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Testimonios de ganadores, loteros y banqueros
La cara de imbécil debía llegarme hasta el suelo. Hace años, cuando trabajaba en un periódico de tirada nacional, el número del sorteo de Navidad de la Lotería Nacional adquirido por los trabajadores resultó premiado.
No recuerdo la cantidad exacta (tampoco era para retirarse de por vida, pero sí para pasar unas Navidades de lo más desahogadas), sólo que fui prácticamente el único que no había comprado un décimo. Para más inri era el becario, con lo que a buen seguro esos euros me hubieran venido mejor que a nadie.
Pese a la experiencia, aún hoy sigo sin comprar Lotería de Navidad. Como casi todo lo que tiene que ver con estas fechas, hay algo en esa tradición que me repele. El soniquete de los niños de San Ildefonso cantando los números. Las pelucas de la Plaza Mayor. Las comidas familiares. Las uvas. Y el mazapán. Sobre todo, el mazapán: maldito dulce repugnante.
Más allá de todo ello, hay un clásico que no falla en cualquier noticiero que se precie del día 22 (e incluso el 23) de diciembre: la alegría desbocada de los afortunados a los que les ha tocado el Gordo.
Las botellas de champán que se descorchan entre la jarana y el jolgorio en una pieza informativa que podría ser la misma del año pasado… o de hace 20. Es el momento en el que reflexionas sobre los caprichos del azar y oyes una voz que, entre líneas, te susurra que ese tipo borracho y sonriente podrías ser tú. Que cualquiera puede acostarse un buen día ahogado en deudas y amanecer nadando en billetes de 500 a la mañana siguiente.
¿Cómo te cambia la vida ganar el Gordo?
Pero, ¿qué hace esa gente una vez se apaga la luz de las cámaras? ¿Cómo cambia su vida cuando pasan a tener una cuenta corriente al borde de los números rojos a no saber qué hacer con tanto dinero? ¿Es cierto que muchos de ellos acaban arruinados por culpa de algo tan humano como la codicia?
Las preguntas llevan a otra aún más clásica: ¿El dinero da la felicidad? Según los datos, no. Un estudio de la Escuela de Economía de Estocolmo -con una muestra de 3.000 personas que habían ganado, en total, 240 millones de euros en la lotería- arrojó una conclusión meridiana: la gran mayoría de ellos no decían sentirse más felices, sino “más satisfechos desde un punto de vista financiero”.
Que no es poco. Y sin embargo, esa satisfacción tampoco dura mucho: según Paul Golden, del Fondo Nacional para la Educación Financiera de EEUU, el 70% de los que se convierten en millonarios tras ganar la lotería dilapidan el premio en un lustro o menos.
En el caso de nuestra Lotería de Navidad, lo primero a tener en cuenta es que, pese estar más repartido, la probabilidad de que te toque el Gordo es ridícula. En concreto, una entre 100.000. O tal y como explicó en un popular vídeo de YouTube el profesor de matemáticas de la Universidad de Alcalá de Henares David Orden (gran apellido para un matemático, dicho sea de paso), el equivalente a “una gota en un bidón de cinco litros”, “un pelo de la cabeza” o “un espectador al azar del Camp Nou”. Casi nada.
Hay otro elemento importante: la Lotería de Navidad reparte muchos millones, pero a mucha gente. El dinero que recibe el ganador por cada décimo premiado con el Gordo (400.000 euros) nada tiene que ver con la lluvia de dinero que trae consigo un bote de la Primitiva o un Euromillones. Y pese a todo, a nadie le amarga un dulce: semejante cantidad puede que no te retire de trabajar, pero sí sirve para “tapar agujeros”, otra expresión infalible de esos días.
Este lotero repartió el Gordo
“Lo primero que sientes es… que no te lo crees”, cuenta Miguel Neira, de la administración de Lotería Las Truchas, en la pequeña localidad de El Bosque (Cádiz), de apenas 2.000 habitantes. Su negocio abrió todos los telediarios cuando, en 2014, el 13.437 se llevó el primer premio. Miguel vendió 200 décimos de aquel número, de los cuales 32 se quedaron en el pueblo. El resto fueron a parar a otras localidades de la zona.
“El 60% de la lotería que se fabrica en España la venden Doña Manolita y La Bruja en Madrid y Barcelona, así que el hecho de que tocase en un pueblo como este fue una auténtica locura”, recuerda Miguel. “¿Champán? ¡Hombre, claro! Y todo lo que te imaginas: estuvimos un día entero de fiesta”, cuenta con una carcajada.
