@BECARIA_
Becaría escribe un artículo usando fragamentos del libro más machista y misógino jamás escrito por una mujer.
A diferencia del varón, la mujer es un ser que no trabaja, o por lo menos no lo hace de forma regular. Las mujeres no ejercitan sus capacidades intelectuales, arruinan caprichosamente su aparato pensante y, tras unos pocos años de ejercitar de forma irregular el cerebro, llegan finalmente a un estadio de estupidez secundaria irreversible. Son las mujeres quienes hacen que los varones trabajen para ellas, piensen por ellas, carguen en su lugar con todas las responsabilidades. Los varones son robustos, capaces, imaginativos, mientras que ellas son débiles, incapaces y carecen de fantasía. A pesar de todo ello, es posible que una mujer hermosa tenga menos inteligencia que un chimpancé y que, a pesar de ello, triunfe en el medio humano.
Antes de los doce años, edad a la cual la mayoría de las mujeres ha decidido emprender la carrera de prostitutas (la carrera consiste en hacer que un hombre trabaje para ellas a cambio de poner intermitentemente a su disposición, como contraprestación, la vagina), la mujer deja de desarrollar la inteligencia y el espíritu.
Como la mujer no ha puesto nunca a prueba su inteligencia, al varón le es difícil considerarla inteligente, por lo tanto, la proclama hermosa. Pero los varones no saben que son hermosos. Probablemente no hay, aparte de los tratados médicos, ninguna descripción del varón que se ocupe extensamente de la forma de sus labios, del color de sus ojos, de la suavidad de sus tetillas o de la equilibrada regularidad de su escroto. Para la mujer, el varón es una máquina que produce valores materiales.
La realidad dice que la mujer vive igual que un animal: le gusta comer, beber, dormir y también el sexo, siempre y cuando no pierda por él nada mejor que hacer y no le cueste demasiado esfuerzo. ¿Cómo pueden los hombres ignorar que la mujer se reduce simplemente a una vagina, dos pechos y un par de fichas perforadas con las que pronuncia estúpidas frases hechas? ¿Que son conglomerados de materia, embutidos de tripa humana que fingen ser seres pensantes? Los varones podrían construir en pocos días un nuevo aparato, una especie de máquina ginecomorfa que les ofreciera un sucedáneo equivalente a la mujer, que ni por fuera ni por dentro tiene nada original.
¿Qué el mundo no está gobernado por la capacidad, sino por los seres que no sirven para más que para dominar, o sea, las mujeres? Sin embargo, lo que hace la mujer tiene menos valor que el trabajo de él; planchar, hacer bollos, limpiar y decorar la casa son trabajos imprescindibles para el bien de la familia, que en realidad divierten a la mujer, y el varón se siente efectivamente afortunado. Lo cierto es que el trabajo doméstico es tan sencillo que en los manicomios lo ejecutan tradicionalmente los oligofrénicos porque no sirven para nada más.
Por otro lado, están las mujeres que trabajan —secretarias, dependientas de comercio, azafatas—. ¿Qué pasa con estas mujeres emancipadas? En realidad, las oficinas, las fábricas y las universidades no son más que unas gigantescas bolsas matrimoniales. La única acción importante en la vida de una mujer es la elección del varón adecuado. Así pues, el trabajo profesional y los estudios de la mujer no sirven para otra cosa que para falsear las estadísticas y para esclavizar aún más irremisiblemente al varón.
El varón que engendra hijos con una mujer, le entrega unos rehenes y espera que ella le coaccione durante toda la vida con esas prendas en la mano. Sin ir más lejos, el parto no es para una mujer peor que una sesión larga de dentista, aunque cuenten a sus hombres exageradas historias que ellos nunca podrán verificar. Los salvajes gritos que frecuentemente se oyen de las salas de partos se explican por la falta de orgullo y autodominio de la mujer. Hasta los varones se han enterado de que el parto no es tan desagradable como parece. Al final, la mujer acepta con gusto los servicios del varón, y ella se embolsa los beneficios.
Este artículo ha sido elaborado con fragmentos de "El varón domado" (1971) de Esther Vilar, quizás el libro más machista y misógino escrito por una mujer, estando incluso por encima de las perlas soltadas por algunos clásicos como Hegel, Nietzsche o Aristóteles: "Parecen hombres, son casi hombres, pero son tan inferiores que ni siquiera son capaces de reproducir a la especie, quienes engendran los hijos son los varones", (…). "son meras vasijas vacías del recipiente del semen creador", afirmado por este último. Fin de la cita.