El emotivo momento en que un niño paciente de cáncer se reúne con sus hermanos tras seis meses en el hospital
EL CASO WEINSTEIN DESVELA EL SILENCIO CÓMPLICE DE OTROS HOMBRES
Es urgentemente necesario hablar del silencio cómplice de amigos y colegas ante el conocimiento de comportamientos sexistas. Como ha puesto en tela de juicio el ya conocido “caso Weinstein”, no vale exclusivamente con señalar el acoso sexual con el que este pez gordo atemorizaba a varias actrices y modelos de Hollywood. Hay que hablar del encubrimiento de los otros, de aquellos que miraban a otro lado mientras condenaban a las víctimas al ostracismo.
Hace unos años, cuando apenas yo controlaba esto de las redes sociales y la vulnerabilidad que en algunos casos acarrea, tuve un tonteo con un conocido tuitero. Un hombre de izquierdas, aparentemente comprometido con las causas sociales, que me doblaba la edad y que jugaba, por supuesto, a seducirme.
Yo también jugaba. Pero tenía mis límites.
Todo acabó cuando en medio de una conversación subidita de tono, él me envió la imagen semidesnuda, colgada de un arnés y con los ojos vendados de otra mujer con la que se acostaba. Quería que yo probara eso con él. Hasta ahí todo bien.
Sin embargo, él acompañó el envío de la fotografía con un claro mensaje: la foto no estaba consensuada y yo debía ser discreta. En ese preciso momento, el mito se cayó y acabó el juego.
Cuando días después escribí algunos coletazos sobre lo que me había ocurrido en redes sociales, su respuesta fue primero persuadirme en privado y después, bloquearme… ¿Lo siguiente? Según me cuentan tildarme como “loca” y “niñata” en algunos espacios sociales y en conversaciones entre conocidos.
Así, el hombre con sensibilidad social, que se llena la boca con “hay que acabar con la lacra de la violencia machista”, es otro lobo vestido de corderito, un capullo más.
Ya no me atrevo a dar su nombre. Recuerdo haberle contando esto a un amigo suyo, un reconocido artista, otro hombre comprometido, gente muy guay y todo ese rollo. Y recuerdo cómo primero me hacía dudar de mí misma, luego confiaba en lo que le contaba sobre este hecho y seguidamente trataba de compadecerle, de afirmar que eso era “muy propio del susodicho” y seguidamente, trataba de quitarle importancia…
A mí, la gente tibia ni me convence ni me conmueve. No puede haber buenas intenciones hacia las mujeres cuando el tío que es consciente del abuso de otro no le recrimina semejante comportamiento, ese tipo de violencias machistas cotidianas. Anteponen el colegueo entre sí al cuestionamiento del privilegio masculino.
Lo que describo no es una anécdota: el desprecio a la mujer es endémico. Se llama abuso y constituye una agresión sexual hacia esa otra mujer, de esas que son invisibles, esas que según algunos “no importan tanto” porque al parecer, las únicas agresiones sexuales que merecen ser expuestas son las que provocan morbo por su dimensión, como es el caso de la violación.
Estoy de acuerdo con que existen agresiones machistas más graves que otras, pero considero importante sacar a la luz todas aquellas otras que quizá no te dejan con el pómulo roto, pero sí constituyen una auténtica relación de poder.
Poder hablar y denunciar públicamente esto, este tipo de violencia que no sangra, pero que mina tu integridad y tu autonomía, es un ejercicio para vencer el miedo. Ese miedo a que no te crean, a que te acusen de que estás exagerando, de que te lo has inventado, de que lo cuentas ahora para joder…
Hay que romper esa lógica machista que neutraliza las relaciones de poder porque vienen ejercidas por hombres que son admirados, que son reconocidos socialmente o que se han reapropiado del discurso feminista, pero sin cuestionar sus comportamientos sexistas privados.