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SE CONVIERTE EN CINE PARA EL BARRIO Y NO EN UNA TIENDA DE GRAN CADENA DE ROPA
Hace dos años que cerró el último cine X de Madrid, en el barrio de Lavapiés. Cuando vi que chapaba, me entró una especie de pena. Porque lo siguiente sería ver allí una gran superficie de ropa, (¿Zara?). Y yo prefiero que esto sea un cine, aunque sea X.
Cada vez que pasaba por su puerta, bajaba la velocidad de mis pies para leer los rótulos guarrones de sus pelis, siempre escritos a rotulador y con todo el mimo del mundo, tratando de dignificar títulos que siempre acababan en “cipote”.
Este verano, se rodaron allí unas escenas de la película 'Ana de día', con Ingrid Jonsson. El equipo de rodaje no pasó más allá del vestíbulo, la sala estaba cerrada con unas cuerdas. Pero el productor de la peli me dejó pasar, y yo me colé en el patio de butacas.
Sólo pude ver lo que alumbraba con el móvil. El tapizado de las butacas estaba completamente destruido a causa del frotamiento, era como bajar a ver el Titanic. La sala llevaba apenas unos meses cerrada, pero parecía que hubiera envejecido siglos desde su última proyección.
A un lado de la pantalla, había un mueble bar lleno de botellas y vasos de tubo, con un aspecto más que casual. Me imaginé cómo sería una “velada” normal allí, te sirves un trago y haces amigos mientras la luz que salta desde la película es la única que te permite ver a quien tienes delante.
Además, me impresionó la belleza de la sala, había dos candilejas a los lados, preciosas e impresionantes, dignas del Palacio de la Música. Y en la zona de entresuelo otra ornamentación presidía el recinto. Una decoración que jamás pensarías que corresponde a una sala X.
Pero las grandes marcas de ropa barata no se han salido con la suya (ni siquiera Amancio Ortega). La Sala X ha abierto sus puertas con un nombre que recuerda lo que fue Sala EQUIS, pero ya no es porno, es un cine para el barrio.
Nacho Rodríguez de Padrón es uno de los socios que ha cometido la temeridad de abrir un cine en pleno centro de Madrid. “Este tipo de espacios suelen convertirse en tiendas de ropa, de hecho, en este cine estaba muy interesada una cadena de supermercados y compitió con nosotros, y está muy bien haber podido traerlo a la cultura”, explica Nacho.
“Es curioso, pero el edificio no tiene ningún tipo de protección patrimonial, por lo que cualquier empresa podría haberlo derribado sin problema, y plantar ahí cualquier otra cosa”. Nacho ha tenido el privilegio de ir viendo como bajo las obras aparecían restos del pasado del edificio.
“Nos hemos encontrado muchas sorpresas: los suelos son art decó, maravillosos, nos ha costado mucho recuperarlos porque estaban enterrados bajo capas y capas de pegamento”.
“Aquí había mucha memorabilia de lo que fue el cine, pero mucho se lo llevó el empleado que trabajaba aquí, que era de hecho el autor de los carteles maravillosos que se ponían en la entrada. Nos hemos encontrado una colección de VHS porno super simpático. Árboles de Navidad, posters de Samantha Fox… También había un proyector antiguo de celuloide, que casualmente cuando lo encontramos tenía puesto un rollo de película de Mickey Mouse”, recuerda Nacho.
La reforma ha dado un nuevo sentido al edificio. El patio de butacas se ha convertido en una sala polivalente, tiene una gran pantalla de protección, pero también tiene espacio para otras muchas cosas. Puede utilizarse para otras actividades escénicas, o como zona de restauración.
“Los cines están llamados a renovarse. Ha sido una industria que ha permanecido rígida durante muchísimos años. Si tu vas a los Renoir, probablemente sea una experiencia muy parecida a lo que ha sido ir hace quince o veinte años. De hecho, ir a los cines de Gran Vía, ahora, a cómo iban nuestros abuelos, sigue siendo una experiencia muy parecida”, explica Jesús Mateos de la Varga, el programador de la sala.
La sala de proyección es pequeña, tiene 50 plazas, pero tiene un diseño muy llamativo, con asientos corridos de piel, y mesitas bajas para apoyar bebidas.
“Pese a ser el cine algo muy importante, no tiene porqué ser lo principal. Viví en Londres siete años, y los cines que más me gustaban no eran aquellos donde solo podías ir al cine, sino los que tenían muchas otras cosas. Si fui 100 veces a mi cine favorito, tal vez entré 10 veces a ver una película. En Madrid, hay muy pocos espacios de cine que realmente tengan una identidad, y que generen comunidad” comenta Jesús.
Montar un cine en pleno centro de Madrid sería un acto suicida, el modelo en Sala Equis es otro: “Nos gustaría ofrecer conciertos en acústico, actividades de artes escénicas y también propuestas de gastronomía, todo eso nos permite además tener un cine sin estar preocupados por sus resultados, así podemos arriesgar con la programación”, dice Nacho.
Como puede verse en el documental 'Paradiso', cuando esto era un cine X, había una auténtica comunidad de personas que venían aquí a diario, que convivían aquí y en el famoso patio interior. “Hay mucha gente de cuando el cine era porno que a día de hoy viene esperando que el cine tenga la misma vida que tenía anteriormente, y muchos de ellos se van contentos con el cambio, aunque no sea lo que esperaban” comenta Nacho.