Miguel confirma lo que apuntan los estudios. “A los que les tocó el premio no les veo más felices, pero sí más tranquilos. Ten en cuenta que Hacienda te quita 80.000 euros. Los 320.000 que te quedan te dan para pagar la hipoteca, darte algún capricho, guardar un buen pellizco para el futuro y vivir un poco más desahogado. Tampoco para mucho más. En el pueblo nadie se ha vuelto loco y se ha gastado 100.000 euros en un coche de lujo”, cuenta.
La realidad es que a la mayoría de ganadores de la Lotería les toca bastante menos. Y pese a ello, la gente sigue gastando dinero en décimos como parte de una inexcusable tradición. “Todos los años juego unos 200 euros en Lotería de Navidad”, cuenta Blanca. “Hace dos años me tocó un quinto premio, unos 6.000 euros. Fue una gran alegría. ¿Que qué hice? Invité a mi familia a un viaje a Córdoba”.
El caso de Blanca demuestra que, aunque sea poco, tocar, toca. Incluso varias veces y sin necesidad de ser Carlos Fabra: también los padres de Blanca resultaron premiados, en su caso con un segundo premio.
“Fue hace más de 20 años: creo que se llevaron unos tres millones de pesetas, que entonces era muchísimo dinero. Incluso otro año estuvo a punto de tocarles el Gordo: una prima con la que mi padre se llevaba mal había repartido décimos a toda la familia menos a él. Creo que la cena de Navidad fue bastante curiosa, con toda la familia mirando al suelo”, bromea.
José Antonio García ganó más. Mucho más. En 2016 tenía dos décimos del 66.513, el número que resultó agraciado con el Gordo. En total, 800.000 euros, que se convirtieron en 640.000 tras el obligado paso por Hacienda. “Aquel día estaba desayunando mientras escuchaba el sorteo”, recuerda. “Le dije al del bar: ‘oye, que esto no sale: vuelvo en un rato que me va a tocar seguro. ¡Y así fue!”.
Pese a todo, la vida de José Antonio siguió en buena parte como hasta aquel día. Siguió trabajando (tiene dos fruterías en Madrid) y, salvo darse un capricho (“un Audi Q7 con el que estaba encabezonado”) y comprar un piso para sus hijas, no perdió la cabeza. “La vida te da una de cal y otra de arena”, reflexiona.
“Al año siguiente de tocarme la Lotería mi mujer fue diagnosticada con un cáncer de colon. Hubiera preferido no ganar ningún premio y que ella mantuviera la salud. Afortunadamente, se está recuperando bien”.
El secreto para no perder el norte es, en palabras de José Antonio, “tener alguien a tu lado que te aconseje bien. La familia… y también uno mismo: hay que ser consciente de que la vida te ha dado una oportunidad, y aprovecharla manteniendo los pies en el suelo. Porque si no, puedes convertirte en un desgraciado”.
La Lotería les ha hundido la vida
Eso es, precisamente, lo que le ocurre muchos cuando el premio es especialmente cuantioso. “He visto a mucha gente, no a uno ni a dos, a la que se les ha hundido la vida tras ganar la Lotería”, cuenta Ricardo Castro, que durante años ha trabajado como asesor en una conocida entidad bancaria.
“Gente acostumbrada a sobrevivir que, de repente, se ve con muchísimo dinero y en lugar de quitarse de en medio la hipoteca, irse a la Seycehelles y seguir con su vida, pierde la cabeza. Empiezas a ver sus cuentas y todo son recibos del casino, cubes de alterne, operaciones de cirugía estética…”
En opinión de Ricardo, lo inteligente es mantener un perfil bajo. “Si distribuyes el dinero medianamente bien puedes vivir más tranquilo. Creo que ni siquiera es buena idea contárselo a todo el mundo: a menudo, el dinero saca lo peor de la gente. Y por otra parte, los bancos también contribuyen a ello: de repente te empiezan a hablar de acciones, de fondos de inversión, de derivados…".
"Pasas de tener un producto sencillo como una cuenta de ahorro a que te traten como a un rico, lo cual a menudo deriva en abusos. Personalmente, puedo decir que nunca le he vendido nada a nadie que no recomendaría a mi madre”, finaliza.