REDES SOCIALES
En las redes sociales están de moda las recetas que rozan lo absurdo. Platos gigantes, combinaciones imposibles y preparaciones grotescas protagonizan un fenómeno viral conocido como gastrocringe. ¿Por qué no podemos dejar de mirar lo que, en teoría, nos debería repugnar?
En los últimos años, los contenidos gastronómicos se han convertido en uno de los pilares de las redes sociales. Ya no solo se trata de ver a alguien cocinando, comiendo o viajando para descubrir nuevos sabores: lo que realmente está captando la atención del público es algo mucho más extremo. Hablamos de la comida exagerada, brutal y grotesca.
Hoy, ver una pizza o una hamburguesa bien hecha no siempre es suficiente. Queremos la pizza más grande del mundo, la hamburguesa con más capas imposibles o la combinación de ingredientes más disparatada que podamos imaginar. Cuanto más excesivo, mejor.
Influencers como Luisito Comunica o Óscar Meza (del canal La Capital) arrasan con este tipo de contenido en América Latina. En España, perfiles como Peldanyos, Cenando con Pablo, Esttik o La Cocina del Pirata triunfan especialmente cuando muestran platos gigantes, recetas surrealistas o desafíos alimentarios descomunales. Saben lo que el público quiere: exceso, morbo y espectáculo.
Un ejemplo viral reciente lo protagoniza el creador de TikTok @elburritomonster, cuyo vídeo de una hamburguesa cuyos panes son mini pizzas ha superado los 10 millones de visualizaciones. Y es solo una muestra de los miles de clips que circulan a diario por TikTok e Instagram, en los que lo grotesco se sirve con hambre de likes.
Este fenómeno tiene nombre: gastrocringe. El término fue acuñado por Julián Otero, cocinero e investigador del departamento de I+D del restaurante Mugaritz (Errentería, Gipuzkoa), durante la última edición de Diálogos de Cocina en el Basque Culinary Center. Según Otero, el concepto nace como una especie de "intención de justicia" frente a ese universo digital saturado de hamburguesas bañadas en crema Lotus y pizzas gigantes con diez tipos de queso. Para él, es una respuesta crítica a la banalización del acto de comer.
Parte de este auge está relacionado con factores económicos. Otero apunta que, desde la crisis de 2008, proliferan los negocios de comida barata y pantagruélica, que ofrecen raciones enormes con la promesa de comer más por menos. Esto no solo responde a una lógica de consumo, sino también a una realidad socioeconómica: si banalizas la comida, no estás dispuesto a gastar en ella, y siempre buscarás la opción más barata, aunque sea absurda o insalubre.
Un ejemplo perfecto de esta estética del exceso es Salt Bae. El cocinero turco Nusret Gökçe, famoso por su teatral forma de echar sal, ha construido un imperio de restaurantes donde lo de menos es el filete. Lo que se vende es la experiencia viral: el momento en que alguien te corta la carne con gestos dramáticos y te la mete en la boca desde el cuchillo, mientras tú grabas y lo subes a tus redes. Es performance, no gastronomía.
Otero sostiene que se podría incluso clasificar el gastrocringe en varias categorías: vídeos que muestran comida desproporcionada y calóricamente extrema, creaciones absurdas sin sentido culinario, contenido con connotaciones sexuales a través de la comida, o simplemente imágenes diseñadas para resultar repulsivas.
Y ejemplos hay de sobra. Como cuando Benny Blanco sorprendió a Selena Gomez en San Valentín llenando la bañera de su casa con salsa de queso para mojar nachos. El vídeo fue tan viral como absurdo, y representa a la perfección el poder de atracción que tiene lo grotesco cuando se mezcla con lo cotidiano.
Hay algo neurológico, casi instintivo, que nos empuja a mirar estas imágenes, aunque nunca vayamos a probar lo que vemos. El gastrocringe es el reflejo de una era en la que la comida ya no se valora solo por su sabor o calidad, sino por su capacidad de generar impacto visual, asombro o incluso repulsión. Comer, en redes, se ha convertido en un espectáculo.