregaba: la tenía que revelar químicamente y después escanearla. Para cuando las fotos oficiales de Moncloa estaban disponibles, ya se habían visto en todos los medios y pasado de actualidad.
El problema es que muchos de estos puestos funcionariales solo se actualizan con la jubilación. Son casi puestos vitalicios (hasta que la vida laboral llega a su fin), y esto pone un tampón a casi todas las iniciativas internas para cambiar las cosas en un momento como el actual, donde cada 10 años vivimos una revolución tecnológica aún más contundente.
Que los funcionarios tienen su puesto asegurado ocurre en todos los sitios. Pero como lo que ocurre en Moncloa, se queda en Moncloa, hace mucho más difícil hacer entender desde dentro que las cosas fuera ya se hacen de otra manera.
Solo cuando el fotógrafo de Suárez cumplió la edad correspondiente, llegó savia nueva. El cambio generacional llegará poco a poco, pero no es una cuestión de eficiencia, sino de jubilaciones.
Bicefalia
Además, existe bicefalia. Los equipos del Presidente y el de la Vicepresidencia mantienen cierta competencia. Se llevan dos gabinetes paralelos, dos formas de hacer las cosas, y dos equipos de funcionarios que no siempre saben qué hace el otro bando.
El helicóptero
Todo es viejuno. Frente al edificio de la Secretaría de Estado de Comunicación está el helipuerto del Presidente: unas rayas pintadas en el asfalto. El helicóptero tiene un aspecto muy desgastado, pero no es solo apariencia, sino que de verdad da muestras de vejez: tarda alrededor de 40 minutos en calentar motores.
La primera vez que le vi me quedé asomado a la ventana para verle despegar, pero nada, el helicóptero seguía calentando motores. Me fui asomando de vez en cuando, hasta que perdí interés. De hecho, jamás logré ver despegar el helicóptero del Presidente.