El emotivo momento en que un niño paciente de cáncer se reúne con sus hermanos tras seis meses en el hospital
CONFESIONES DE AMARNA MILLER
La gran cuestión. Si me diesen un céntimo cada vez que alguien me pregunta por mis inicios en la pornografía te prometo que a estas alturas sería millonaria. Al principio la repetición constante me molestaba, hasta el punto de aprenderme toda la historia de carrerilla para poder soltarla casi sin pensar. Concentrando los datos al máximo para dejar bien lleno con mi verborrea el cubo de la curiosidad. Si, tenía 19 años. No, nadie me obligó. Si, pensé en el futuro. No, no me arrepiento. Si, mi familia lo sabe. No, no te haces rico con esto.
Los humos se me bajaron un poco cuando hace ya unos años una chica me dijo que conocerme era como encontrarse con un trapecista. Solo sabes de su trabajo de oídas y nunca has conocido a nadie que se dedique a ello de primera mano. ¿Cómo es saltar en caída libre desde 20 metros de altura? ¿Alguna vez te haces daño? ¿Cómo se lo dijiste a tus padres? ¿Qué clase de entrenamiento sigues?
Supongo que los que hemos escogido profesiones que se salen de la normatividad estamos condenados a ser una Wikipedia andante, resolviendo aquellas dudas que el consumidor de a pie siempre ha tenido en la cabeza. No es que la gente esté muy interesada en el porno, sino que el estar al margen del camino establecido te convierte por defecto en un cuenta cuentos dedicado a entretener a los demás con tus historias. Me pasa a mÍ, y le pasa al trapecista.
Mirándolo por el lado bueno, a través de las redes sociales y los medios en los que escribo puedo aportar luz a un trabajo que está lleno de estigmas e información sesgada. Y como me encanta hablar en primera persona de los temas que conozco aquí estoy una vez más, preparada para explicaros qué enrevesados caminos me llevaron a trabajar en esto.
El porno me ha gustado desde siempre. Crecí en una casa donde la educación sexual fue prácticamente inexistente y mi curiosidad de adolescente se vio felizmente saciada al encontrar referentes a través de internet. Muchos años más tarde entendí que el porno no debería ser usado como educador sexual, pero esa es otra historia. La cuestión es que sea como fuere, a mi me ayudó a reconciliarme con mi cuerpo y entender de manera aproximada cómo funcionaba aquello del sexo.
Como chica curiosa e interesada en la sexualidad la idea de convertirme en actriz porno se me pasó un par de veces por la cabeza, más como una fantasía que como algo que de verdad pensase hacer realidad. Quería probar prácticas que sabía que iban a ser complicadas de realizar en mi día a día (bastante complicado es ya organizar un trío); pero sobre todo quería explorar y conocer los límites de mis gustos y mi imaginario sexual.
Al cumplir los 18 empecé a trabajar como modelo fotográfica y aprendí a sentirme cómoda delante de las cámaras. Los últimos vestigios de mis complejos de adolescente se esfumaron al ritmo del clic del obturador y, aunque todavía tenía algunas inseguridades, empecé a plantearme que tal vez, solo tal vez, a alguien le gustaría verme desnuda. Por primera vez en mi vida, me sentí a gusto con mi cuerpo y mi tipo de belleza.
Empecé Bellas Artes pensando que lo mío era la restauración y descubrí el medio en el cual me siento más cómoda trabajando: el audiovisual. A la vez que mis conocimientos técnicos sobre el manejo del equipo iban creciendo, decidí mandar unos cuantos mensajes a diferentes productoras porno españolas para ver qué podían ofrecerme.
No tenía nada claro que el porno fuese el camino adecuado y las respuestas que recibí sirvieron para que aquella locura se me quitase definitivamente de la cabeza. Las propuestas de las compañías eran sórdidas, poco claras y nada atractivas. Decidí que el porno no era para mi.
Charlando con un amigo acerca de toda experiencia, me dio la idea que acabó cambiando mi vida ¿Por qué no unir el lenguaje pornográfico con tus nuevas habilidades detrás de las cámaras? Así surgió Omnia-X, la productora a la que dediqué casi cinco años de mi vida. Tenía 19 años y ninguna idea del lío en el que me estaba metiendo.
Intenté hacer un producto diferente, escenas de sexo real con gente que se atrajese de verdad. Sexo grabado, no performatizado. Con esta idea en mente y después de pensarlo mucho comencé a grabar escenas como actriz, acostándome con las chicas que me gustaban delante de un objetivo. Fue fácil. Quería hacerlo. Me sentí segura.
Ahí es cuando empecé a pensar que otro porno era posible. Que existían más opciones. Un año más tarde una productora australiana me contactó para ofrecerme trabajar con ellos. Miré su web y me encantó su trabajo, así que cogí un avión directo a Holanda para rodar un par de escenas. Me trataron genial y quedé super contenta. Esa fue la primera vez que ganaba dinero rodando, y también la primera vez que pensé que tal vez me podría dedicar al porno a tiempo completo.
Compaginaba mis estudios con grabar escenas de vez en cuando, principalmente para mi compañía pero también para otras productoras, sobre todo extranjeras. En el 2013 me fui con mi mejor amiga a Budapest para grabar mi primera escena heterosexual. Fue terrible en muchos aspectos, y maravilloso en otros. Nos dimos cuenta de que había todo un mundo más allá de la burbuja que nos habíamos creado a través de Omnia-X.
Cometí errores, entre ellos aceptar a un socio que básicamente acabó echando por tierra todas mis propuestas de cambio. Terminamos rodando el mismo porno caduco y rancio del cuál me había querido alejar con todas mis fuerzas. Lo mío no vendía, aquello sí.
Los consumidores querían ver las mismas cinco posturas de siempre, iluminadas de la misma forma, con los mismos argumentos de mierda. Decepcionada, cerré la compañía. Perdí mucho dinero, aunque el porno me seguía haciendo muy feliz.
Por ese motivo, cuando acabé la carrera, me metí de lleno en la industria. Sin la posibilidad de rodar con mi productora, empecé a trabajar con otras compañías. Algunas muy buenas, otras terribles.
Sin tener mucha idea de lo que estaba haciendo empecé a viajar por toda Europa grabando, evitando firmar con ningún agente e intentando abrirme un hueco en el negocio. Estar fuera de mi zona de confort y enfrentarme a la vida de una forma tan poco normativa me daba energías vitales para seguir en una industria que como mínimo puedo definir de precaria.
A través de la pornografía, he vivido muchas cosas buenas y otras cuantas bastante malas. Lo que tengo claro es que hace falta una reestructuración brutal en la base de este negocio para convertirlo en un espacio seguro para sus trabajadores. Y para eso necesitamos voz, y apoyo. Espero haber resuelto algunas dudas.